1990 es el año de “It must have bee been love” de Roxette, “Nothing compares to U” de Sinnead O’Connor, “Another day in paradise” de Phil Collins, “Pump up the jam” de Technotronic o “Ice Ice Baby” de Vanilla Ice. Pero poco de eso -por no decir nada – impactó en el público rock como la publicación de "Shake Your Money Maker", el disco de debut de una banda de Atlanta que respondía al nombre de The Black Crowes y que, en un primer momento, fueron considerados simplemente como rock sureño.
Esencialmente lo eran, pero en su música y su actitud había mucho más. Es evidente que hacían rock y que eran del Deep South, pero también que en sus actuaciones había cierto poso a The Rolling Stones y una influencia descomunal del rock de los setenta, con The Faces como cabecera, sin olvidar a Aerosmith, Humble Pie, Free, ZZ Top o incluso The Band. Así que para muchos amantes de los sonidos más clásicos, aquella banda de hermanos que luego sabríamos que se soportaban bastante poco y un puñado de desarrapados a los que no querrías encontrarte en un callejón oscuro, y que se atrevían a titular su primer disco como un viejo blues de Elmore James, se convirtieron en lo más importante que pasó en esa década, musicalmente, e incluso en sus vidas.
Ni el grunge, ni el americana, ni el movimiento riot grrrl, ni el renacimiento del hardcore melódico o el punk rock… Nada ni nadie podía ensombrecer a aquellos discos que te trasladaban a tiempos pretéritos con un sonido totalmente actualizado. No eran retros. No sonaban antiguos. Respetaban la tradición, y además la chuleaban. Eran los cuervos negros. Nuestros cuervos negros. Y los hicimos propios. Los defendimos como lo que eran, nuestros. Un grupo diferente que, para empezar, tomaban su imagen de Heckle & Jeckle, las urracas (que no cuervos) parlanchinas de los dibujos animados de Hannah Barbera y a los que la revista Rolling Stone acabó nombrando, a través de las votaciones de sus lectores, mejor nueva banda estadounidense del año. Y es que a finales de ese año el álbum certificó la friolera de once millones de copias vendidas, convirtiéndose en triple platino y, por qué no decirlo, empezando a cambiar la historia.
Mirando a los setenta desde la juventud
Ahora es fácil, pero en los noventa no lo era tanto. En un artículo publicado por El País bajo el título "Por qué los 70 son la mejor década de la música popular", el periodista, buen amigo de un servidor y también redactor ocasional de esta casa, Fernando Navarro, ponía sobre el tapete nombres como los de David Bowie, Lou Reed, Iggy Pop, Neil Young, Patti Smith, Bruce Springsteen, Tom Waits, Elton John o Tom Petty para justificar su elección. Pero, insisto, ahora a todos nos resulta fácil reivindicar el rock de los setenta, pero en 1990 era mucho más complicado.
Los cincuenta eran el momento de los pioneros. Los sesenta la década mágica por excelencia. Y los ochenta habían hecho mucho, mucho daño al rock que no quiso, no pudo o no supo adaptarse a un mundo dominado por los sintetizadores. La música de raíz parecía muerta. Los sucedáneos se lo comían todo y las pistas de baile acababan con las salas de conciertos. Así que para que dos chavales de Georgia decidieran apostarlo todo por los sonidos de bandas que ya hemos citado más arriba había que tenerlos bien puestos. Y lo hicieron. Marcando, en mi opinión, un antes y un después para la música de los setenta diez años después de que acabara la década y, de paso, también para el futuro.
Aerosmith, sus queridos Aerosmith, habían estado a punto de conseguirlo apenas unos meses antes con la publicación de "Pump" (1989). Solo había un problema. Cuando los de Boston renacen con uno de sus mejores trabajos, Steven Tyler, su cantante, cuenta con cuarenta y un años. Cuando los Crowes publican su primer disco, Chris Robinson tiene veintitrés. Así que este podía no solo arrastrar a los que empezaban a peinar canas o directamente tenían problemas para peinar algo, sino también a la gente joven y eso, en tiempos de la MTV, era básico para salir adelante.
