Decía Rousseau que todos los seres humanos nacemos buenos por naturaleza y que es tan solo a determinada altura del recorrido (y por influencia del hombre) cuando corremos el riesgo de descarrilar. Nadie puede ponerle fecha y hora exacta al momento en el que la vida comienza a cobrarse las secuelas de nuestros traumas, pero sí que convendremos en aceptar que la adolescencia es el periodo más propenso para sacar estos a flote. Razón de más para entender por qué Philip Barantini (“Boiling Point”) se ha decantado por este periodo tan crucial de nuestra vida en su propósito por radiografiar la deriva emocional y las consecuencias de la falta de ética en la edad temprana.
En “Adolescencia”, Barantini aborda los grandes males de la juventud del presente, sin caer en la tentación de emplear un tono excesivamente moralizante o paternalista que simplifique el origen de los mismos o exculpe a las generaciones pretéritas de determinadas responsabilidades. La rabia o los sentimientos más primarios saldrán en rompan filas por nuestros poros, confundiéndonos y obligándonos a caer en asunciones preconcebidas, pero el discurso que la serie nos plantea en sus cuatro horas de metraje está lo suficientemente bien estructurado como para hacernos entender poco a poco que el problema expuesto en su trama es mucho más profundo de lo que parece.
Jamie (un sorprendente Owen Cooper) podría ser cualquiera de nuestros hijos, sobrinos, primos o ahijados. Y si me apuras, hasta podría haber sido cualquiera de nosotros: un muchacho solitario, negado para las convenciones testosterónicas, que encuentra en la soledad de su dormitorio un refugio contra el rechazo. Sin embargo, su incapacidad para gestionarlo y la participación activa de una serie de sumandos que empeoran el contexto (ausentismo paterno, los tropos del movimiento incel, el estigma de la masculinidad frágil en los tiempos de la “manosfera”, la pornografía vengativa, los gurús de poca monta y la facilidad con la que las redes nos cuelan su vergonzante contenido), dibujan el punto de partida para una misoginia genuina y canónica de la que el propio joven hará gala a la mínima ocasión, hasta terminar helándonos la sangre en su intenso tercer episodio.
El guion, co-escrito por Jack Thorne y un brillante Stephen Graham que vuelve a firmar un papel de diez, evita en todo momento reducir el conflicto a una simple suma de enteros y refleja con pedagogía la enorme complejidad que verdaderamente se esconde detrás del caso de Jamie. Lejos de victimizar al verdugo, “Adolescencia” retrata con asfixiante realismo la psicología del sujeto imberbe, recordándonos a los adultos la importancia de la educación en valores en un tiempo en el que escuchamos impunemente cómo se gesta el drama en los trending topics diarios de cada red social.
Con un juego de cámaras superlativo y una técnica de montaje deliciosa que hace que cada episodio se convierta en un macro-plano secuencia como nunca antes nadie se atrevió a llevar a cabo, Barantini logra regalarnos la privilegiada oportunidad de contemplar sin elipsis de tiempo los sentimientos de sus protagonistas, atestiguando en primera línea los desgarradores pormenores de un debate vigente que nos mira de frente a todos nosotros: a los hombres que nos fallaron y a los hombres que seguimos fallando. “Adolescencia” no es solo la serie de Netflix de la que todo el mundo debería estar hablando, sino también un producto audiovisual de obligatorio visionado en los institutos.
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