-¿Tú te crees que entrevistar a U2 es como entrevistar al Fary?
José Antonio Pérez le dijo a su jefe que no había forma de contactar con ellos. Ningún medio canario había conseguido arrancarles una palabra. U2 fue una tumba durante los días que pasaron en la isla, aprovechando un parón en las sesiones del disco “Achtung Baby”. Bono y compañía se habían desplazado a los carnavales de Tenerife en febrero de 1991 para sacarse unas fotos con Anton Corbjin, palpar su ambiente festivo y, tal vez, utilizar algunas imágenes en futuros videoclips. El resultado se tradujo en la icónica portada del disco y también en los fotogramas que salpicaban el vídeo de “Even Better Than The Real Thing”, donde se mostraba a un grupo renovado, muy distinto, en muchos casos opuesto, del que se había dado a conocer en los años 80. ¿U2 sonando a T. Rex? ¿En serio? En un golpe de suerte, el periodista logró una curiosa entrevista que se emitió en la emisora Radio club de Los 40 Principales con un Bono guasón que decía cosas como la siguiente: “Ah, ¿esto es Canarias? Pensaba que estábamos en Madrid”.
En realidad, estaban en plena metamorfosis. La historia de “Achtung Baby” no había empezado en los estudios Hansa de Berlín, como se suele repetir machaconamente. Tenerife, fue un alto en el camino, un divertido receso, como una gasolinera con happy hour en una larga travesía. La génesis tuvo lugar casi dos años antes, el 30 de diciembre de 1989. Se estaban despidiendo de la década con cuatro conciertos durante la gira Lovetwon tour en el antiguo Point Depot de Dublín, el actual pabellón O2 Arena. Tras el baño de masas de ”The Joshua Tree”, se adentraron aún más en el imaginario norteamericano de la mano de “Rattle & Hum” donde participaban, entre otros, Bob Dylan y BB King. U2 se habían americanizado de tal manera que no se reconocían. Habían perdido su identidad entre sombreros cowboys y botas camperas.
Durante la intro de “Love Rescue Me”, uno de los cortes más convencionales de “Rattle & Hum”, Bono soltó un discurso. Sonaba raro, como si no viniera a cuento, una suerte de despedida largamente premeditada. “Nos hemos divertido mucho los últimos meses descubriendo un tipo de música con el que no estábamos muy familiarizados y del que todavía no sabemos mucho (…). Se lo intenté decir a la gente el otro día, quizás de manera equivocada. Pero esto es el final de algo para U2. (…) No es gran cosa; solo tenemos que marcharnos y volver a soñarlo todo de nuevo”. 22 años después, el documental “From The Sky Down” (2011, Davis Guggenheim) rememora la accidentada grabación del disco en Berlín con el grupo al completo. Aquellas proféticas palabras de Bono -en un claro guiño a Luther King- volvieron a recobrar sentido: ”Achtung Baby” había alumbrado una nueva banda de rock, de acuerdo, pero también les dio cuerda para rato. “Es la razón por la que aún estamos aquí”, reconoce el vocalista mientras de fondo explota el solo de The Edge en “The Fly”. Es el sonido con el que se talaba el árbol que enjauló a un grupo de rock mainstream.
Pero U2 ya eran otros. Querían ser otros. Tras seis LPs y habiendo cumplido 30 años se marcharon en otoño de 1990 a seguir los pasos de David Bowie en Berlín durante los años 70. La idea era reclutar al tándem formado por Brian Eno y Daniel Lanois que tan buenos resultados les había dado en el pasado, especialmente en “The Unforgettable Fire”. Entonces, en 1984, también estaban en un callejón sin salida y decidieron dejarse llevar y abrirse a otros caminos más pop. Desde sus inicios post-punk, no habían reparado en la música que sonaba a su alrededor y que podía resultar excitante. En su momento, U2 querían ser los nuevos Joy Division: Martin Hannett produjo su primer single en 1980, “11 O´Clock Tick Tock”. Pensándolo bien, enclaustrarse tenía todo el sentido. ¿A quién puede interesarle el synth-pop, el indie, The Smiths o el garaje revival cuando vendes discos como churros y llenas estadios de fútbol?
The Edge había puesto sus ojos en la música que se cocía en Inglaterra. Las bases house y el rock se habían fusionado sobre un mar de éxtasis dando lugar al sonido Madchester. Entre 1987 y 1990 un maravilloso cóctel de música 60s, indie y funk dio lugar al debut de The Stone Roses y The Charlatans, New Order y Happy Mondays tocaron el cielo con sus álbumes más exitosos y el llamado segundo verano del amor se desarrolló en una ciudad de cielo plomizo con un local industrial, ahora encumbrado a mito, The Hacienda, como testigo. En menos de un año Europa había dejado de estar dividida en dos mitades y Berlín, paradigma de la desunión, se antojaba como el escenario idóneo para el reinicio. “La idea de grabar lejos y marcharnos fuera de casa siempre había estado en el ambiente y creo que Hansa era nuestro primer candidato”, afirma Paul MacGuinnes, el manager de U2 de toda la vida. “Queríamos ir a un sitio en el que hubiera una colisión cultural”, añade Brian Eno. “Hay tensión natural en Berlín”, completa Bono.
La primera piedra se puso, no obstante, en casa. Las maquetas y versiones primigenias de “Misterious Ways”, por ejemplo, aún muy lejos de su versión final, se registraron en Dublín en mayo de 1990. Era el punto de partida. Una rareza absoluta como “Alex Descends Into Hell For a Bottle”, sonido industrial de carácter instrumental, se convirtió en la banda sonora de una versión de “La naranja Mecánica” que representaba la compañía Royal Shakeapeare. U2 no solo estaba oscureciendo su sonido, sino que no le importaba aportar matices electrónicos. La versión de “Night and Day”, el clásico de Cole Porter, es un buen ejemplo de la reconversión de los irlandeses y a menudo se le señala como prefacio del LP. Es la canción puente junto con, no lo olvidemos, “God Part II”, que no se sabe muy bien qué pintaba en 1988 en “Rattle & Hum”.
