El norteamericano parecía estar muy lejos del prototipo de rockero desfasado que vive peligrosamente entre narcóticos, botellas de alcohol y excesos. Al menos de puertas para afuera. Pero tampoco hay que buscar razones: cuando a uno le llega la hora, le llega. No hay más.
Las desoladas y numerosas reacciones que ha suscitado su repentino y trágico deceso a los sesenta y un años, a pocos días de la publicación del nuevo disco de su veterana banda Shellac -qué drama para sus compañeros Bob Weston y Todd Trainer-, ponen de manifiesto tanto su inmenso legado como su calidad humana. De Thurston Moore a David Gedge, PJ Harvey, Jason Narducy, Jarvis Cocker, J Mascis, Stuart Braithwaite, Breeders, The Cribs…la aristocracia del underground y no tan underground (y no sólo los que trabajaron con él) ha mostrado su tristeza y perplejidad a través de posts más o menos elaborados. A nivel local, la comunidad underground de Chicago ha sufrido un golpe devastador. Y Primavera Sound se ha quedado súbitamente sin su grupo residente en tantas ediciones memorables…Veremos qué pasa con el estudio.
En lo técnico, resulta irónico que el hombre que se hartó de despotricar contra la figura del “productor” intervencionista -la figura ajena al grupo que impone sus decisiones-, haya sido despedido en numerosos obituarios como “productor”. Sin embargo, no es menos verdad que su huella en todos y cada uno de los discos que grabó en estos casi cuarenta años, bastantes de ellos sublimes, de “Surfer Rosa” a “In Utero”, “Rid of Me” o “Further Complications” es inconfundible. No, Albini estaba lejos de ser invisible. En realidad es imposible serlo en un oficio que tiene una parte técnica y otra artística, de pura estética sonora. Nos gustan cómo suenan unos discos y no otros, él no era ninguna excepción. En este sentido, tenía las cosas clarísimas. Quienes grababan con él lo sabían.
Y es que el hombre que dijo sin bromear que el ingeniero de sonido no es más importante que un fontanero, el técnico que grababa vestido con un mono industrial con el logo de su estudio como declaración de intenciones, el tipo que le quitó toda parafernalia y charlatanería barata a su oficio (que existe, cierto), imprimió su estética en los incontables discos que hizo: de The Jesus Lizard a The Breeders, Mogwai, Jason Molina, Jarvis Cocker o el hijo de Paul McCartney…no sólo sus tarifas eran sorprendentemente baratas comparadas con las de otros estudios y “productores” -Albini hacía eso tan raro de predicar con el ejemplo-, sino que los artistas buscaban su sello legendario para sacar la máxima crudeza y espontaneidad a las tomas. Y no se me ocurre un técnico, ingeniero, “productor” o como le queramos llamar, más influyente ni conocido que él en estas últimas décadas. El “anti-productor” hizo algunos de los mejores álbumes de los últimos treinta y cinco años, trabajando directamente con bandas y artistas. Y él está presente en cada segundo, con sus obsesiones y sus gustos.
Su poder de fascinación y magisterio para grabar sin ningún aditivo ni tontería -sus baterías con mucho ambiente de sala, por ejemplo, son inconfundibles- llegó hasta España: grupos de aquí como 12Twelve, La Habitación Roja, La M.O.D.A. o Doble Capa hicieron el peregrinaje a la gélida capital de Illinois para inmortalizar algunas de sus canciones de la forma más cruda y (perdón por la licencia) veraz, e imprimiendo en su música el marchamo de autenticidad del legendario técnico. De una cosa estoy seguro: serán álbumes por los que no pasará el tiempo. La ausencia de artificios lo garantiza.
La vocación musical le había llegado muy tempranamente, gracias a The Stooges, Ramones y el punk. Natural de California pero criado en Missoula, Montana, y estudiante de periodismo, en los ochenta se zambulló en la escena underground local. Desde su base en Evanston, Illinois, Big Black se convirtió entre 1982 y 1988 en una de las bandas más radicales del post-hardcore local. Nadie había apostado por hacer punk con una primitiva caja de ritmos. Finiquitado el grupo, se aventuró en otra aún más provocadora, Rapeman, cuyo nombre y títulos de canciones difícilmente pasarían el corte en una era en que hay grupos que se rebautizan para no molestar a nadie.
De todas formas, Rapeman no duró mucho, y además Albini no tenía suficiente con tocar la guitarra y berrear: fascinado por el proceso técnico de grabación de la música en una década en la que los trucos de estudio y el máximo control habían esterilizado una buena parte de lo que se oía había empezado a grabar bandas emergentes poniendo en práctica su habilidad colocando los micrófonos y unos conocimientos que iba refinando a una velocidad pasmosa. Su referente era el británico John Loder, partidario de grabar en vivo y rápidamente, sacando máximo partido al equipo, pero sin perder el toque humano. Albini quedó fascinado por su enfoque en una sesión de Big Black.
