Air, la quinta película como director de Ben Affleck, podría incluirse en un género nuevo, todavía por denominar, pero que el cine americano ya ha explorado en otras cintas. Las podríamos llamar “películas empresariales”, cintas sobre los intringulis, en un momento concreto de la historia, de empresas reales de mayor o menor popularidad, obras que son lógicas en una nación capitalista que ha hecho de la expansión ultramarina de sus empresas y su cultura santo y seña de su supremacía mundial. Ahí están "El fundador", "Joy" o "La red social", entre otras. A diferencia de la cinta de David Fincher, "Air" no es incómoda ni hurga en la zona oscura de la empresa en cuestión, Nike.
De hecho, todo lo contrario. Affleck hace malabares y consigue que ¡sintamos compasión por la división de baloncesto de la gigantesca empresa deportiva! Según el film, a mediados de los 80 estuvo a punto de desaparecer -la división, no la marca-. Era el miembro tonto de la familia, que no acababa de despegar, especialmente frente a competidores como Converse o Adidas. Con presupuesto limitado, no podía patocinar a grandes estrellas y se tenía que conformar con jugadores del montón. "Air" es la crónica de la contratación de Michael Jordan y la creación de las zapatillas deportivas que llevan su apellido.
Affleck, tipo listo, realiza un producto perfecto. Aprovecha la ubicación temporal del film para plagarlo de canciones de los 80, se sirve de una figura deportiva importantísima para llegar a un público amplio, pone de protagonista a un héroe anónimo -quien consiguió el patrocinio- con el que se puedan identificar todos los fracasados del mundo -que somos muchos-, utiliza un guion ágil lleno de diálogos ingenioso y personajes con encanto y se rodea de actores brillantes, a los que da escenas de lucimiento (ideal Matt Damon, pero también Jason Bateman, Viola Davis, Chris Messina o ¡Marlon Wayans!). La prueba de la eficacia del conjunto es que nunca importa que ya sepamos cómo acaba.
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