Hablo con Pau Roca (Madrid, 1974) por teléfono sobre su libro: la historia de un hombre de mediana edad con un matrimonio convencional, un trabajo que detesta, una hija adolescente que la ha tomado con él y unos cuantos secretos que van a darle la vuelta a su vida en menos de veinticuatro horas.
¿Surge este libro de la pandemia?
Pues fue post-pandemia. Se me ocurrió una historia, la semi soñé. Se la conté a Cris [Lomba], mi editora, y me dijo “pues escríbela y lo vemos”. Escribí unas páginas, se las enseñé a un amigo y a David Pascual, el escritor y músico valenciano Mr. Perfumme, que me dio unos consejos muy valiosos, y ya con algo más presentable se lo mandé a Cristina y me dijo que estaba bastante guay. Han sido dos años desde que empecé hasta la edición, bastante rápido.
Pero de un sueño no puede salir todo eso: tuvo que haber un enorme trabajo posterior, porque además en los sueños todo es muy borroso.
Tengo sueños muy plausibles, pero sí que es verdad que tuve que estirarlo por delante y por detrás, meter más personajes… pero la idea principal sí la tenía. Vi un documental sobre Gabriel García Márquez –obviamente no me voy a comparar con él– en el que decía que los libros hay que pensarlos antes de escribirlos, y yo pensé mucho las cosas antes de sentarme a escribir. Por eso creo que fue rápido.
Digamos que no es de esos libros que no sabes cómo van a desarrollarse una vez empiezas.
Bueno, sí hay cosas que han ido surgiendo, tramas secundarias que luego se han convertido en muy importantes y antes no estaban… una mezcla de todo. Pero era como tener un universo y una idea en la cabeza totalmente coherentes antes de escribir. Como cuando le cuentas a alguien una historia que te ha pasado. Aunque sea totalmente ficción.
Yo la veo muy sólida para ser una primera novela, ¿Tenías referentes literarios?
Antes de editarse, solo leyeron el libro tres o cuatro personas, entre ellos mi amigo Juan Collado, que me dijo que le recordaba a lo que hace Herman Koch, el autor de “Casa de verano con piscina” (11). Pero bueno, a mí me gusta mucho la literatura americana, aunque creo que no hay un referente claro. Juan me dijo también que veía una voz propia, cosa que me animó mucho. Porque lo demás se puede resolver, como el diseño de cualquier personaje. Pero si no tienes una forma coherente de escribir, que es lo que yo más valoro de los escritores… A David Foster Wallace enseguida lo identificas, igual que a Ian McEwan. Ambos me gustan mucho.
Creo que trazas un retrato fiel de nuestra sociedad ahora mismo, en ocasiones un poco cáustico, con ese sentido del humor un poco cabrón, si me permites, que valoramos quienes te conocemos. Un humor poco complaciente, digamos.
Sí, yo quería que fuera un poco hiriente. Incluso auto hiriente [risas]. El otro día un amigo me decía que cuando describo los viajes que ha hecho la pareja protagonista, le recuerdan a los que ha hecho él con su novia. Aunque el personaje protagonista no tenga nada que ver conmigo, su entorno es contemporáneo y sí es el mío. Quería que fuera un libro incómodo, sobre todo al principio. Creo que lo he logrado, porque hay hasta gente que se ha enfadado un poco y luego se ha reconciliado con el protagonista. Que les caía fatal y luego mejor. Se lo han tomado por lo personal, y eso para mí siempre es bueno.
¿No hay nada de ti en el protagonista? Él es empleado de banca y un tipo muy ordenado.
Veo documentales de la Segunda Guerra Mundial y no puedo evitar pensar en que a lo mejor no todos los alemanes que tenían entonces entre veinte y sesenta años eran unos depravados. Simplemente, todos tenemos esa posibilidad. Al final, el mundo es una mezcla entre nuestra constitución genética y física y las propias vivencias. Se me hacía difícil pensar en que el protagonista pudiera ser una versión mía, aunque sea tan distinto: yo nunca me he casado, no he sido padre ni he trabajado en un banco, pero es una manera de decir que todo es comprensible si se mira suficientemente. Es como las matemáticas o la estadística. Si estás el rato suficiente mirando el cielo, acabas por trazar un orden del caos, del universo. Y si miras con el tiempo suficiente a alguien que te resulta incluso desagradable, puedes llegar a entenderlo.
