Entrevista con el escritor Pol Guasch por su nueva novela
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Entrevista con el escritor Pol Guasch por su nueva novela

Redacción — 07-09-2024
Empresa — Anagrama
Fotografía — Maria Ródenas

“Ofert a les mans, el paradís crema” (Anagrama, 24) es la segunda novela de Pol Guasch (Tarragona, 1997), un nombre cada vez más destacado en el panorama literario catalán y estatal. Nos encontramos con él en los jardines de la Facultad de Filología y Comunicación de la Universidad de Barcelona, un espacio lleno de naturaleza que contrasta con el escenario donde se desarrolla la trama de su libro, sobre el que charlamos.

A pesar de venir del mundo de la poesía, “Ofert a les mans, el paradís crema” (En las manos, el paraiso quema) constituye tu segunda novela. ¿Cómo te has sentido escribiéndola, en comparación con “Napalm al cor”? Aunque no estoy segura si “Napalm” fue tu primer trabajo narrativo.
Sí lo es, no había hecho nunca narrativa hasta que escribí “Napalm”. Guardo mucho cariño a esa historia porque aunque está muy meditada, trabajada y editada, con una intención clarísima de lo que quería que fuera, a la vez se combina con muchísima ingenuidad creativa. La escribí desde un lugar absolutamente descalculado. En cambio, “Paradís” lo escribo sabiendo que hay gente que me ha leído (que es muy diferente que pensar que hay gente que espera leerme). Desde la conciencia del oficio, me refiero. Aprendí mucho con el proceso de edición del primer libro sobre cómo pensar novelísticamente. Con lo cual, creo que en el segundo puede que no haya tanta ingenuidad y ese toque más naif, pero gana en cuanto a sensación de control y de una artesanía que se va puliendo, que se está afinando.

¿Cuál ha sido tu inspiración para la trama de “Paradís”?
Cuando terminé “Napalm”, que es una historia de amor entre dos chicos y entre una madre y un hijo, me pregunté a mí mismo: “¿Por qué has escrito tanto de amor si hay una cosa más importante para ti biográficamente hablando, que es la amistad?”. Y esta pregunta me llevó a otra: “¿Qué sé de la amistad y qué puedo decir al respecto?”. Otra intuición que tuve es que quería escribir sobre una fiesta. Quería explicar cómo dos personas se conocen bailando y cómo no pasa nada más que su encuentro, en ese momento mutuo de luminosidad. De estas dos cuestiones nace la intención y el deseo de querer escribir sobre la amistad.

Claro, esta vez la historia de amor más importante que tiene lugar es entre dos amigos, Líton y Rita, aunque cada uno tenga sus vínculos sexoafectivos con otras personas. Cada vez se desromantiza más el amor de pareja y se pone más en valor el amor de la amistad. También es más innovador y sorprendente percibir la pasión desde ese punto.
Totalmente. Además también pienso que hay amistades que pueden ser los amores de tu vida. No salgo de este libro con conclusiones firmes sobre qué es la amistad, qué puede dar la amistad y qué diferencia la amistad del amor. Pero sí que salgo de la escritura de este libro con la sensación de que sí que hay amistades que son nuestros grandes amores. A estas historias les tenemos que dar un lugar y las tenemos que explicar también. Tienen un valor por sí mismas sin estarlas constantemente comparando con el amor romántico.

De hecho, justamente el momento en el que se conocen los protagonistas en la fiesta, está descrito de una forma que mucha gente puede llegar a leer como un enamoramiento a primera vista, pero porque son las dinámicas de conducta que tenemos metidas en la cabeza, ¿no?
Lo que pasa es que pensamos que la amistad nunca es suficiente. Pensamos que siempre es un estadio previo o un estadio posterior: antes de que las dos personas se conviertan en pareja o después de romper, cuando la pasión se ha disuelto y se vuelve de nuevo a la relación de amistad. Esto hace que percibamos la amistad a través de los códigos del amor, y que reduzcamos el amor solo a la pasión y al deseo, cuando es mucho más que eso. Eso implica que tanto el amor como la amistad acaben reduciéndose, perdiendo sus especificidades y sus potencias particulares.