Berlín, tan lejos tan cerca
Berlín es la ciudad de los coches Trabant de la Alemania comunista, donde Iggy Pop y Bowie se hicieron colegas de correrías y un alemán llamado Wim Wenders filmó en 1993 uno de los vídeos más hermosos de los irlandeses, “Stay (Faraway, So Close)”. La historia sobre la grabación del disco está trufada de desencuentros, conflictos sobre la dirección que debían tomar y un aire enrarecido que casi salta por los aires con la ruptura del grupo. Es como si el ambiente catártico de una nueva Europa se hubiera vuelto en su contra con la fuerza de un bumerán. “Bono quería hacer un disco de rock europeo”, señala Daniel Lanois en una célebre entrevista concedida a una radio años más tarde donde se dedica a rebajar los cuchicheos y el drama. Él estaba allí y vio la crisis con sus propios ojos, pero decide no hurgar en la herida. “Cuando entro a un estudio bajo la cabeza, intento ser creativo y trato de apoyar la filosofía del grupo. Hago mi trabajo y me mancho lo menos posible. No recuerdo que fuera ni más ni menos duro que otro disco de U2 con el que (Brian Eno y yo) habíamos trabajado”.
Lo que realmente pasó en Berlín, según el reputado músico y productor canadiense, es mucho menos morboso. La llave de toda la revolución udosiana fue un concepto acuñado por él -flesh and machine (carne y máquina)- y que básicamente consiste en rebajar la épica de los creadores de “Pride” hasta llegar a un punto más comedido añadiéndole las necesarias dosis de experimentación. En 2015 insistió sobre esta idea en el periódico El País: “No sé de dónde se sacó tantos conflictos el director [Davis Guggenheim], que hasta insertó animaciones metafóricas en forma de muros en el estudio. Yo no lo recuerdo así, sólo lo arduo de las distintas tomas: vas probando ideas y pinchando en hueso hasta que aciertas”.
“Aprendí a mentir”, dijo Bono en 1992. Para entonces había construido un personaje antitético al que en los años 80 agitaba la bandera blanca en los conciertos. Se puso unas gafas oscuras que se convertirían en marca de la casa, se calzó unos botines negros y se agenció una chaqueta negra. Bono molaba o a eso aspiraba. Jugaba a ser una estrella del rock, muy influenciado por Lou Reed, Jim Morrisson, Elvis Presley y, por supuesto, David Bowie. El Bono ingenioso, descarado y cool que ya se intuía en la entrevista de Tenerife se destapó en la posterior gira Zoo Tv tour. A la pregunta de por qué no tocaban los grandes clásicos del grupo en sus conciertos, respondió con un gancho en los morros: “Porque no nos da la gana. No nos sentimos parte de eso ahora mismo. Estamos inmersos en Zoo TV, como creo que lo están los auténticos fans del grupo. Puede que así perdamos algunos de ellos, pero no los necesitamos”.
El zumbido de una mosca
“The Fly” fue la aparatosa carta de presentación de “Achtung Baby” con la que en octubre de 1991 se expulsó a la vieja guardia y captaron a una nueva legión de fans. Automáticamente se convirtió en el alter ego de Bono, una estrella del rock que se mofa de aquellos que se toman demasiado en serio, empezando, y esto era lo interesante del asunto, por él mismo. “Con este disco sabíamos que no queríamos repetir algunas cosas. Había un tipo de canción que no queríamos escribir y todo el proceso que pasamos en Berlín y más tarde en Dublín nos llevó por dónde queríamos”, señala The Edge.
Canciones como “So Cruel” o, sobre todo, la archiconocida “One” ayudaron a modelar el trabajo. Todos los implicados están de acuerdo en que las piezas de aquel caótico puzle encajaron muy al final, después de Berlín y después de los carnavales de la capital chicharrera, en una casa alquilada en Dublín. Una canción que terminó arrinconada como cara B, “Lady With The Spinning Head”, reunía curiosamente buena parte del alma del disco. De ahí se extrajeron distintos fragmentos que acabaron incrustados en “Zoo Station”, “The Fly” y “Ultraviolet (Light My Way)”, esta última muy favorita de los fans. Para redondear el periplo y alimentar el mito de álbum problemático, el grupo perdió un montón de cintas con distintas tomas de las canciones y que para algunos tienen más valor que otros discos oficiales del grupo. Están los fans de U2 y a los que les entusiasma “Achtung Baby”, que no necesariamente coinciden. Se terminó de mezclar en verano de 1991 en los estudios Windmill Lane de Dublín con la participación de Eno, Lanois, Flood y, un viejo conocido, Steve Lillywhite.
1991 fue un año extraño para la música rock. Thurston Moore, de Sonic Youth, lo apadrino como “The Year Punk Broke”, que dio nombre al icónico documental de la banda neoyorquina. Nirvana conquistó el mainstream desde el grunge y del llamado nuevo rock americano que se había cocinado en los 80 emergió REM. Dos años antes de la irrupción del britpop, Primal Scream y Massive Attack parieron sus obras maestras, mientras que Kevin Shields redifinió el shoegaze a lo grande con My Bloody Valentine. U2 hicieron el camino inverso: domesticaron su lado más comercial y se volvieron modernos. Se entregaron a la ironía y por una vez la crítica los tomó en serio. Todo lo que sabíamos de U2 era mentira y “Achtung Baby” es la prueba de ello.
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