“Anora”, dirigida por Sean Baker, ganó la última Palma de Oro del Festival de Cannes y es un muy probable que, además, consiga unas cuantas nominaciones para los próximos Oscars. Todos los parabienes que ha ido obteniendo son más que justos, porque es, sin duda, una duda, una de las películas del año.
Desde el comienzo de su carrera, Baker, un cineasta curtido en el indie más genuino, con infrapresupuestos y actores no profesionales, ha destacado por sus historias tragicómicas y una mirada tierna, pero nada complaciente, a aquellos que viven en los márgenes del sueño americano. Los protagonistas de las películas de este nativo de New Jersey, la patria chica de Tony Soprano, son, entre otros, un mensajero que se desloma a lomos de su bici para pagar una deuda imposible, vendedores de poca monta de ropa de marca falsificada, unos niños que malviven en un motel barato y, muy a menudo, trabajadores y trabajadoras sexuales. Tuvimos a la actriz de porno en línea de “Starlet” (12), a la prostituta transgénero de “Tangerine”, a la ex estrella del cine para adultos de “Red Rocket” (21) y, ahora, por fin, a “Anora” que, al parecer, en ruso quiere decir “luz” o “brillo”. Este es un excelente nombre para su protagonista, aunque prefiere que la llamen Ani, porque su resplandor llena la pantalla durante las algo más de dos horas de metraje de la película (que se pasan en un suspiro).
Anora es una chica de veintitrés años que trabaja como stripper en un club de Brooklyn. Se gana la vida sobre todo con “lap dances” privados y, de vez en cuando, con alguna cita con un cliente fuera del local, aunque se niega a identificarse como una prostituta. La interpreta con una extraordinaria entrega y convicción Mikey Madison, a la que mayoría recordamos por su participación en la serie “Better Things”. Digamos que Anora –vitalista, malhablada y con una energía aparentemente infinita– es una pequeña fuerza de la naturaleza. También chapurrea algo de ruso, gracias a una abuela emigrante que nunca llegó a aprender inglés, así que cuando un joven de aquel país visita el club la envían con él.
Este es Vanya (Mark Eydelshteyn), el hijo de un oligarca moscovita, para el que la vida parece ser una juerga sin fin y que se encapricha de ella. Así que Anora, por primera vez en la vida, verá a su alcance una vida mucho mejor, un cuento de hadas al ritmo de Blondie, tAtu y Take That. Esta premisa recuerda, inevitablemente, a “Pretty Woman”, la película que convirtió a una superestrella de Hollywood a Julia Roberts en 1990. Si ocurre lo mismo con Madison, será, por expresarlo en términos diplomáticos, mucho más merecido.
La trama hará colisionar a la chica con Toros, Garnick e Igor (este último, interpretado por Yuri Borisov, tendrá un papel fundamental en el desenlace de la película), un trío de matones armenios que envía el padre de Vanya en busca de su desastroso hijo. Juntos protagonizaran las escenas más desternillantes de la película, y las que más recuerdan al cine de Quentin Tarantino. Sin embargo, Baker nos los presentan de un modo mucho menos cool. No dejan de ser tres atribulados currelas, metidos en un lío tremendo y, en varias ocasiones, desbordados por la imparable Ani.
También hay mucha comedia física, en la mejor tradición del slaptick, así como huellas aquí del cine naturalista y existencialista de John Cassavetes; y, quizás, algo de la herencia del neorrealismo italiano, con su épica de la dignidad de los pobres y humillados. Estoy bastante seguro de que si Vittorio de Sica, el director de “El ladrón de bicicletas”, “Milagro en Milán” y “Umberto D”, hubiera visto el final de “Anora”, un final que tras muchas emociones y risas, te golpea directamente en el corazón, habría aplaudido. Y, por supuesto, derramado al menos una lágrima, como el resto del público.
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