Otro aspecto fundamental de “Paradís” es su estilo literario. ¿Fue intencional que cada capítulo tuviese una estructura, un narrador e incluso un tiempo diferentes?
Siempre digo que tal y como el pintor trabaja con distintos materiales y parte de ellos a la hora de crear, a mí me gusta trabajar con lo que la lengua me ofrece. No solo eso, sino también experimentar, jugar, perderme, equivocarme. Lo vivo como un juego porque yo llego a la escritura principal y básicamente por deseo. Por eso, no pienso la escritura desatada del juego, o desatada de la exploración que pasa también por el error, el fracaso y la equivocación. No fue intencional que cada capítulo tuviese una estructura diferente, pero la intuición acabó creando una metodología bastarda, ecléctica, poco definida y sólida, pero que funcionó igualmente. Escribía un capítulo y rápidamente descubría de una manera orgánica que este otro capítulo que quería explicar debía tener otras normas para que funcionase.

¿Qué crees que tiene esto de enriquecedor para el lector?
Me gusta pensar que el lector y el escritor no son entes tan distinguidos y diferentes. Como lector aprecio sentir que el escritor me invita a formar parte no solo de la historia, sino también de su lengua, de su mundo y de su propuesta artística. De este modo, yo invito el lector a escribir conmigo la historia que le muestro. Habrá momentos en los que se perderá, será difícil y quizás no será la lectura más placentera, obvia y transparente, pero sí creativa, pues estará creando algo conmigo. La literatura es así un lugar en el que escritor y lector se pueden encontrar.

Volviendo a las temáticas de “Paradís”, hay una cuestión muy presente en el texto que es que sabemos en todo momento que Líton acaba muriendo, de hecho se sabe desde el primer capítulo. ¿Crees que empezar así es una fuerte declaración de intenciones?
Empezar un libro con una voz post mortem es una apuesta muy fuerte y connotada porque es poco realista. Como lector, tienes que comprar el juego que te está proponiendo el autor, porque es un punto de partida aparentemente falso. Sin embargo, a mí me interesaba que hubiera un primer capítulo que funcionara a modo de panorámica, de declaración de intenciones de lo que pretendía hacer con esta novela y de qué encontrarías en ella. Quería hacerlo desde un lugar desplazado y por eso escogí la voz de un personaje que ya no está o que no forma parte de esta historia.

También toda la cuestión de la sequía como panorama climático que se presenta en el libro, esa crisis constante de los incendios que viven los personajes, hace pensar también en la muerte de la naturaleza y del paisaje.
Sí, estoy muy de acuerdo. Con el tiempo he descubierto que me gusta escribir sobre los límites. “Napalm” es una historia de límites, de huidas y de los intentos de atravesar estos límites. “Paradís” también lo es. Los personajes se encuentran en un límite, con sus relaciones con las otras personas, en que no saben si está a punto de llegar el amor o la pérdida, el amor o la destrucción. Pasa también con el paisaje que no es paisaje, que es tierra, que no es solo el lugar que la mirada humana ha creado, sino que es la vida misma, el lugar donde la vida puede crecer. La novela explora estos dos límites, los límites humanos con los límites no humanos y cómo ambos se comunican, hablan entre ellos, se encuentran y dialogan.

¿Dirías que también recaes en los escenarios apocalípticos?
¿Sabes qué pasa? Yo cuando escribo no tengo la sensación de estar escribiendo sobre ningún fin del mundo ni ningún apocalipsis. Tengo la sensación de estar escribiendo sobre el presente. No he hecho ningún ejercicio de imaginar sociedades futuras. A la inversa, si he hecho algún ejercicio, sobre todo más en “Napalm”, ha sido el de mirar atrás, el de observar el pasado, no el de imaginar el futuro.

Volviendo a la muerte de Líton, la enfermedad que le acaba costando la vida, aunque nunca se especifica, es una clara referencia al VIH. ¿Te preocupó cómo tratarías todo este tema?
El SIDA ha dejado una huella fortísima en todo un colectivo y una manera de relacionarse. Pero muchísima de la gente que formamos parte de este colectivo no lo hemos vivido de manera testimonial, sino que lo hemos vivido a través de relatos y de historias. Entonces, mi pregunta era: “¿Puedo yo hablar de esto? ¿Puedo yo crear una historia a partir de esto?”. Y si la respuesta es que sí. ¿Cómo lo puedo hacer? Y no lo quería hacer desde el realismo histórico, porque no soy ni historiador ni investigador, ni pretendo serlo. Pero puedo acercarme a través del mapa sentimental que me permite crear la literatura.

