Clark
Cine - SeriesJonas Åkerlund

Clark

8 / 10
Luis M. Maínez — 19-05-2022
Empresa — Netflix
Fotografía — Cartel de la película

“Clark” es un acierto de Netflix, donde poco a poco puede uno volver a encontrar joyitas divertidas e interesantes. Estamos ante una producción inconfundiblemente escandinava y un ejercicio de estilo desenfadado y luminoso, lleno de color y ritmo y de vida, pero al mismo tiempo tiene algo de cuento de hadas. El aviso inicial: "Basado en verdades y mentiras" sirve de "Érase una vez" y, al mismo tiempo, de garantía de que lo que vemos sucedió de verdad. Los años setenta y ochenta, desde 2022, tienen ese aura de magia, como si el mundo no hubiera podido ser nunca un lugar tan libre. La conclusión de la serie apunta en esa dirección con crudeza. La escapada hacia delante de Clark Oloffson, atracador de bancos sueco que se convirtió en una celebridad notoria en el país, es tan increíble como cualquier historia de ciencia ficción.

El tono narrativo de "Clark" es atrevido, veloz y sincopado. No hay tregua en una historia que nos lleva desde la infancia de un chiquillo problemático y torturado por su padre hasta un adulto probablemente genial y absurdo en su concepción de sí mismo. La serie es un estudio psicológico de una ligereza irresistible, con un Bill Skarsgård (el hermanísimo de Alexander) cómico e intenso, con una presencia burlona que hace imposible que el espectador rompa un solo segundo el pacto con la obra, la suspensión de la incredulidad tan necesaria para cualquier ficción que juegue con lo inverosímil de la manera en la que juega "Clark".

Dirigida por Jonas Åkerlund –director de cine, sí, pero popular sobre todo por estar tras las cámaras en clips para artistas tan variados como Madonna, Rammstein o Satyricon–, como si el Adam Mckay más desatado –no el de "Don’t Look Up"- se hubiera comido unos surströmming (el arenque fermentado tan popular en suecia) aderezados con unos cuantos psicotrópicos, "Clark" es una de las sorpresas más agradables de la temporada. Marcada por un equilibrio entre el monólogo enfebrecido del propio Clark Oloffson y unos diálogos construidos en servicio del público y del propio protagonista: una serie consciente de sí misma y de que retrata a un loco inestable al que es difícil no absolver en el último instante como a un Don Juan cleptómano, un divertimento que refleja al mismo tiempo un tiempo y un espacio pasados para reflejar, como un espejo, al espectador desde el presente. Una certeza, la de que ya nada volverá a ser como antes, que flota en cada escena de los seis capítulos de “Clark” y que no se disipa al terminar.

 

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