Es cierto que el protagonista acaba cayendo mejor al final que al principio, y también la historia acaba mejor de lo que se podía prever.
Es casi una novela de redención. Cuando se quitan todos los factores sociales que le rodean, empieza a ser mejor persona. Eso podría redundar en que sea la sociedad quien es culpable de su maldad, dicho de forma no rigurosa, porque obviamente hay muchos más matices. En realidad, es una persona que simplemente ha hecho lo que tenía que hacer, y estamos en un mundo en el que hacer eso te convierte en mala persona.
No hay referencias en el libro a Valencia, tu ciudad. Ni de pasada.
Al querer elegir un personaje medio, el sitio más probable es Madrid, y por razones personales conozco Sanchinarro, y cuando te vales de un lugar real siempre vas a decir cosas más certeras que si es inventado, y me interesaba mucho Sanchinarro porque es un sitio que surge de la nada, hace veinte años. Es como un decorado artificial. Tú ves Valencia y ves por qué la habitaron: hay un río que hace un meandro, hay huerta, tierras fértiles, está cerca del mar… pero a Sanchinarro nunca fue nadie a vivir por ninguna de esas razones. Hemos sido nosotros quienes hemos decidido que haya habitantes solo porque está cerca de Madrid. Me han escrito un par de personas de Sanchinarro a quienes no les ha gustado. Pero bueno, podría haber sido Valdebebas. Era solo un ejemplo.
La presencia de la música está bastante atenuada: el libro podría funcionar perfectamente sin ella. No la has utilizado como muletilla.
Exactamente. De hecho, estuve a punto de no incluir absolutamente nada, pero David [Mr. Perfumme] me recomendó no renunciar al cien por cien a ella porque los referentes comunes, o no comunes también, ayudan. Son como un camino muy corto para describir a alguien. Cualquier referente artístico. Si dices que una casa es como la de la película “Psicosis” (Alfred Hitchcock, 1960), ya no necesitas decir nada más de la casa. Todo el mundo la tiene en mente. Pero sí, quería huir de la visión del músico. Ya que voy, voy.
De hecho, en Valencia lo presentaste con un catedrático de psicología social, Juan Antonio López. Nada de otros músicos ni escritores.
Un cómico, un catedrático de psicología social, una guionista, aunque también un escritor… esos han sido los presentadores hasta ahora. Este psicólogo escribió un texto increíble de diez hojas. Un análisis maravilloso del libro, desde su disciplina. Estoy por publicarlo en alguna red algún día, porque es súper certero.
Algunas presentaciones las haces con Jorge (Martí), tu compañero en La Habitación Roja. Creo que vuestros dos libros son reflejo de vuestros roles en el grupo y de cómo sois: el suyo es mucho más transparente consigo mismo, ya que es autobiográfico, mientras que el tuyo te muestra en un segundo plano, sirviéndote de la ficción.
Somos muy diferentes, y está muy bien. Recuerdo una vez que, con un chico que nos hacía videos, a la segunda ocasión ya se dio cuenta de que cuanto menos saliera en pantalla, por mi parte, mejor [risas]. Siempre le pedía no salir mucho. Queda un poco pomposo, pero me gusta que las obras hablen por mí, y si eres mi amigo ya nos sentaremos y hablaré todo lo que haga falta, pero no me gusta mucho la exposición pública. Y todo lo que tengo que hacer a través de la música lo disfruto, pero hay cosas que no me gustan tanto. Sobre todo, lo que tiene que ver con la imagen. Prefiero hacer fotos a que me las hagan. Así que nuestros libros son como prolongaciones de la forma de ser de los dos. Lo que está bien, porque si fuéramos los dos iguales, en cualquiera de ambos sentidos, la banda no funcionaría.
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