“Terrain Vague” es el título de una obra de Ignasi de Solà-Morales publicada en 1995. “Terrain” tal y como el autor explica en las primeras páginas del libro, es una palabra que en francés tiene un carácter urbano y que en “primer lugar, hace referencia a una extensión de suelo de límites precisos, edificable, en la ciudad [...] pero se refiere también a extensiones mayores, tal vez menos precisas; está ligada a la idea física de una porción de tierra en su condición expectante, potencialmente aprovechable, pero ya con algún tipo de definición en su propiedad a la cual nosotros somos ajenos”.
A continuación, Solà-Morales sigue con la definición en francés de “Vague”: “derivado de vacuus, vacant, vacuum en inglés, es decir empty, unoccupied: pero también free, unvaliable, unengaged (...) Vacío, por tanto como ausencia, pero también como promesa...”. Es decir, un “Terrain Vague” es un espacio en espera, un lugar que necesita ser revisitado y al que hay que otorgarle un nuevo sentido, más conectado con lo que hoy es la ciudad y lo que esperan de ella quienes la habitan.
"Las salas son también espacios de encuentro que construyen comunidad y cimentan identidades, colectivas e individuales"
He comenzado este artículo profundizando sobre el concepto de “Terrain Vague”, porque pienso que, aunque contiene cierto desasosiego, también es útil y esperanzador para definir el estado actual de las salas de música. En abril de este mismo año, el periódico El Mundo publicó un artículo escrito por el periodista Carlos Fresneda que hacía referencia a la crisis de las salas de conciertos en Reino Unido. Este era su titular: “La noche se muere en Reino Unido: las salas de conciertos, en vías de extinción”. En el primer párrafo del artículo, Fresneda hace referencia al cierre de Moles de Bath, la sala que vio nacer a The Cure y que tras cuarenta y cinco años de actividad, cerraba sus puertas, principalmente, porque no era rentable económicamente, y es que en una sociedad en la que todo se mide en base al rendimiento y la productividad, estos espacios, a pesar de su gran aportación cultural y social, empiezan a ser desplazados. Es precisamente en el Reino Unido, donde se ha producido una reacción profunda a esta situación, dando lugar a iniciativas como Music Venue Trash que desde hace un lustro impulsa acciones como Save Our Venues, lanzada en plena pandemia y de la que Mondo Sonoro se hizo eco, o la infinidad de recursos que ofrecen en su web, entre otras cosas, para informar y proteger ese “tejido base” que impulsa a largo plazo, al resto de la industria.
A la antes mencionada pérdida de rentabilidad, que en gran medida se debe a la imposibilidad de competir con los macro-festivales (ni con la ayuda de Taylor Swift Tax) u otras formas masivas de ocio, se unen las modas. Otras causas podrían ser el reemplazo generacional, la excesiv regulación o la escasez de la misma dependiendo del territorio. El crecimiento de las ciudades también es un factor importante a tener en cuenta, ya que zonas que antes estaban calificadas como industriales o que quedaban muy alejadas de las zonas habitadas, son ahora nuevos barrios en el que la vida nocturna no tiene cabida, ni siquiera las salas que ya estaban ahí antes de la llegada de los nuevos vecinos.
En nuestro país y en algunos aspectos, el caso no es tan sangrante, lo que sí es una realidad indiscutible, es que trescientas salas no pueden competir con mil doscientos festivales, tal y como señalaba el periodista David Saavedra en el artículo del diario Público: “Salas de conciertos en España: ¿cuál es la realidad tras el Mito de la Caverna? (I)”. Gobiernos e instituciones públicas invierten en hacer crecer la industria festivalera, y eso no es que esté mal, pero sería mejor si, además, se apoyara con el mismo interés a esos otros espacios musicales que son las salas y que tanto aportan a la cultura y, por ende, a la sociedad.
Una de las recomendaciones del estudio realizado en 2020 por Live DMA, “Salas de conciertos y clubs en Europa” es la de “desarrollar políticas musicales que destaquen el interés público en lugar del potencial económico del sector”. Estamos en 2024 y no sé si hemos avanzado mucho en este tema. También hay que poner el foco en la financiación privada, por ejemplo en las marcas comerciales. Aunque infinitamente presentes en los encuentros musicales masivos, son muy pocas las que apoyan el tejido de salas del territorio. Las hay, pero ¿son suficientes? La oportunidad está servida, así que sólo hay que saber verla (y aprovecharla). Porque las salas son la raíz, la génesis sobre la que se sustenta el entramado sonoro de cualquier territorio. Ellas son el futuro de la música y, por tanto, en buena medida de la industria y de quienes trabajan en ella.
Pero no son solamente eso. Las salas son también espacios de encuentro que construyen comunidad y cimentan identidades, colectivas e individuales. Porque entre otras cosas, las salas sirven, tal y como señala en “La cultura de salas y su repercusión en la juventud”, la periodista especializada en crítica musical y la escena alternativa y underground, Elena Rosillo, “como punto de encuentro social y como dinamizadoras de la vida cultural local de las ciudades”. Si tenemos en cuenta todo esto, y extendemos nuestra mirada más allá de la industria musical, para depositarla en la transformación y despersonalización que están sufriendo los entornos urbanos en la actualidad, veremos en las salas una posibilidad enorme para la reconstrucción de la identidad de los territorios y también para impulsar un sentido de comunidad conectado con la música que ningún otro espacio es capaz de ofrecer.
Porque las salas de conciertos son tejido vivo. Lugares de resistencia que representan perfectamente el concepto de “Terrain Vague”. Son espacios que permanecen a la espera, expectantes y con un potencial enorme.
Competir con los macro- festivales no tiene ningún sentido. Colaborar con ellos quizás, pero lo importante sería enfocarse en darle mayor peso a lo que estos no pueden ofrecer. Y ello es la capacidad que tienen las salas de ser incubadoras de talento –las mejores– y de proveernos de experiencias más íntimas y conectadas con los habitantes de la ciudad. Puede que sea precisamente a estos a quienes hay que integrar de forma activa en la reinvención y sostenibilidad de las salas. Quizás las salas deban abrir sus puertas al barrio, a colectivos culturales, a organizaciones comunitarias y a que sucedan actividades diversas que ayuden a cimentar la sostenibilidad de estos espacios. Si la inversión institucional y comercial no llega, deberán ser aquellos que amamos las salas, quienes debamos trabajar de forma activa y proponer nuevos usos que permitan que estos espacios sigan aportando a nuestro entorno, a nuestra ciudad, todo eso que muchos y muchas ya empezamos a echar de menos.
Ciudadanos y salas deben acoger con los brazos abiertos la condición de “Terrain Vague” de estos espacios, no como sitios en declive, sino como lugares llenos de promesas. La principal: que la música siga sonando.
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