Su obsesión por el timbre, el eco y todas las posibilidades de enredar instrumentos acústicos como glockenspiels y xilófonos con sintetizadores analógicos ha marcado los frutos de un método en las antípodas del post-rock, anclado en el concepto de “no hacer música rock con instrumentos rock”.
“En verdad, nunca nos preocupamos por lo que sucede a nuestro alrededor. Miramos al pasado buscando el futuro, supongo".
Tanto en artilugios tan fuera de onda como "Helium" (1994) y "Sargasso Sea" (1995), su enfoque responde a un proceso equitativo para inducir a sonidos de todos los rangos posibles. “En realidad, no somos una banda de punk rock, nos interesa grabar sonidos y texturas, y encontrar sonidos de nuestras grabaciones de campo”, me comenta Sam Owen, timonel de tan desbocado brainstorming de ideas, donde “nunca pensamos en probar algo para escribir con un estilo determinado. Si fuera así, jamás lo lograríamos. Todos avanzamos sobre nuestro amor por músicas diferentes. Jazz, bandas sonoras, library music, hip hop... Todo se debe a diferentes influencias, completamente perdidas, que surgen en algo completamente en algo nuevo. Siempre tomamos cosas de algo que hemos escuchado antes. Creo que el oyente sí puede reconocer alguna pieza de jazz, library music. Pero, de todos modos, odio eso. Matthew, el guitarrista, está muy inmerso en el hip hop y el grime, Max está muy influido por la exótica. Es muy difícil definir un estilo. Estamos inmersos en la música de diferentes maneras, diferentes formas de crear atmósferas. Realmente no podemos expresarnos en un único tipo de música”. Así ha sido a lo largo de un recorrido siempre definido por la intención de encontrarse siempre en tierra de nadie. “En verdad, nunca nos preocupamos por lo que sucede a nuestro alrededor. Miramos al pasado buscando el futuro, supongo. Siempre estamos buscando nuevos sonidos, creo que necesitamos crear música y aún sigue siendo así”. Como en su brillante nuevo disco, una especie de opus donde poder palpar cada una de las aristas encaminadas a una metodología que, a lo largo de estas tres últimas décadas, lleva desafiando las reglas de la canción al uso. Dicho objetivo siempre lo han ejecutado desde un profundo sentimiento anti-rock, no muy lejano a la forma de proceder en estudio de pioneros post-punk como The Raincoats y This Heat, aunque sobre todo bajo la mezcla de investigación y consciencia onírica propuesta por hitos del krautrock tipo Can y Faust.
Para ellos el estudio es un laboratorio de sonidos que, aunque pueda dar esa impresión, jamás son improvisados como tal. “A veces te sorprendes en el proceso, las cosas no son deliberadas, solo la interacción de las personas trae algo sorprendente e inesperado. Y creemos en lo que sentimos. Si me enfoco en algo que nace de mi interior cuando grabamos una parte de una nueva base, la intentamos grabar según nuestras sensaciones primerizas, porque si intento una y otra vez encontrarlas, pierdes la profundidad de esa emoción, ya que los elementos conscientes y tu cerebro tratan de pasar a la siguiente sensación, siempre más directa. Así que tratamos de captar las primeras ideas, donde los tiempos de visión tienen un sentido. Pero no creo que se trate de improvisación”.
Once años desde su anterior trabajo, el terriblemente infravalorado "The Moving Frontier" (2007) no quiere decir que hayan estado hibernando, precisamente. De hecho, tal como me confirma Sam han estado: “trabajando de nuevo con algunas piezas de improvisación para un nuevo álbum, un poco más experimental. No hemos sido unos perezosos durante estos últimos once años”.
A la espera de que el díptico se cumpla, resulta conveniente comprender el valor de un grupo que sigue extrayendo ideas de un código sonoro forjado dentro de la “generación perdida” de los noventa, la constituida a la sombra del britpop por grupos como Bark Psychosis, Disco Inferno, Laika, Main, Scorn, Moonshake o Stereolab. Formaciones que, desgraciadamente, no pudieron luchar contra la regresión sesentera de las corrientes pop, pero cuyo valor no ha dejado de crecer en el tiempo. Quizá porque cuanto más años pasen, más innovadores suenan, Pram son esa tara surgida para reírse de las líneas rectas entre dos puntos. La burla hacia lo ultra normal, que ellos siempre han entendido desde una panorámica sonora de propiedades, decididamente, visuales. “Creo que toda la música intenta conjurar un estado emocional, la atmósfera, algo extraño o confiado. El hecho es forjar algo visual en tu cabeza, y es interesante que diferentes personas respondan de diferentes maneras a una misma pista”. Palabra de Sam, azote anti-hype que, desde su barricada de absoluta independencia creativa, promete seguir exprimiendo su quijotera en nuevas formas de quebrar la intimidación nostálgica que marca el presente y futuro.
UN DISCO IMPRESCINDIBLE:
"The Stars Are So Big, The Earth Is So Small... Stay As You Are" (1993)
Hace siete años, Neil Kulkarni escribió un artículo para The Quietus en el que exponía las razones por las que el debut en largo de Pram es el disco más importante de los noventa. Quizá pueda sonar exagerada dicha afirmación, pero leyéndolo surge un innegable halo de verdad absoluta: no hay disco de estas tres últimas décadas que ataque con tal virulencia el subconsciente del oyente. No en vano, su escucha responde a una pregunta mágica: ¿cómo sería el dream pop si hubiera nacido del sueño de un afrofuturista germano de los setenta? Jazz, avant-garde, polirrítmia, bossa nova, Talk Talk... Cada uno de los siete movimientos aquí recogidos surcan los límites de la abstracción hasta el punto de hacernos creer que cada escucha no tiene nada que ver con la anterior. ¿Truco o magia? ¿De verdad, te lo estás preguntando?
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