El cineasta californiano ya documentó la trágica existencia de Karen Carpenter en “Superstar. The Karen Carpenter Story” (87), dirigió el videoclip de “Disappearer” de Sonic Youth en 1990, se adentró en el fenómeno glam rock con “Velvet Goldmine” (98) y abordó desde una visión poliédrica la figura de Bob Dylan en “I’m Not There” (07).
Como no podía ser de otro modo, su película sobre Lou Reed, John Cale y compañía, no es un documental al uso, sino que se perfila como la experiencia visual definitiva sobre la que posiblemente sea la banda más influyente en la historia del rock, después (claro está) de The Beatles. Al menos, la más influyente en el ámbito del rock alternativo o independiente. De eso no hay duda. Aprovechamos su paso por el festival de San Sebastián hace solo unos días para charlar con él por zoom durante un cuarto de hora.
He leído que el trabajo para este documental te salvó la vida durante los días de confinamiento. ¿Pero cuándo fue el momento en el que tuviste claro que lo harías?
El proyecto me llegó cuando Laurie Anderson estuvo actualizando los archivos de Lou Reed para la biblioteca pública de Nueva York. Sobre esa época, ella estuvo en conversaciones con la gente de Universal, que son quienes controlaban los masters, y fueron ellos quienes le preguntaron si sería un buen momento para hacer una película sobre The Velvet Underground, que pudiera tratar más en profundidad sobre la banda, y en caso de ser posible, qué directores serían de su agrado. Me preguntaron si yo estaría interesado, e inmediatamente les dije que sí. Ni me lo pensé.
¿Crees que la imagen de la banda se ha simplificado demasiado con el paso del tiempo?
Creo que sí. Todo lo que acaba siendo canonizado, para bien o para mal, y se convierte en parte de nuestro lenguaje cultural comúnmente aceptado, acaba viéndose reducido y simplificado de algún modo. Pero el hecho de que pasara tanto tiempo hasta que The Velvet Underground llegaran a esa relevancia, su tremenda influencia posterior, creo que describe por sí mismo algo complejo sobre todo esto: era un grupo que no encajaba en ninguna categoría de su época, y esa es la razón por la que mantuvieron luego en el tiempo esa preciosa oscuridad.
"No quería que esta película fuera una simple sucesión de testimonios, que es lo que la mayoría de documentales rock son en realidad".
En gran parte del metraje divides la pantalla en dos partes. A veces, incluso en cuatro. ¿Es esa disposición una forma de rendir tributo a la estética de las películas de Andy Warhol?
Totalmente. El formato díptico que divide la pantalla en dos partes, tal y como estamos tú y yo hablando ahora mismo, es una referencia directa a “Chelsea Girls” (Andy Warhol, 66), que fue rodada así por Warhol. Lo más comercial que hizo antes de las películas narrativas con Paul Morrissey, aunque eran experimentales, rodadas en Manhattan. Warhol usaba proyectores múltiples en sus películas, eran el tipo de imágenes que se proyectaban en los primeros conciertos de The Velvet Underground, en el show The Exploding Plastic Inevitable, con las luces estroboscópicas y los colores fundiéndose: era una experiencia multimedia. Me encanta la forma en la que este formato se convirtió en un emblema del cine experimental de la época.
Hay una grabación de voz de David Bowie, la única vez en que se le escucha a lo largo de la película, en la que dice algo muy clarividente sobre su amigo Lou Reed: que este llevó la narrativa pop de Bob Dylan a un estadio superior, fundiéndola por vez primera en su ámbito con la poesía de Rimbaud o Baudelaire, que es precisamente quien acuñó la cita que destacas al principio del metraje: “la música abraza el cielo” (“Music fathoms the sky”).
Sí, viene de una entrevista que le hicieron, en la que habla de The Velvet Underground. Siempre habló mucho sobre ellos a lo largo de su carrera. Bowie fue el primer artista en versionar sus canciones. Tan pronto como escuchó el primer acetato del primer disco, el del plátano en la portada, empezó a tocar “Waiting For The Man”, y más adelante “White Light, White Heat”, en los shows como Ziggy Stardust. Bowie siempre fue como un proveedor de referencias culturales: la forma en la que adaptó la escritura cut-up de William Burroughs, por ejemplo, de tirar al aire trozos de papel con palabras y luego combinarlas de forma aleatoria, o su curiosidad por diferentes disciplinas artísticas… Yo recuerdo sentirme muy inspirado por él cuando era un niño. Me marcó.
