Cuando nos ponemos en manos de un contador de historias tan audaz y ajeno a la frecuencia ordinaria como Nacho Vigalondo, absolutamente cualquier camino se convierte en plausible. Bien lo llevamos sabiendo desde que a principios de siglo el cántabro le tomara el pulso al círculo de académicos y acabara convertido en una absoluta referencia del cine patrio allende nuestras fronteras. Razón por la cual su último lance se ha ganado ya los respetos de los especialistas en varios festivales extranjeros, cerciorándonos de que el regreso del de Cabezón de la Sal a la pantalla grande era digno de hacerse de esperar.
“Daniela Forever” nos ofrece al Vigalondo definitivo. Ese que logra que sus referentes abandonen la sutilidad y se manifiesten sin dobleces como partes fundamentales de un imaginario que opera sin reglas. La linealidad y lo previsible se desvanecen en favor de una narrativa alambicada que apuesta tanto por los giros de guion más extravagantes como por la emoción más terrenal y vívida. Quizás como nunca antes en su filmografía, y eso que detrás de sus ideas peregrinas siempre ha relucido un atisbo innato de romanticismo que ningún quimérico planteamiento suyo nos arrebata.
En el caso que nos concierne, Vigalondo recluta a Henry Golding (Nicolás) y a Beatrice Grannò (Daniela) como protagonistas de un truncado idilio más próximo a la ciencia-ficción distópica que a una rom-com al uso. Y es que, aunque sus bases capitales nos remitan al tópico (chico conoce a chica, chico pierde a chica), los ardides que el realizador emplea para llevarse al espectador a un territorio más incómodo que el pronosticable son el condimento decisivo para que el relato trascienda más allá de sus dos horas de metraje y se quede grabado en nuestra memoria a golpe de hipótesis pérfida.
Dispuesto a desvalijar nuestra ética, y tras perder al que cree ser el amor de su vida, el devenir de Nicolás queda en manos de un singular fármaco cuyo promisorio fin le permitirá reconectar con su difunta pareja a través de los sueños. Una oportunidad, fantaseada por el más pintado, de reconstruir una rutina a imagen y semejanza bajo el dictamen de sus propias reglas. Sin embargo, el incorrecto uso del mismo, sumado a la posesiva obsesión del protagonista por querer adueñarse de todo lo que sucede tras el telón de Morfeo, hará que las cosas se vayan de madre y la fina línea entre la realidad (analógica y con grano) y la ensoñación (en alta definición saturada) se disipe por completo.
En efecto, y como no podía ser de otro modo tratándose de Vigalondo, “Daniela Forever” es una deliciosa boutade que pondrá a prueba nuestras asumidas convicciones al tiempo que retorcerá nuestro sentido de la lógica. Incluso, tal vez sugestionados por su reciente pérdida, también veremos mucho de Lynch en su espina dorsal, especialmente en la hierática disposición de algunos personajes y en su tendencia a ser arrastrados a lo absurdo y a la comedia más desconcertante. A fin de cuentas, hablamos de un film cuyo autor parece haber afrontado desde el ideal de lanzarnos una declaración de intenciones a la cara, sacando de su desarrollo no solo una lección privada sobre mortalidad y moralidad, sino también la oportunidad de reafirmar su personalidad a través de un collage alimentado de ganchos con denominación de origen vigalóndica (desde los cameos de Paula Púa y Aníbal Gómez hasta la emocionante dedicatoria final, pasando por unos brillantes y marcianos Hidrogenesse a los mandos de la banda sonora).
Privado de límites y convenciones, Vigalondo se juega el tipo con la que bien podría ser su propuesta más arriesgada hasta el momento, disfrazando de experiencia blackmirroriana lo que a todas luces es una crítica directa a la idealización egoísta, al infantilismo masculino y a la vis controladora de un protagonista con complejo de demiurgo que nos señala directamente a todos.
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