Puede que su longevidad y prolificidad (más de doscientas referencias) hayan jugado en su contra y le hurten el prestigio de compañeros de generación como Kraftwerk, Can, Faust, Neu!, Popol Vuh, Amon Düül o Ash Ra Tempel, pero sin Tangerine Dream sería difícil explicar el fenómeno musical alemán, más amplio de lo que encierra el término kraut-rock, que se produjo a finales de los años sesenta, en el que músicos de formación clásica se propusieron redefinir y ampliar los parámetros del rock (en el sentido más amplio posible) bajo un prisma autóctono diferenciado del modelo anglosajón. En ese contexto, Edgard Froese fundó Tangerine Dream en 1967 tras la epifanía que le supuso actuar para Salvador Dalí en Cadaqués con su anterior grupo, The Ones. Con una formación alrededor de Froese más inestable que el banquillo del Betis, los primeros años de experimentación dieron paso a un fructífero periodo (71-77) en el que con Peter Baumann y Christopher Franke selló su paradigma sonoro, basado en el empleo paisajista de los sintetizadores y bases rítmicas guiadas por secuenciadores en lugar de sonidos percusivos, del que han bebido muchos años después nombres como The Future Sound Of London, The Orb o Aphex Twin. Que desde entonces su propuesta sea cada vez más melíflua y pirotécnica, no es óbice para reconocerles su lugar inamovible en la historia de la música electrónica (y a secas).
Disco imprescindible: “Electronic Meditation”: Edgar Froese, Klaus Schulze y Conrad Schnitzler en una colaboración única e histórica. Un producto de su época que entre cintas, efectos de estudio e instrumentos convencionales apura los límites del free-jazz, la psicodelia y música clásica contemporánea.
Una canción por la que empezar: “Nebulous Dawn”, de “Zeit” (72), aunque cualquier odisea de éste, “Phaedra” (74) o “Rubicon” (75) representa fielmente lo mejor de su legado. Están de actualidad por: están de nuevo en gira por el mundo.
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