“The Velvet Underground no encajaban en ninguna categoría, esa es su preciosa oscuridad”
Plasmas también con detalle el choque cultural entre el grupo y la escena de la Costa Oeste norteamericana. No podían ser más opuestos al flower power y a la cultura hippie, y eso se nota cuando aparecen ataviados de cuero negro en el Trobadour en West Hollywood y parecen unos perros verdes, o cuando Bill Graham, el gerente de la mítica sala Fillmore de San Francisco, dice que no les traga.
Es un toque de humor, pero que tiene más significado del que parece a primera vista, porque en realidad es algo que nos habla de la rareza [ndr: “queerness”, es la palabra exacta que emplea] que representaba entonces el mundo de la Factory de Nueva York y su escena. Bowie habla de cómo a Lou Reed le han influido Rimbaud o Baudelaire, y esa era una idea muy transgresora sobre la identidad sexual, que no era nada habitual, ni orgánica ni positiva. Sustentaba una oposición a la cultura dominante. Y los hippies, por mucho que fueran jóvenes que llevaran flores en la cabeza y que se considerasen a sí mismos como contracultura, seguían imbuidos de una cultura misógina, sexista y homófoba. Aquel choque cultural ponía a prueba las diferencias entre ellos y lo que representaba The Velvet Underground, y también cuestionaba la profundidad de aquella contracultura.
¿Crees que el Nueva York de los años sesenta es el único lugar en el que podía germinar una banda como The Velvet Underground?
Es una pregunta interesante. Es imposible reescribir la historia, pero si he aprendido alguna cosa mientras hacía esta película es la presencia enorme que la banda tuvo en una ciudad como Boston. Y cómo Boston se convirtió en un reflejo de lo que ocurría en Nueva York, siguiendo la pista de lo que hacía Andy Warhol. Incluso antes de que John Cale dejara la banda ya habían grabado en el Tea Party de Boston, que era como su segunda casa, y tocaron allí infinidad de veces. De hecho, Jonathan Richman nos confiesa en el documental que vio a la banda sesenta o setenta veces, sin necesidad de salir de Boston. Creo que eso desafía la idea de The Velvet Underground como un proyecto totalmente fiel a un único lugar. Eran muy neoyorquinos, por supuesto, pero también muy de la Costa Este en general.
Ya que hablas de Boston y de Jonathan Richman, que es el único músico que aparece hablando de la grandísima influencia que para él supusieron, ¿no tuviste la tentación de hablar con músicos posteriores, gente como Television, Galaxie 500 o The Strokes, por ejemplo?
No, tomé desde el principio la decisión de solo hablar con la gente que estuvo allí. Porque aplicar el criterio de las bandas que han sido influidas por The Velvet Underground es demasiado enorme. Puedes hablar con gente del glam rock, del punk rock, del indie rock, de la new wave y de muchos otros estilos que les siguieron, con escritores, cineastas… No quería que esta película fuera una simple sucesión de testimonios, que es lo que la mayoría de documentales rock son en realidad, con los participantes contándonos por qué la banda es importante para ellos. Quiero que la película permita al espectador experimentarlo por sí mismo. Y sentirlo por sí mismo en su riego sanguíneo. Y no tener a alguien que te diga por qué te has de sentir de este modo o del otro.
¿Fue fácil conseguir las aportaciones de Jonas Mekas (a cuya memoria va dedicado el film), Danny Fields, Allan Hyman, Amy Taubin, Martha Morrison y el resto de gente del entorno del grupo, al margen de los miembros que aún viven?
Bueno, todo lleva su proceso. Tuve plena confianza en la gente de producción de la película y en su infinita habilidad para rastrear todas las fuentes, los lugares, la gente y los derechos de las imágenes, y en Brian O’Keefe, que fue el productor del archivo, además de la persona que puso sobre la mesa la primera lista de películas y directores avant garde que formarían la plantilla sobre la que basar nuestro trabajo. Son un equipo y un material fantástico. Y eso que durante la Covid no fue nada fácil, porque la mayoría de archivos estaban cerrados y hubo muchísimo trabajo en forma de llamadas telefónicas y gestiones.
¿Crees que la clave de la repercusión y la importancia de The Velvet Underground fue la suma de sus partes, la combinación de sus diferentes pero acusadas personalidades?
Sin duda. Es imposible soslayar que las composiciones y sus temáticas, así como su perspectiva sobre el mundo, eran cosa de Lou Reed, pero el sonido y la forma en la que se plasmaban es imposible imaginarlos sin John Cale, el sonido tribal único de la batería de Maureen Tucker, la delicadeza de la guitarra de Sterling Morrison, la belleza zumbante y casi sobrenatural de la voz de Nico… Siempre es la combinación de sus factores lo que hace que una banda sea más que la suma de sus partes. Y fue también así en el caso de The Velvet Underground.
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