El primer LP se dedica al álbum tal cual (no ha sido ni remasterizado, ni falta que hace: conviene oírlo con unos buenos altavoces) y el segundo, a caras B que han acabado siendo clásicos del repertorio (“Crawl”, “Niagara”), junto a Peel Sessions de versiones tempranas de cortes que acabarían en el disco. Eran los años en los que un programa de radio con audiencia masiva alentaba a los grupos a que grabaran canciones nuevas. Hoy suena a ciencia ficción.
Hablando de John Peel, el enfoque simple y directo de sus míticas sesiones radiofónicas en los estudios Maida Vale, en las que The Wedding Present se había curtido convirtiéndose en una de las bandas favoritas del mítico periodista musical, sería crucial para la gestación de este tercer LP. Complacidos por los resultados obtenidos en las grabaciones para la BBC, Gedge y compañía se pusieron en manos de un joven ingeniero de sonido norteamericano que despreciaba a los intervencionistas y tramposos productores al uso, y sacaba las virtudes primarias de cada banda yendo a la esencia de las técnicas de grabación perfeccionadas en los cincuenta y sesenta: un tal Steve Albini, entre cuyos créditos figuraba el magistral debut de Pixies “Surfer Rosa”, y ser frontman atípico de una de las bandas de hardcore más impredecibles de los ochenta, Big Black. Los de “Songs About Fucking”.
En su momento, la noticia de esta colaboración hizo cundir el desconcierto; The Wedding Present era una banda de indie pop asociada a la escena C-86 y sus guitarras cristalinas: poco que ver con el desparrame del underground norteamericano. Pero el de Montana ya había trabajado con los británicos en el single de “Bizarro” “Brassneck”, y Gedge tuvo la genial intuición de que su enfoque naturalista podía funcionar en un disco entero, capturando la esencia de la banda. Si The Wedding Present ya habían sonado crudos desde su formación a mediados de los ochenta, la participación de Albini sería crucial para dotar a “Seamonsters”, grabado en apenas diez días en los que el grupo se limitó esencialmente a interpretar las canciones en vivo, de una piel más endurecida y un nivel de electricidad y oscuridad inédito para una formación inglesa de pop de guitarras. PJ Harvey, Luke Haines y Jarvis Cocker, entre otros, repetirían la jugada más adelante.
¿El sonido de la ruptura?
Muy por encima de una simple colección de singles, “Seamonsters” tiene la entidad de los grandes discos creados como obras de arte totales y conscientes de sí mismas, desde esa portada minimalista y enigmática y los títulos de las canciones de una sola palabra. De hecho, el arco emocional que va de la tormenta eléctrica de “Dalliance” (inspirada en un sonado affaire del marido de la novelista inglesa Jilly Cooper, como ha confesado Gedge) al arpegio delicado y la explosión de épica emocional de “Octopussy”, se interpretó en su momento como el drama doloroso de una ruptura amorosa. Gedge lo ha desmentido más de una vez, alegando que en realidad sólo escribe canciones de amor y de su reverso. El viaje emocional de las diez canciones se convirtió en una especie de canon para ciertos discos de indie de guitarras; la pista de las delicadas melodías vocales de Gedge puede seguirse fácilmente, por ejemplo, en las de los primeros Planetas.
El británico sabía perfectamente a dónde iba: su intención era bajar las revoluciones, pero construyendo un disco de pop alternativo con la intensidad y crudeza de la pujante escena underground norteamericana, a partir de la materia prima de la interpretación. Sin trampa ni cartón. Gedge fue pionero en valorar la fuerza atemporal del sonido de un (excelente) grupo en directo, convirtiéndolo en un sello propio. La empresa se llevaría a cabo en los remotos estudios Pachyderm de Minnesota, rodeados de árboles y la nieve de enero. Acababan de fichar por RCA y la buena relación con la A&R Korda Marshall, les dio luz verde para grabar con Albini. Estamos en el efímero momento en la que las multinacionales empiezan a oler dinero en la estética alternativa, y se lanzan a apoyar álbumes insólitos. En cuanto Marshall dejó la compañía tiempo después, The Wedding Present se cayeron de RCA. Casos posteriores como el de Dinosaur Jr certifican que la implicación de las discográficas en la escena alternativa fue un divertido espejismo. Divertido para el público, claro.
