En la que es su nueva película tras “Sin novedad en el frente” (22), Edward Berger se sumerge a fondo –con la intención manifiesta y satisfecha de arrastrar sutilmente al espectador– en los entresijos acontecidos en el Vaticano tras el fallecimiento del Papa vigente. El director evita caer en obviedades y trampas evidentes y, tras esquivar sensacionalismos que hubieran potenciado la historia en base a evidencias propias de telefilm, apuesta por una mezcla de austeridad y elegancia como inteligente método con el que trasladar a imágenes la historia escrita por Peter Straughan.
El resultado es una vívida exposición a través de ese cónclave papal de repercusión mundial, diseñado con maestría y equilibrio entre el drama y el más fino de los thrillers. Tanto que, en algún momento del metraje, el espectador se encontrará absorto ante una historia que va sumando movimientos tan precisos como indispensables. La película es también un alegato abierto acerca del poder corruptor (latente o aflorante) en los personajes, sobre un telón de fondo que refleja el tira y afloja entre santidades de ideologías progresistas y conservadoras, empeñados en ocupar el puesto vacante como máximo representante de la iglesia católica. Unos y otros se muestran abiertamente enfrentados mientras, en realidad, rinden pleitesía al mismo binomio resultado de entreverar fama y ambición. Unas conclusiones amparadas también por las excepcionales actuaciones del reparto, con especial mención para Stanley Tucci, un descomunal Ralph Fiennes, y el papel secundario pero determinante de Isabella Rossellini.
“Cónclave” es una desenmascarada reflexión acerca del movimiento de hilos tras las sombras; el particular “House Of Cards” de Berger, podría decirse. Con unos diálogos tan esclarecedores como concisos y un desarrollo visual impecable, la película se convierte en una experiencia inmersiva cuyo falso ritmo pausado no hace sino potenciar sus propias cualidades en forma de trama hilada y creciente intensidad. Una dualidad narrativa que es, a todas luces, uno de los grandes activos de esta cinta que apuesta por el realismo y que, sin incómodos aspavientos ni artificialidades, cristaliza en magnífico (y magnético) largometraje de los que dejan poso.
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