Al contrario que tras “El viento se levanta”, esta vez parece que Hayao Miyazaki no se retira. Una década después de esa película, el maestro japonés ha declarado que quiere seguir haciendo cine, así que si “El chico y la garza” acaba siendo su última película no será por retirada sino por su delicada salud. Pero, aún en el supuesto de que éste sea su “testamento”, Miyazaki puede estar tranquilo: “El chico y la garza” sería una digna despedida.
Elegida para inaugurar la última edición del Festival de San Sebastián “El chico y la garza” cuenta la historia de Mahito, un niño que, después de perder a su madre, aterriza con su padre en un pueblecito nuevo donde los adultos pretenden que inicie una “nueva vida”, lo que incluye nuevos amigos y, por supuesto, “nueva madre”. Mahito se siente solo y desarraigado, y es ahí cuando aparece una misteriosa garza, que asegura que puede llevarle con su madre. A partir de ese momento, la fantasía toma el control del relato, pero siendo a la vez vehículo para emociones y temas tan reales como el duelo, el amor, la rabia o la lucha contra las injusticias.
Inspirada en la novela juvenil “¿Cómo vives?” de Genzaburo Yoshino, “El chico y la garza” es, en cierta manera, un paseo por la filmografía de Miyazaki, por sus obsesiones, sus valores, su (absorbente y bellísima como siempre) estética, el acompañamiento musical de nuevo de la mano de Joe Hisaishi, o la ternura que despiertan la mayoría de sus personajes, incluso los que a priori no son nada tiernos. Comparada con obras anteriores, hay aquí además –suponemos que por la propia edad de Miyazaki– una mayor dosis de melancolía que hace de “El chico y la garza” una obra aún más especial.
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