PARTE 1
Los inicios suelen ser inescrutables. Ocurre con la música. Algunos niños empiezan a escuchar música rock con 11 o 12 años por un padre fan de Bob Dylan; un hermano mayor que está al tanto de las últimas novedades; un tío enrollado que de joven tocaba en un grupo haciendo versiones de Status Quo; un compañero de clase con una carpeta llena de pegatinas de música -ahora el equivalente a esa carpeta sería un móvil con temas bajados de Internet o, con mucha suerte, un podcast de Radio 3-; alguien, algo, cualquier cosa puede ser el detonante. A David Bowie, por ejemplo, el aburrimiento de una vida destinada a acabar como funcionario le llevó a escuchar a Little Richard y años más tarde se convirtió en un pulcro mod. El modernismo como vía de escape también pilló a Marc Bolan y otros muchos héroes del glam-rock en plena adolescencia. A mí me tocó un primo. En 1992 Óscar se volvía loco con U2. Tenía 20 años, 9 más que yo. Ponía la cinta de Achtung Baby en el coche y cantaba el estribillo de Ultraviolet o Misterious Ways de camino a la playa y todos cantábamos con él. Si te atrevías a criticar a Bono era capaz de frenar en seco en mitad de la carretera. No volvía a poner el coche en marcha hasta que se retirara la afrenta. Para Óscar U2 era sagrado, intocable, la Capilla Sixtina del pop-rock. Gracias a su pasión se me encendió una bombilla en una habitación oscura. Había oído cosas de Queen, Dire Straits, Negu Gorriak, a los grupos que escuchaban mis padres y mis amigos, a R.E.M., a Guns N` Roses, que en 1992 estaban muy de moda, incluso Nirvana, pero nada de todo esto activó mi corazón. Me compré el cassette de Achtung Baby. Y todo cambió. Bono llevaba razón: The Fly suena a cuatro músicos talando un árbol, en referencia explícita a The Joshua Tree, el disco que los catapultó a la fama mundial en 1987. En el videoclip Bono era otro Bono. Vestido de cuero de arriba abajo con unas gafas enormes, el pelo peinado hacía atrás y la voz distorsionada. Una mezcla entre Elvis Presley, Jim Morrison, Lou Reed y Ziggy Stardust.
Achtung Baby o cómo talar un árbol
Cuatro músicos talando un árbol. No había mejor forma de describir la revolución. Tras el primer concierto de la gira Zoo TV en Lakeland, Florida, en febrero de 1992, a Bono le hicieron una breve entrevista en MTV -cuando MTV era lo que decían sus siglas, una televisión musical- y le preguntaron por qué no habían tocado canciones antiguas, emblemas como New Years Day, Sunday Bloody Sunday o I Will Follow, que los fans esperaban como agua de mayo. “No nos apetecía. No es lo que sentimos que tenemos que hacer en este momento. Estamos en Zoo TV. Es dónde estamos”, dijo lacónicamente. Durante los siguientes meses hubo pocas concesiones a la nostalgia. En los setlist se reproducía Achtung Baby al completo con excepción de Acrobat, que nunca la han tocado en directo y, So Cruel, fuera del repertorio habitual. No solía haber nada anterior a 1984. Un puñado entre 1984 y 1989. Todas las noches Lou Reed salía en las pantallas para cantar Satellite of Love junto con Bono y reivindicando así el uso de las nuevas tecnologías. A medida que la gira fue avanzando, el repertorio de los 80 se fue haciendo cada vez más residual; había que hacer hueco a los nuevos temas de Zooropa que, además, encajaban como un guante en el imaginario Zoo TV.
U2 no miraba atrás. Besaba el futuro. Los últimos conciertos fueron a finales de 1993 en Tokio. La profecía de Bono en la Nochevieja de 1989 como telón de cierre de Lovetown Tour, epítome de la americanización del grupo, se había cumplido. "Nos hemos divertido los últimos meses descubriendo música de la que no sabíamos mucho. Seguimos sin saber mucho sobre esta música, pero nos lo hemos pasado muy bien. De todas formas, gracias por habernos acompañado. No hubiera sido lo mismo sin vosotros. La otra noche intentaba explicar una cosa, pero puede que no me explicara bien. Esto es el final de algo para U2. Por eso estamos haciendo estos conciertos y hemos montado una fiesta. No es gran cosa. Es solo que tenemos que irnos y soñarlo todo de nuevo”.
