En uno de sus maravillosos relatos, “La muerte y la brújula”, situado en una Buenos Aires espectral, Jorge Luis Borges nos narra las peripecias de un detective, Lönnrot, que cree hallar en una antigua leyenda judía la clave de una misteriosa serie de asesinatos. Lo que no sabe es que ese laberinto que imagina haber desentrañado es una trampa creada a medias por el azar, a medias por uno de sus peores enemigos, el gánster Red Scharlach, para perderlo. Cuando lo descubre, es demasiado tarde y se limita a rogar a su verdugo que “cuando en otro avatar usted me dé caza” a través de “un problema de muertes simétricas y periódicas” no trace un círculo, sino “una línea única, recta... En esa línea se han perdido tantos filósofos que bien puede perderse un mero detective”.
Desconocemos, aunque no resultaría nada extraño, si el guionista británico Si Spencer se inspiró en ese cuento de Borges para su novela gráfica “Bodies”, que se publicó en otro entregas entre 2014 y 2015 en el legendario –y tristemente extinto– sello Vertigo. Y nunca podremos averiguarlo porque, por desgracia, Spencer falleció en 2021 y no ha llegado a ver cómo su mejor cómic se transformaba en una miniserie de Netflix, “Cadáveres”. En cualquier caso, le hubiera gustado saber que es un producto digno, que respeta en gran parte la intrincadísima y genial estructura de la obra original.
Tanto en el cómic como en la serie estamos en Londres. Pero en cuatro momentos históricos distintos: el final de la era victoriana; la II Guerra Mundial durante los bombardeos nazis de la capital británica, el Blitz; nuestro presente en la ciudad vibrante y multicultural que todos conocemos y, por último, en un futuro que parece homenajear al de “V de Vendetta” de Alan Moore y Dave Gibbons, donde tras un desastre nuclear se ha establecido un estado totalitario. Pero como si se tratara de ilustrar el concepto de Nietzsche del “eterno retorno”, en cada uno de esos periodos, aparece el cadáver desnudo de un hombre en una calle del barrio de Whitechapel, célebre por ser el escenario de los crímenes de Jack el destripador (lo que, inevitablemente, nos recuerda de nuevo a Alan Moore y a su “From Hell”, de hecho aquí también encontraremos alambicadas conspiraciones y sectas secretas que mueven los hilos desde las sombras). Se trata de un cadáver inexplicable: ha muerto de un disparo, pero en su interior no hay ninguna bala, ni tampoco un orificio de salida. Y hay cuatro detectives que recibirán el encargo de investigar el caso.
No acaban aquí los paralelismos: los cuatro investigadores son outsiders, personajes que si bien tienen como misión defender la ley, se sienten un tanto apartados de la sociedad. El primer detective, Hillinghead, es gay y, como tantos homosexuales de su época, se ha resignado a llevar una doble vida, con una esposa y una hija. El detective de 1941, Weissman es judío, pero para escapar del antisemitismo que sigue rigiendo en la sociedad, se hace llamar Whiterman; también es el personaje más gris moralmente del conjunto, ya que acepta sobornos de una organización que se dedica a actividades turbias. En el Londres actual, tenemos a la detective Hasan, una mujer musulmana cuya familia procede del subcontinente indio. Y en la distopía del futuro, tenemos a Maplewood, una policía que vive en conflicto continuo consigo mismo, ya que no se siente a gusto sirviendo a un gobierno tiránico, pero a su vez depende de él por algo cuya naturaleza no conviene desvelar (en su parte de la narración es donde la serie de Netflix se aparta más del cómic).
La serie adolece de los defectos habituales de las producciones de Netflix: un lenguaje visual telefilmesco, plano y poco atrevido y una cierta tendencia a rellenar los capítulos con clichés. En una manos más capaces, “Cadáveres” hubiera podido ser extraordinaria, un pequeño hito, pero se queda en una serie correcta, bastante más inteligente que la mayoría de lo que nos suele ofrecer la plataforma. También tiene sus virtudes, como un buen reparto de actores británicos, donde destaca el gran Stephen Graham (“Hierve”, “Boardwalk Empire”, “The Virtues”) en un papel clave. Y, sobre todo, la historia que creó Si Spencer es tan buena que ni siquiera el maléfico algoritmo de Netflix podría estropearla.
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