El joven ingeniero aplicaría lo aprendido en el inmortal debut de Pixies “Surfer Rosa”, que le convirtió en icono la escena de su país cuando era ridículamente joven. Fue Kurt Cobain quien en 1993 decidió despojar al tercer disco de Nirvana de todo el brillo artificial, como manifiesto contra la fatuidad de la industria, recurriendo a este técnico emergente un poco mayor que ellos. Albini aceptó trabajar con la banda más famosa del momento, con la condición de tratar con ella directamente, sin intermediarios. El resultado fue un LP histórico, aunque las mezclas de “In Utero” le sonaron tan radicales al sello que fueron rehechas por otro técnico, Scott Litt y se suavizaron algo con la masterización. Albini tendría la oportunidad de hacer las suyas con las ediciones conmemorativas. En todos estos años se negó a cobrar royalities “inmorales” por aquel trabajo. Perdió cientos de miles de dólares.
Apenas pasados los treinta Albini era ya una estrella del gremio, con un estatus casi legendario. Requerido por artistas y bandas para que trabajara con ellos en estudios punteros como Pachyderm. Pero en lugar de distraerse con fatuidades o buscando un hueco en el mainstream, el músico se volcó en su nueva banda Shellac -trío de rock asilvestrado tan preciso como un mecanismo de relojería-, y en crear de la nada, en un viejo edificio de ladrillos de Chicago, un estudio con los más altos estándares: Electrical Audio. En su punto de mira no estaban ni grupos de millonarios ni snobs, sino la joven comunidad de bandas de rock, punk y similares de su ciudad, su país, y finalmente el mundo entero. Contra todo pronóstico la estrategia le funcionó, y en estos 27 años desde que el estudio abriera sus puertas, no paró de trabajar grabando a cientos de artistas de todo tipo y tamaño. Literalmente, hasta el último día. Electrical Audio sigue siendo uno de los mejores estudios de grabación del planeta.
Como en cualquier vida, no todo ha sido de color de rosa, claro. En 1990 renegó de Sonic Youth cuando estos firmaron con la multinacional Geffen -su purismo en este sentido siempre me ha parecido un poco injusto, teniendo en cuenta lo difícil que es vivir del aire y menos en su país-, con una polémica que dejaría huella, como ha demostrado el extenso comentario de Thurston Moore en Instagram. Otro borrón: no consiguió llevar a buen puerto “In on The Kill Taker” de otros míticos de la integridad, Fugazi. La banda de Washington empezó a grabar con él, parecía una combinación ganadora, pero recularon a mitad del proceso. Albini alegaría años después que la reacción emocional ante lo que estaba grabando se había interpuesto con su fría capacidad técnica. El melómano amante del punk se había impuesto al fontanero.
Y es que por encima de todo, el norteamericano era un amante incondicional del sonido y la música, así como apasionado de la personalidad del artista y su radical independencia. Abogaba por tener un trabajo normal para poder ser realmente autónomo, en lugar de depender de contratos leoninos y letras pequeñas de sellos. Sostenía que un músico no tiene nada de especial en relación a cualquier otra persona como para pretender dedicarse en exclusiva a su arte. Sus gustos musicales eran extremos y raros, admitía. Su objetivo era revelar la verdad, lo auténtico, lo opuesto a la impostura, por escurridizo y discutible que esto suene en tiempos del trap y el auto-tune. Y lo hizo, grabando a todo tipo de artistas: de la doliente cantautora Nina Nastasia a los exquisitos The Auteurs, del prolífico Ty Segall a Manic Street Preachers, Low, The Stooges (con su despedida) o los paladines japoneses del post-rock canónico MONO. Por no hablar de cientos de bandas desconocidas. Con muchos de los artistas cimentó una relación estrecha, como rara vez se produce en la industria. La escala humana, personal, era esencial para él.
En todos estos años, como músico y (perdón) “productor”, Albini se convirtió en prestigioso defensor de la música como expresión genuina y pura de las personas. Para él la interpretación espontánea dentro de unos límites temporales (y, por tanto, monetarios) era innegociable. Su trabajo era capturar la esencia misma del artista en cinta, el formato físico que luego podría archivarse. No entendía que se concibiera como producto clínicamente elaborado en un laboratorio sin mirar el reloj y almacenado en un disco duro. Por eso detestaba tanto el misticismo sobrevalorado del perfeccionismo (es decir, marear la perdiz en el estudio), como buena parte de la electrónica y el software hoy omnipresente. Fue -y es- un referente como muro de contención contra su corporativización y banalización por herramientas tecnológicas que no sólo desvirtúan su esencia, sino que la hacen mucho más perecedera -como demuestran tantos discos de los noventa que hoy apenas se pueden escuchar-. Apuesten a que el insufrible auto-tune no pasará el corte de los años.
Ciertamente su austero ideal era eso, un ideal. Tan necesario en este mundo demasiado inclinado al pastiche digital de todo a cien, los trucos baratos y los fuegos artificiales, como en ocasiones demasiado rígido y poco realista. Albini era un fuera de serie, en el sentido literal de que no habrá otro como él. Como leí en un post de Instagram, el vacío que deja es un cráter imposible de llenar. ¿Se va con él toda una era musical? Seamos optimistas: ahí está su ejemplo y su camino, para quienes se atrevan a seguirle.
Como han escrito The Breeders en Instagram, Steve Albini “construyó mundos” para deleite de los muchos que hemos podido visitarlos e incluso habitarlos. Muy pocos pueden decir algo así, y seguro que habrá quienes sigan su estela.
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