Además de su pasmosa capacidad técnica, Pixar ha edificado su prestigio sobre unos cuentos tradicionales a los que daban un toque de postmodernidad con leves variaciones y en la modificación de las representaciones sociales en el cine de animación. Los tres elementos están presentes en “Onward”, su película número veintidós.
El detallismo del cabello malva de los personajes, una seña de identidad de la casa desde “Monstruos S.A.”, es prodigioso. En segundo lugar, su punto de partida es uno de los habituales en los relatos infantiles, aquel en el que la sociedad ya no cree en el poder de la magia, que es lo mismo que decir en la imaginación. ¿He oído Mary Poppins? ¿Lo subimos a Peter Pan? ¡Adjudicado a El Principito! Aquí la novedad es que los propios protagonistas son producto de esa magia: son elfos, centauros, cíclopes, mantícoras… ¿Qué queréis que os diga? Si nuestros abuelos se aburrían de aprenderse los nombres de los reyes godos, ¿quién puede culpar a los protagonistas de “Onward” de haberse olvidado de los conjuros milenarios?
Dos adolescentes, sin embargo, descubren que la magia potagia es real, y que les puede ayudar a resucitar a su padre durante veinticuatro horas. Su padre, y llegamos al tema de la representación, son un par de pantalones, que sus retoños pasean durante la película como Andrew McCarthy y Jonathan Silverman a Terry Kiser en “Este muerto está muy vivo”, mientras los persigue su madre, en un papel de viuda alegre que ha sido capaz de rehacer su vida, y la mitad de la policía del condado, en la que se incluye a una agente Specter que confiesa ser madre… y lesbiana.
El problema es que la historia y los personajes se mueven por dos escenarios desaprovechados. Los elfos habitan en los suburbios, en su acepción estadounidense, esto es, casas unifamiliares bastante molonas. El protagonista es un empollón de camisa a cuadros; su hermano es un rockero de chupa vaquera con parches metaleros y furgoneta desvencijada… pero es que el metal ni está ni se le espera. El rock queda reducido a unas motoristas con muy malas pulgas y chupa de cuero. Y cuando abandonan la parte más interesante del filme, cuando dejan el territorio de bares de carretera y autovías infinitas, cuando cogen un desvío hacia un escenario campestre que recuerda muy mucho a la Tierra Media de “El señor de los anillos”… aquí desconectas. Porque las florecillas están muy bien y la felicidad está en el campo y tal, pero preferimos el rock’n’roll y su adrenalina y de eso, “Onward”, con sus muchas virtudes, va justita.
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