Con lo que comentas de la forma de relacionarse, ¿te refieres a que Líton no crea ningún tipo de vínculo emocional con los chicos con los que se acuesta? A excepción de René.
Sí. A mí la novela me permitía poner en la misma ficción la causa de esa relacionalidad y la consecuencia de esa relacionalidad. Creo que hay un vínculo clarísimo entre la crisis del SIDA y cómo hoy hay un tipo de relacionalidad marica absolutamente desvinculada de los afectos y del amor. La ficción me permitía explorar las dos cosas a la vez. Este desprendimiento de Líton con todos los chicos con quienes se encuentra considero que es un retrato casi generacional de nuestro presente.

Otro tipo de relación que explora el libro es la familiar. ¿Consideras que haces una representación realista de cómo se vinculan padres e hijos?
De nuevo aparece la idea del límite, esta vez dentro de la familia. Trato de explorar cómo se crean estos límites entre los padres y los hijos y cómo los hijos después intentan superar este límite, dejarlo atrás y crear el suyo propio. Muchas veces me han dicho que retrato a los padres de una manera muy dura y severa, pero yo considero que los represento con cierta humanidad y desde la comprensión. Rita y Líton sufren en sus familias, pero a la vez sufren al descubrir que sus padres no solo son padres, sino que son personas y tienen unas biografías propias. Por lo tanto, creo que los trato con el dolor con el que un hijo mira a un padre. También con la comprensión que se va gestando con el tiempo, poco a poco.

¿Qué contraste dirías que encuentras en las relaciones de amistad y las de familia en “Paradís”?
Líton y Rita llegan a la amistad porque descubren que la familia también fracasa y falla. La gestación de su relación es una experiencia luminosa, que les ayuda a entender que el hecho de que la familia haya fallado es una cosa normal. Cuando tú le pides todo a una institución como lo es la familia, esta está condenada a decepcionarte. Ellos dos van intuyendo que quizás los grandes problemas y los dolores que les genera la familia tienen que ver con unas expectativas que están situadas en un vínculo que quizás no se puede hacer cargo de estas expectativas. Entonces creo que la relación entre la amistad y la familia en el libro es una relación de diálogo constante, de intercambio.

Pero al final Rita es quien cuida de Líton cuando está enfermo, demostrando que la amistad puede ser poderosa, curativa y humanizadora, ofreciendo más que lo que le pudo y le quiso dar su propia familia.
Así ambos descubren que la amistad no es un complemento, sino una alternativa a la familia. Que hay relaciones de amistad que no tienen por qué pensarse a través de los filtros o códigos de la familia, sino que pueden tener sus propias leyes y mecanismos lógicos de salvación, curas y apoyo mutuo.

¿Por qué presentas la fiesta como un ritual de encuentro y de comunidad?
La visión de la fiesta tal como aparece en la historia es muy biográfica, tiene mucho que ver con cómo lo he vivido yo. Se trata de un lugar donde yo he podido ser más, he podido ser muchos, donde he crecido, donde me lo he pasado bien, he sido feliz y he conectado todavía más con la realidad. Por eso la quise plantear desde estos términos. Quería que significara encuentro, esperanza, luz, nuevos lenguajes, nuevos vínculos.

También juegas con el típico contraste del pueblo frente a la ciudad, ya que los protagonistas son cada uno de un lado. ¿Opinas que siguen siendo prevalentes las diferencias que ejemplificas?
A pesar de que se quiere hacer ver que no, todavía existen. De hecho, en un momento del libro el narrador dice: “En la ciudad, nadie es de la ciudad: el que no es de un valle es de otro, y el que no, es de la otra punta del país. Es una de las cosas buenas de ese lugar, que todo el mundo intenta desesperadamente sentirse en casa”. Pero todavía hay un gran prejuicio sobre esto. También con cuestiones como el folklore y la memoria. Todo aquello que tiene que ver con el territorio, con el arraigo, con la cultura o la comunidad, se percibe como una cosa folclórica. Digo folclórica porque a menudo se usa este término para despreciar, cuando no debería ser así. Por eso quería escribir el capítulo de las tres ancianas, quería mostrar la mirada de tres personas mayores que tienen una perspectiva del mundo tan viva, tan rica y llena, de la cual todavía tenemos que aprender mucho. Ellas mantienen vivo todo aquello que ya no está sobre la tierra gracias a su existencia, su mirada y su lengua.

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