Descansa en Paz
Cine - Series / Thea Hvistendahl


Descansa en Paz

7 / 10
Fran González — 27-06-2024
Empresa — Neon
Fotografía — Cartel de la película

¿Podemos considerar “Descansa en Paz” como una película de zombies? Técnicamente lo es, pero no debemos caer en el error de lanzarnos a ella con los arquetipos más canónicos del género en la mano, pues su directora, la debutante Thea Hvistendahl, encuentra en la libertad del texto madre los ardides necesarios para ofrecernos una visión insólitamente intimista del cine zombie que le chafará la fiesta a quienes vayan a verla con la esperanza de darse un mero banquete de sangre y vísceras. Nada más lejos, y de la mano de un cuidado acabado fotográfico y de esa poesía implícita en cada dilatado plano, el largometraje inspirado en la novela homónima de John Ajvide Lindqvist (“Déjame Entrar”, “El Límite”) nos lleva de la mano a través de tres historias paralelas que suceden a lo largo de una ola de calor en Oslo y que comparten un mismo nexo en común entre sí: la muerte. O para ser más exactos, el regreso a la vida y las cuestionables secuelas de este inquietante fenómeno.

Así, Hvistendahl desarrolla con clase una angustiosa mirada a la vida después de la muerte, considerada desde la empatía y salpicada de un realismo hiperbólico y enfermizo que contraviene con el lado más idílico del reencuentro postmortem, sobrepasando en varias ocasiones lo sórdido y lo barroco. Algo que el espectador medio agradecerá, eso sí, tras el abusivo tono contemplativo del que el film se vale, especialmente durante sus primeros minutos de arranque. Será precisamente en esos prolongados y confusos silencios (que pondrán a prueba la paciencia de quien espere entender los hechos con mayor inmediatez) donde veremos a los personajes empleando la menor literalidad posible y dejando que sean sus actos los que definan sus circunstancias y motivaciones. Una apuesta con arrojo por parte de la cineasta que, en aras de evitar rozar el posible larguero de lo paródico y absurdo, prescinde de las palabras y del diálogo en una considerable parte del planteamiento (marca escandinava).

Con todo, lo que vemos aquí es una aventurada propuesta con la que su responsable reivindica el temple narrativo en un género históricamente frenético, sabiéndose consciente de que, a costa de su proyección existencialista, nos arrebata la posibilidad de hacernos sentir miedo como tal. En ningún momento parece ser esa la intención prioritaria de Hvistendahl y por ello no podemos considerar la sobriedad y quietud de su tono como un tropiezo. Más bien, la noruega bebe lo necesario de los tropos del cine de terror para removernos por dentro de otro modo, ahondando en ese truncado vínculo sentimental entre los que se quedan y los que se van. Pocas veces habíamos visto representada en pantalla la humanizada lástima por los regresados, quienes detrás de sus rostros cenicientos, boquiabiertos, inexpresivos y con latentes accesos de hambre, ocultan un alma que declama querer descansar en paz (un gran acierto en la traducción de su título, cabe destacar). Saber dejar ir era, desde luego, la última lección que esperábamos aprender de una película de zombies.

 

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