Ricky Gervais parece haberle cogido el gusto a esto de mostrar su lado más humano y emocional. El humorista británico, conocido principalmente por su humor irreverente en “The Office” y en los discursos de los Globos de Oro, nos sorprendió el año pasado con una serie que tiene tanto de cómico como de trágico. En “After Life”, el propio Gervais encarna la figura de un hombre incapaz de superar la muerte de su mujer. El sarcasmo y la mala leche siguen allí, pero en este caso el protagonista, Tony, los usa como caparazón para hacer frente al dolor. Un caparazón del que parece salir en esta segunda temporada.
Al final de la primera, veíamos como Tony aprendía a dejar de lado su mal genio para ser más agradecido. Conseguía así Gervais lo que no hizo en “The Office” pero tantos frutos le dio a la versión americana de esta: crear un protagonista impertinente y desagradable que, a su vez, generase gran cariño y empatía en el espectador. El secreto se encontraba en mostrar un buen corazón tras ese caparazón de humor negro y sarcasmo. Y es ese secreto el que hace que todos los demás personajes, cuyas historias adquieren más relevancia en esta segunda temporada, sean entrañables. De hecho, el único personaje que no termina de funcionar en la serie es el psicólogo interpretado por Pol Kaye, porque no tiene ese buen fondo. Todos los demás están llenos de bondad, como en el caso de Sandy, que recuerda a Pam de “The Office” por como trabaja siempre de forma generosa pese a la locura que la rodea.
Similar a la relación entre Michael y Pam (y hasta aquí las referencias a la mítica sitcom), entre Tony y Sandy se establece una tierna relación de mentoría en el pequeño periódico local en el que trabajan. Y aunque el propio Tony afirme que si no se ha suicidado es porque tiene que cuidar de su perra, como espectadores sabemos que los vínculos que establece son esenciales para ayudarlo a seguir adelante, ya sea con una trabajadora sexual que termina convirtiéndose en una buena amiga, con una viuda con quien mantiene profundas conversaciones en el cementerio o con la enfermera cuidadora de su padre que funciona como interés romántico, poniendo aún más presión a Tony para salir de su caparazón.
Las localizaciones de estas conversaciones son siempre las mismas e incluso se repiten las composiciones de los planos de la primera temporada, algo que puede parecer repetitivo, pero que consigue ser una fiel representación de lo que es la vida y, sobre todo, la depresión. Así, la sucesión repetitiva de escenas similares nos muestra el estado de apatía vital en el que se encuentra el protagonista a la vez que los pequeños cambios nos permiten detectar pistas de la evolución del personaje.
Tony es cada vez más capaz de mostrar lo que se esconde tras su caparazón así como Gervais nos está mostrando la humanidad que se esconde tras su habitual humor negro. Una humanidad que rompe al espectador por la tristeza y el dolor que desprende. Y aunque el protagonista se cuestione continuamente el sentido de seguir viviendo con ese sufrimiento, el mensaje de Gervais con la segunda temporada de “After Life” termina siendo un canto a la vida: a aprovecharla y a compartirla con los seres queridos.
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