La grabación, recuerda Gedge, fue tan sencilla y relajada como las sesiones con John Peel: Albini dedicaba más tiempo a colocar los micros de la manera más eficiente para sacar lo mejor del grupo en directo, que en otras cosas. Aún así, la fuerza centrifugadora de muchas de las guitarras entraba dentro del terreno de lo experimental, en el sentido de ofrecer al oyente una experiencia de crudeza sensorial rara vez explotada en los terrenos del pop (o de otros géneros). Muestra de que no hay por qué arruinar a un sello o volver loca a mucha gente para crear una obra discográfica rompedora. ¿Verdad, Kevin?
Explosiones de guitarras
El caso es que todos los ingredientes cuajaron en un álbum de oscura madurez y fuerza granítica, en el que las baterías asilvestradas, las guitarras eléctricas, los pedales de fuzz sin restricciones y los acoples convivían con el olfato melódico de un Gedge que se atrevió a llevar al extremo su particular planteamiento. Exenta de modas y formatos efímeros, la estética de Albini mejora con los años como el vino añejo. Claro que por encima de todo estaban las canciones: clásicos para la eternidad del pop como “Corduroy”, con sus implacables redobles de batería y su cambio de velocidad en el estribillo, “Dare”, “Suck” o “Lovenest”, con sus explosiones de incontenible furia guitarrística. Nunca el desamor había sonado con semejantes aristas eléctricas, y ese contraste es uno de los grandes hallazgos de “Seamonsters”. Gedge y compañía llevaban todo lo lejos que pudieron la dinámica (o diferencia entre las partes más calmadas y las más estridentes) el volumen y el fuzz de las guitarras como elemento estético del…pop.
Hoy sabemos que el indie británico de aquella década de los noventa caminaría en dirección opuesta a donde quisieron ir Gedge y compañía, que también fueron víctimas de su indómita criatura salvaje. Ni la prensa británica, empezando por el NME (cuya dirección se quedó tan ancha cascándole una nota de un 5) o su competencia Melody Maker, que lo despachó con la famosa sentencia de “Papel de lija para los oídos”, ni muchos fans acostumbrados al truco fácil de la velocidad espídica de “George Best” o “Bizarro” (cuántas veces oímos la chorrada de que The Wedding Present eran unos The Smiths acelerados), comprendieron el viraje a terrenos mucho más maduros y complejos, ni la intención de Gedge de concentrar en disco la esencia de la formación como entidad de directo. Aunque algún despistado lo sigue incluyendo en la categoría de “grunge”, por eso de las guitarras a degüello, hoy figura en todas las listas de los mejores discos de la década: una ironía histórica nada infrecuente.
¿Cómo continuar una obra tan radical, dolorosamente romántica y lacerante como “Seamonsters”, a la postre el mejor disco de la banda en más de tres décadas de actividad partida en dos fases? El cambio generacional apresurado hacia estilos retro y mascados que vendieran más, la marcha del guitarrista Peter Solowka y álbumes menos brillantes como “Watusi” (Island, 94) y “Saturnalia” (Cooking Vinyl, 96) llevarían al vehículo expresivo de Gedge a mutar en Cinerama, con una estética naturalista similar (Albini les grabó con resultados de nuevo estupendos), pero abierta fascinación retro por los sesenta y la estética de aventuras sentimentales imposibles en la Costa Azul.
Hasta que The Wedding Present resucitó en 2005 con “Take Fountain”, que -casualidades de la vida- apostaba por una crudeza comparable a la de “Seamonsters”. Y así, casi hasta hoy, cuando Gedge y su enésima formación celebran el magisterio de su tercer LP con conciertos conmemorativos en los que el vocalista se ahorra sus habituales chistes ingeniosos entre canción y canción. “Seamonsters” no permite ninguna broma.
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