“Monster” (Warner Bros., 94) es, tres décadas después, una parada ineludible en la trayectoria de la formación, además de mantener intacto su rugido.
En septiembre de 1994, poco más de una década después de presentarse en sociedad con el EP “Chronic Town” (I.R.S., 82), R.E.M. habían quemado ya un considerable número de etapas. A saber: abanderados de la escena independiente norteamericana de los ochenta (con especial fijación por el jangle-pop); flamante fichaje de una gran compañía desde esa escena alternativa de los inicios (contrato millonario incluido); grupo de éxito masivo e incluso paradigma de la MTV en el apogeo de la cadena y cuando la primera letra correspondía (con lógica) a la palabra “música”.
Variados caminos enfilados y recorridos en no tanto tiempo, teniendo en cuenta que la banda había debutado en formato largo con el clásico “Murmur” (I.R.S, 83) en 1983, iniciando una veta que, desde entonces y a lo largo del resto de década, los llevaría a publicar a razón de álbum por año, hasta sumar un total de seis elepés (ineludible recopilatorio de caras B aparte) y antes de mirar de frente a esa nueva década que cambiaría todo.
Ya en los noventa, Michael Stipe, Peter Buck, Mike Mills y Bill Berry tirarían a patadas la puerta que separaba el umbral de lo alternativo del público global, sin que nadie osase cuestionar su integridad artística. Primero con el impecable y multiventas “Out Of Time” (Warner Bros., 91) y, a continuación, con una entrega que la superaba como fue “Automatic For The People” (Warner Bros., 92). Tras ambos discos, trazados con mayores medios y que daban una medida inédita acerca del potencial –artístico y comercial– del cuarteto, los de Athens (Georgia) afrontaban el que sería su noveno álbum de estudio, con las explícitas maneras del grunge todavía en auge en Estados Unidos y la estela de pedales, ruido y estructuras poco convencionales de bandas como Sonic Youth y Pixies luciendo como opción viable en el horizonte.
No es de extrañar, por tanto, que “Monster” (Warner Bros., 94) presente a unos R.E.M. sensiblemente más electrificados, ásperos e incluso agresivos que de costumbre. Un efecto potenciado por el primer single extraído del álbum, “What's the Frequency, Kenneth?”, grabado en la retina en parte gracias a un epiléptico vídeo que mostraba por primera vez a Stipe con la cabeza rapada, perpetrando movimientos espasmódicos y (re)confirmándose al instante como tótem de modernidad. Era, además, la apertura arrasadora de un disco que tendría continuidad frenética en piezas como la sinuosa "Bang And Blame" y la casi violenta “Crush with Eyeliner” –segundo y tercer sencillo extraídos de la referencia–, amén de otros pilares como “Star 69” o “I Took Your Name” y “Circus Envy” (ambos con la sombra del revindicado Neil Young asomando). Una secuencia a la que añadir sin tapujos “King Of Comedy”, la misteriosa “I Don´t Sleep, I Dream” o “Let Me In”, con la sugestiva voz de Stipe germinando agónica entre un sólido muro de distorsión al estilo de Thurston Moore.
En el extremo opuesto y como excepción a la regla imperante se situaría “Strange Currencies”, una canción tan espléndida como algo desacomodada al amparo del argumento innegociable de “Monster”, y que cabría entender como versión 2.0 de la hiper radiada “Everybody Hurts”. La pieza fue el cuarto single extirpado del lanzamiento, al que siguió (como quinto y último) la delicada “Tongue”, otra anomalía en el lote que nos ocupa, pero con el falsete de Stipe chirriando lo suficiente como para encajar en el asunto. En cualquier caso, el disco tenía que contar con un cierre acorde y la función recayó sobre una “You” que, si bien no es una de las destacadísimas, funciona como confirmación en firme de intenciones, finiquitando el asunto con generosas guitarras copando el plano principal. En la época gloriosa del videoclip, una banda como R.E.M. que apostaba por la vanguardia como la otra cara de una misma moneda en la que también cabía el éxito indiscriminado, no podía descuidar su faceta visual, dejando varios clips capaces de potenciar el de por sí musculoso contenido del producto.
“Monster” confirmó la inquietud (en este caso enrabietada) de R.E.M., que, tras dos discos evidentemente más accesibles, decidieron apostar por un trabajo de aspecto encrudecido y que exigía un buen puñado de escuchas antes de su asimilación definitiva. También quedaba probada la capacidad del combo para (por enésima vez) mutar y adaptarse a diferentes escenarios –siempre inteligentes, con un ojo puesto en los movimientos vigentes en la escena y el otro en sus propios antojos y preferencias–, diseñando un trabajo de apariencia visceral que, en primera instancia, pilló a contrapié a aquellos críticos que no comulgaron con ese nervio recién estrenado de Stipe y compañía, pero al que el tiempo ha terminado de poner en su lugar tras situarlo como título clave dentro de esa trayectoria finiquitada por el grupo en 2011. Ojalá sigan así, dejando intacto un glorioso legado en base a (entre otras) obras tan adictivas como “Monster”, que tres décadas después sigue bramando con idéntico ardor.
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