James Cameron quiere pasar a la historia como uno de los visionarios del cine. La ideación de cuatro películas más a partir “Avatar” (09) no se puede entender de otra manera que como la realización de su propio “Star Wars” y el deseo de emular todo lo que la saga de George Lucas supuso en los años setenta: un avance en efectos especiales que se traduce aquí, medio siglo más tarde, en la exploración y sublimación de lo digital en el cine. Además, “Avatar” ,en consonancia con “Star Wars” y a diferencia de las adaptaciones de superhéroes, era una historia original –más allá de inspirarse en un episodio histórico como el de Pocahontas y John Smith–, con la creación de un mundo maravilloso, sus criaturas y sus espacios singulares.
En la secuela, de hecho, se añaden elementos de space opera que le faltaban al film precedente: podríamos decir, con humor, que el famoso “Yo soy tu padre” de Darth Vader se convierte aquí en una suerte de “Yo soy tu hijo”. Y es que este “Avatar 2” justifica mejor la existencia de filmes ulteriores que su propio (y forzado) origen, ya que la primera película tenía un cierre que la validaba como obra autónoma y, en cambio, aquí se abren incógnitas.
El cineasta continúa el discurso de la convivencia entre especies –tema ya presente en “Abyss” (89)– como un espejo ilusorio de la vida real y ofrece un espectáculo consciente de su grandeza, tres horas que, exceptuando algún exceso en la parte final, pasan bien. Si en la primera entrega Cameron se centraba en la tierra –la vida en los bosques–, aquí se traslada al agua, al mar, lo que le permite superar el reto al que se enfrenta todo director de una secuela: aportar algo que la distinga de su precedente sin perder el sentido original. Así, puede dar rienda suelta a la creación de más criaturas y ensimismarse en la belleza de imágenes bucólicas marítimas. Habrá que ver si en las siguientes películas Cameron persiste en su recorrido por los cuatro elementos y hace del pack “Avatar” una obra holística.
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