El revival de The Joshua Tree nació en una resaca
Entre The Joshua Tree y Pop hay 10 años de diferencia, pero media un abismo. Son dos bandas distintas, contrapuestas en cierto modo. Si con Achtung Baby talaron un árbol, Pop era el Katrina que iba a barrer el desierto de Mojave, una nueva vuelta de tuerca, una manera de seguir marcando paquete en los años 90 sin preguntarse qué había sido de los chalecos, las banderas blancas y las producciones engoladas de Steve Lillywhite. Prescindieron de Brian Eno, el artífice de las dos grandes revoluciones sonoras de U2 en 1984 y 1991, y ficharon a Howie B, un dj en boga y productor musical conocido por su trabajo con Bjork, que junto con Flood armó el giro dance del grupo. Wake Up Dead Man, la pieza que cerraba el disco, parece un lamento, un grito de ayuda desesperado a Dios a medio camino entre el country y el pop electrónico: “Jesus, Jesus help me / I´m alone in this world /and a fucked up world it is too / Tell me, Tell me the story / The one about eternity / And the way it's all gonna be / Wake up, Wake up dead man”. Habría sido el epílogo perfecto de un grupo obsesionado con el significado de la religión y en constante búsqueda de sí mismo. Si U2 hubieran abandonado su actividad musical en 1997 los cuchillos no habrían salido del cajón de la cocina. Hasta entonces, con errores y aciertos, los irlandeses habían sido fieles a su ideario progresista. Un disco nunca era igual que otro. Nada de mirar al retrovisor. Nada de psicoanálisis. En cada entrega, aunque con matices muy distintos y resultados dispares, U2 siempre había aportado algo nuevo. Se subieron al carro del post-punk en Boy (1980); se untaron colonia del cáliz de Cristo por todo el cuerpo en October (1981); se creyeron Joe Strummer subido a un carro de combate en War (1983); descubrieron a Brian Eno y sus polvos mágicos en The Unforgettable Fire (1984); se volvieron épicos y grandilocuentes en The Joshua Tree; excavaron en las raíces del rock and roll en Rattle & Hum (1988); Achtung Baby (1991) era la versión para todos los públicos de lo que estaban haciendo Primal Scream, The Jesus and Mary Chain y Stone Roses; Zooropa (1993) es lo más cerca que han estado nunca de Kraftwerk; y Pop (1997) era kitsch, arriesgado y transversal.
Por su carácter genuino e insobornable, Pop es el último buen trabajo de U2 y Please, su diamante, una inteligente adaptación de Sunday Bloody Sunday que en los conciertos enlazaban mágicamente con Where The Streets Have No Name. Pero con Pop, ¡ay!, también llegó el coscorrón. Las nuevas canciones habían irritado a muchos y los fans del chaleco se quedaron definitivamente descolgados. Aunque entró en el primer puesto en cerca de 30 países, entre ellos España, dejó al público descolocado, sobre todo en Estados Unidos, que no reconocía a los autores de With or Without You, y rápidamente se desinfló en las listas de ventas. No agotaban las entradas para sus conciertos, el punto fuerte de un grupo consagrado al stadium rock. La crítica musical tampoco encajó el cambio con alegría y Pop ha quedado, injustamente, como un álbum incomprendido, rozando el fracaso. Alternaron ocurrencias asombrosas como llevarse un supermercado de gira -Popmart Tour era una crítica al consumismo- con cagadas monumentales. En la parte que se supone que The Edge hacía un divertido karaoke con el público (normalmente Daydream Believer de los Monkees) decidieron que en Barcelona fuera La Macarena de Los del Río. Las polvaredas que se forman por las pitadas al himno español en la Copa del Rey tuvieron aquí su equivalente de rock de estadios. El problema, sin embargo, no era Pop, sino una serie de decisiones capitales que rodearon a Pop (Discoteque como carta de presentación, el chorreo de singles, el retraso en la publicación del disco, no hacer promo, cerrar la gira antes de terminar el álbum, el fiasco de Las Vegas…). Su resaca fue letal. Después de esto se acabaron los experimentos. Arrancaron la hoja que habían escrito en los años 90, hicieron una bola con ella y la arrojaron a la basura. Por primera vez, U2 iba a empezar a mirar atrás en lugar de hacia adelante. Y mirar atrás significaba despojarse de ironía y cinismo, coger una biblia en una mano y una varita que dice Save The World en la otra. América a un lado, al otro Europa y allá a su frente las arrugas reflejadas en el espejo.
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