Con el precedente de haber conquistado a la audiencia del último Festival de Sitges y atesorar a lo largo de su primer semestre de vida los continuos elogios de la crítica especializada, “El último Late Night” (“Late Night With The Devil”) aterriza por fin en las salas de nuestro país dispuesta a hacerle justicia al aluvión de expectativas que sobre ella se habían depositado.
Un reto en el que parcialmente veremos flaquear a sus responsables al mostrarnos demasiado pronto sus cartas e incurriendo así en que, hasta su respectivo y explosivo desenlace, el texto peque de un cierto inmovilismo narrativo. Con ello, eso sí, la propuesta gana una pátina de unicidad que la convierte en una experiencia inmersiva resultona, pues si algo hacen realmente bien aquí los hermanos Cameron y Colin Cairnes es generar un espacio creíble del que hacernos partícipes, gracias a un rodaje 360 y a la meritoria recreación visual del lenguaje televisivo de los setenta.
Sobre un magnífico David Dastmalchian recae la responsabilidad de conducirnos, como una parte más de su audiencia, por los diferentes y pasmosos sube y bajas que tienen lugar a lo largo del particular y último programa de su talk show, Night Owls. Un especial emitido en directo durante la noche de Halloween en manos de un presentador dispuesto a cualquier cosa para lograr que su nombre trascienda al Olimpo catódico.
Será en esa desesperada ambición en la que la dupla de realizadores australianos encuentre la posibilidad de conectar su pieza con el imaginario pretérito del género, estableciendo un claro paralelismo con el sacrificio desmedido de “La Semilla del Diablo” (68) o con el falso realismo de la británica “Ghostwatch” (92). Y es que ante todo “El último Late Night” consigue brillar gracias a su capacidad por honrar y enaltecer el terror fílmico en sus múltiples formas, desde el cine de posesión más sobrenatural hasta el body horror más explícito. Partes que disfrutaremos con gusto durante los tensos momentos que se viven en el aire y no tanto en sus respectivas meta-escenas entre bambalinas (que dotarán de contexto a la cinta, pero también frenarán su ritmo).
Contando con el sello de garantía de Stephen King (convertido ya en el influenciador del cine de género por excelencia), la película explora su cualidad de found footage hasta resolverse como una producción que reivindica la serie B y el terror sin presunciones. A pesar de su sobrealimentada promoción, el título dignifica la hasta ahora indiferente filmografía de los Cairnes y mantiene ese disfrutable cariz lúdico por encima de sus déficits en aras de regalarnos ante todo un terrorífico y buen rato.
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