No reventaron las listas de éxitos, está claro (las de ventas sí, porque "Shake Your Money Maker" llega hasta el número 4). Aunque con su segundo disco, "The Southern Harmony And Musical Companion" (1992) llegaran a un nada desdeñable número dos en las listas genéricas de éxitos, y con "Amorica" (1994), su tercer trabajo, al ocho. Pero no eran grupo que se prestara a eso. Sus singles tampoco lo “petaban”. El que más lo hizo fue “Remedy”, la punta de lanza de su segundo trabajo, que se alzó hasta el veinticuatro.
Otra cosa eran las listas de rock. Allí sí que podían competir. Y canciones como la citada “Remedy”, “Twice as hard”, “Jealous again” o su versión del “Hard to Handle” de Otis Redding se habían partido el cobre por los primeros puestos junto a grupos como Jane’s Addiction, Bon Jovi o R.E.M., otra banda sureña atípica. De hecho, en 1991 solo la celebérrima “Losing my religión” acaba por delante de su “She talks to angels” en cuanto a la puntuación media de presencia en los charts de rock. Algo que probablemente pondremos en más en perspectiva si vemos que “Smells like teen spirit” de Nirvana aparece en el puesto cinco o “Enter Sandman” de Metallica en el nueve.
Así se convirtieron en héroes generacionales. No nos repetiremos, pero no todo el mundo encajaba con la tristeza y densidad del grunge o con la inmediatez del punk rock, por citar algunos estilos en boga de todo el mundo. Los Crowes fueron su oasis. Sin girar la mirada a los orígenes, ni a los siempre ensalzados sesentas. Olvidando los ochentas y quedándose con la década de las grandes voces. La de Rod Stewart, Frankie Miller o el citado Steven Tyler. La década de los riffs de guitarra de Jimmy Page, Pete Townshend, Eric Clapton, Eddie Van Halen o Jeff Beck. Y así escribieron su camino.
Pequeña clase de historia
La primera vez que oí hablar de The Black Crowes fue en el programa Tarda, Tardà, dirigido y presentado por el desaparecido Jordi Tardà, en Catalunya Ràdio, emisora de radio de la corporación catalana de radiotelevisión. La segunda fue en la clase del instituto, cuando un compañero se ofreció a grabarme una cinta de casete con los temas que justamente había puesto Tardà. La tercera en la revista Popular 1. Así empecé a conocer a una banda cuyo sonido parecía nacido de "Exile on main Street" o "Sticky Fingers" de los Stones, para pasearse sin rubor por el blues, el country, el gospel, el soul y cualquier música de raíz americana.
Nacidos a mediados de los ochenta como Mr. Crowe’s Garden, el grupo lo lideran los hermanos Robinson, Chris (voz) y Rich (guitarra), a los que en una primera formación – los cambios de miembros serán constantes en toda su carrera – se unen Jeff Cease a la guitarra, Johnny Colt al bajo y Steve Gorman a la batería. Debutan con el apuntado "Shake Your Money Maker", un pepinazo descomunal de rock and roll producido por George Drakoulias y con el mismísimo Chuck Leavell, miembro de los Allman Brothers, y colaborador de sus Satánicas Majestades colaborando en los teclados.
Cuando publican su segundo trabajo, en 1992, Cease ya ha dejado su puesto de guitarrista a Marc Ford y Edie Harsch se ha incorporado como teclista fijo. Incidiendo en las raíces, el disco es otra maravilla, atreviéndose incluso a hacer suya el “Time will tell” de Bob Marley. Con "Amorica" (1994) cambian la producción de Drakoulias y optan por Jack Puig. Siguen sonando a Stones y Faces, pero también a ellos. Este, de hecho, se convierte en el favorito de los seguidores que buscan menos inmediatez en su música.
