Beau tiene miedo
Cine - SeriesAri Aster

Beau tiene miedo

7 / 10
Daniel Grandes — 28-04-2023
Empresa — A24
Fotografía — Cartel de la película

Hace unos pocos días Martin Scorsese señaló a Ari Aster como una de las voces más interesantes de nuestra generación, comparando el fenómeno de “Beau tiene miedo”, su tercera película, con la polémica que “Barry Lyndon” generó en su momento. Uno de los directores estadounidenses más imprescindibles de la historia deja caer aquí una afirmación más que interesante: las figuras relevantes para el medio no son aquellas que generan consenso, sino aquellas que provocan guerras, no sólo entre el público y la crítica, sino en el propio individuo. La trascendencia no es la consecuencia de la perfección, sino de la fe incondicional en una forma de narrar independientemente de las consecuencias. Salía del cine pensando en el odiado, malgastado y ya crepuscular “elevated horror”, aquel subgénero que —despectivamente o no— enmarcó a toda película de terror posterior a “Hereditary” que simplemente siguiera su estela. Me resulta curioso que los tres cineastas insignia de esta escuela apócrifa (Aster, Peele y Eggers) han completado sus trilogías autorales con propuestas que, en mi opinión, decapitan por completo la última cabeza que le podía quedar al cerbero que era el terror elevado.

Lo que sí que queda claro tras el estreno de “Beau tiene miedo” es que, mientras sus compañeros han consolidado un imaginario propio, Ari Aster ha hiperbolizado el suyo hasta las últimas consecuencias con los mismos gestos irracionales con los que un niño estira su juguete favorito para ver hasta qué punto puede forzarlo sin romperlo. Este es un experimento demente con todas las letras, uno de esos viajes inconsecuentes y alterados que balbucea alguien en estado febril. La narración del estadounidense, prima lejana del realismo mágico y la decadencia urbana de las novelas gráficas de Daniel Clowes, se rige por el más puro egocentrismo tanto dentro como fuera de la pantalla. Como si de una traducción psicodélica de Nathan Fielder (o Carlo Padial) se tratara, “Beau tiene miedo” edifica un monumento a la figura del —a menudo insufrible— cineasta neurótico, convirtiendo la tercera película de Aster en una intensiva sesión de psicoanálisis auto-infligida.

Este diván fílmico triunfa en su empeño por poner en escena la culpa como elemento imprescindible para comprender lo familiar y, por consecuencia, lo individual. Reformulando lo kafkiano de “El proceso” en una óptica indudablemente similar a la de Charlie Kaufman, Aster lleva al absurdo los principios del panóptico de Foucault diseñando una ucronía social imposible pero, al mismo tiempo, fiel a la paranoia sobre la hipervigilancia que domina nuestras sociedades actuales. Todo esto sin miedo a dejarse llevar por el onirismo y el ridículo, a generar espacios y tiempos imposibles con tal de materializar en la pantalla lo sobrecogedor de la ansiedad crónica (lo sobrecogedor de vivir teniendo el mismo miedo al pasado, que al presente y al futuro). “Beau tiene miedo” puede llevar a uno a pensar en Desirée de Fez y su “Reina de grito”, quizás por la forma en la que lo heredado de nuestros mayores determina nuestros miedos y, en ocasiones, nos lleva a tener miedo al propio miedo en esta especie de número de trapecismo realizado sobre el trauma que acaba siendo la vida adulta (¿no es eso acaso la película de Aster?).

Mientras que “Midsommar” sólo aparece en forma de guiño puntual, el fantasma de “Hereditary” sí que sobrevuela cada uno de los gestos de Beau, interpretado por un Joaquin Phoenix como siempre indiscutible, que en ocasiones parece estar protagonizando un remake no-oficial de “El fotógrafo del pánico” de Michael Powell. Aunque el mérito del actor reside en su naturaleza camaleónica, capaz de adaptarse sin problema alguno a la esquizofrénica pluralidad de tonos que Ari Aster coloca en su tablero de juegos. El capricho es el dado de este parchís en el que, debido a su incoherencia, resulta imposible que algunas casillas no gusten (¡mucho!) más que otras. Un servidor prefiere sin dudas aquellas donde la (anómala) faceta cómica de Aster sale a la luz, sobre todo en un prólogo donde la violencia urbana se pone en escena a través de un gag tan frenético como efectivo que nos hace imaginar cómo dirigiría Roy Andersson si esnifara cocaína.

Más allá de todo esto, suplico al lector que no se tome demasiado en serio estos párrafos (¡y mucho menos la nota!). “Beau tiene miedo”, la “Boyhood” de Ari Aster, es una de esas películas que uno no recuerda al salir de la sala y que, más que dejar imágenes, deja en el espectador sensaciones viscerales. Muchos la han tachado despectivamente de suicidio creativo o fracaso estrepitoso en un momento en el que queda demostrado en casos como el de “Babylon” (Damien Chazelle) que la industria parece estar castigando a todo aquel que prefiera probar antes que ceder. Sinceramente, nada provoca una sonrisa en mi rostro de forma tan automática como un cineasta malgastando dinero en favor de un capricho así, sea el resultado bueno o malo. No será perfecta, pero “Beau tiene miedo” es lo que tuvo que ser, y no una reformulación industrial de lo que una vez se pudo llegar a imaginar. Brindo por eso (y por más películas en las que el actor principal tenga que advertir al espectador de que quizás acompañar esta cinta con setas alucinógenas pueda llegar a ser demasiado).

 

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