En una escena de “Benedetta”, la criada embarazada del nuncio interpretado por el siempre eficaz Lambert Wilson se saca un pecho de manera grosera, en lo que podría ser una viñeta de El jardín de las delicias, de El Bosco, ante la diversión del clérigo –¿padre del bombo?– y la desaprobación callada de Sor Felicita (Charlotte Rampling), que ha ido a... denunciar las inmoralidades de la nueva madre superiora de su convento, la “Benedetta” del título, quien mantiene relaciones sexuales con una novicia –la belga Daphne Kapadia, espléndido descubrimiento–, incluida la utilización como consolador de una imagen tallada de la Virgen María.
Los pasajes y detalles descritos en el párrafo anterior podrían hacernos pensar que, en “Benedetta”, el desinhibido Verhoeven de “Showgirls” ha vuelto a las andadas añadiendo, en esta ocasión, intenciones críticas antieclesiásticas, como si el cineasta político Costa-Gavras se hubiera dado la mano con Walerian Borowczyk, autor de las perversiones monjiles de “Interior de un convento”. Pero, en cambio, y ahí la gran sorpresa, Verhoeven aparece más comedido en el discurso que el director de “Amén”, algo tendente al maniqueísmo, y, en cuanto al erotismo, el neerlandés está más cerca del divertido Miklós Jancsó de “Vicios privados, públicas virtudes” que del gráfico Tinto Brass o del mencionado Borowczyk. Nada de ello tiene por qué ser negativo.
“Benedetta” se inicia como si fuera una entrega paródica de “Vidas ejemplares” –¿conocerá Verhoeven la existencia de esta colección mexicana de historietas cristianas fechada a mediados del siglo pasado?– de una posible santa con un episodio infantil en que Dios se comunica con ella a través de las deposiciones de un ave convenientemente aterrizadas en el rostro de un agresor. Esta irreverencia escatológica marca el tono de un relato que va a ser la refutación de todo lo que se supondría que tendría que haber en una biografía inmaculada, como si se imprimieran páginas de un libro con manchas de café y tachones, como si se subastaran las capas y capas de errores pictóricos que esconden las obras maestras de la pintura, como si saliéramos a la calle mostrando ufanos nuestras pústulas (quien las tenga, claro). El relato de “Benedetta”, pues, es un relato de represión sexual, de hipocresía religiosa, de deseo de poder, de supersticiones, de manipulación de las masas. Por si acaso, aclaro que la acción pasa en el siglo XVII. En plena epidemia.
Y ahí surge esa “Benedetta”, imponente y dominadora Virginie Efira, que –y esa es la distinción el guion– lejos de ser abrazada sin reparos por los responsables de la cinta, es puesta en observación, tratada con prudente ecuanimidad, en sus delirios y en su grandeza. Todo ello en un mecanismo gozoso final que pone de manifiesto el gran teatro del mundo.
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