"Three Snakes & One Charm" (1996) no cambia las cosas. Son un grupo asentado, llegan al número 15 de las listas sin problemas y todo parece ir bien, aunque la realidad es otra. Los conflictos entre ellos son constantes. Los hermanos no se tragan, hay abusos de diversas sustancias, y los egos empiezan a hacer mella. El primer damnificado, merecidamente, es Marc Ford, al que dan puerta en 1997 por su adicción a las drogas. Un año después, Johnny Colt también abandona el barco y Sven Pipien ocupa su puesto.
Tras su fichaje por Columbia en 1999 optan porque su siguiente disco, "By your Side", sea producido por Kevin Shirley que les da un giro hacia Led Zeppelin, sin abandonar sus influencias habituales. Prueba de ello es su unión con Jimmy Page que da como resultado en 2000 "Jimmy Page and The Black Crowes. Live at The Greek" fruto de sus actuaciones junto a uno de sus grandes ídolos. Poco duran en Columbia y en 2001, con V2, publican "Lions", su trabajo más psicodélico, con Don Was produciendo. Tras él, y la publicación de "Live" (2002) el grupo anuncia el primero de sus muchos parones. Habrá que esperar a 2008 para su vuelta con el excelente "Warpaint" y 2009 con el inconmensurable "Before the frost…until the freeze". Si quieren un resumen de lo que es una banda de rock americano clásica en el nuevo milenio, este es su disco.
Y ¿entonces qué pasó?
No son pocos los que consideran a The Black Crowes los últimos de una estirpe. Como si lo suyo no hubiera calado. Como decíamos antes, un oasis en el desierto. Y creo sinceramente que se equivocan. Es evidente que, sin ellos, The Quireboys, en activo desde 1984, no hubieran podido asomar su cabecita también a principios de los noventa. Igual que los Diamond Dogs de Sulo Karlsson, que dan sus primeros pasos en 1993 a rebufo de los cuervos, creando también cierta tendencia en el rock escandinavo heredero por supuesto de los Hanoi Rocks. Un grupo en cuya vuelta a los escenarios, en 2001, tras su separación en los ochenta, también tuvo mucho que ver lo que habían hecho los Robinson y compañía. Que Dan Baird es un hacha no tiene discusión. Que los Georgia Satellites estaban ahí resistiendo antes que los Black Crowes es palmario. Pero que en el inicio de la carrera de este en solitario tuvo mucho que ver nuestra banda protagonista es algo que Baird ha reconocido públicamente.
Y ¿el Americana? ¡Ah! ese cajón de sastre en el que cabe todo, incluido a ratos la música de los picudos. Pienso que sin The Black Crowes difícilmente hubiéramos tenido Counting Crows, Blues Travelers, North Mississippi Allstars o, más recientemente, Blackberry Smoke o Rival Sons. Y me atrevo a decir que los jóvenes de los noventa difícilmente hubieran llegado a grupos clásicos como Little Feat, Bad Company o Bob Seger & The Silver Bullet Band sin esa puerta de entrada. Claro, ésta ya me la sé. Como Elvis. Si no hubieran sido ellos, habrían sido otros. Pero el caso es que, miren por dónde, fueron ellos. Ustedes, queridos y queridas cenizos, no pueden garantizarme que “esos otros” hubieran llegado, igual que no pueden demostrarme que si no hubiera sido Elvis, otro hubiera unificado la música blanca y negra y hubiera acabado de dar forma (que no inventar) el rock and roll. Yo sí puedo dar pruebas que, como mínimo, nos lleven a discutir ambas cosas. Así que, como esto va de órdagos, lanzo el último. Sin The Black Crowes, los mismísimos Rolling Stones nunca hubieran grabado como lo hicieron su directo "Stripped" (1995), su último gran disco. Ahora, discutan y, sobre todo, hagan juego.
Eduardo Izquierdo
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