El quejío eléctrico que abrió el arte en canal para siempre: "Omega"
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El quejío eléctrico que abrió el arte en canal para siempre: "Omega"

David Pérez Marín — 17-01-2022
Empresa — Sony Music
Fotografía — Portada del disco

Un cuarto de siglo cumplió este pasado diciembre el que quizás sea el disco más libre y rompedor de la historia de la música española, "Omega" (1996) de Enrique Morente & Lagartija Nick.

Un proyecto tan revolucionario que hoy día, veinticinco años después, no ha perdido ni un ápice de su frescura transgresora y de esa incomprensión que solo desatan las grandes obras de arte adelantadas a su tiempo. El magnetismo y rechazo que provoca remover lo establecido, abriendo flamantes caminos que aún, en esta cuenta atrás de 2021, se antojan infinitos y poco transitados, sigue atrayendo a infinidad de artistas a sumergirse en sus surcos para llegar a nuevos mundos creativos.

“Las hierbas. 
Yo me cortaré la mano derecha. 
Espera. 

Las hierbas. 
Tengo un guante de mercurio y otro de seda.
Espera.  

¡Las hierbas! 
No solloces.
Silencio, que no nos sientan. 
Espera. 

¡Las hierbas! 
Se cayeron las estatuas 
al abrirse la gran puerta. 
¡¡Las hierbaaas!!”.

(Omega/Poema para los muertos. Federico García Lorca)

Enrique Morente supo ver y transmitir como ninguno la refundación del lenguaje de Lorca, esa modificación del significado de las palabras a medida que se incorporaban al poema y hacerla música, pasión, carne. Si el arte, la cultura y una sociedad en sí avanza a pasos agigantados cuando la intuición imaginativa muerde los cánones establecidos, "Omega" fue una dentellada que provocó esa bendita herida de la que aún brota un universo inabarcable.

"Yo respeto a la afición, pero no la puedo complacer en el sentido que ella espera, porque así no hay arte, no hay sorpresa"… (Enrique Morente) 

Pocos son los que se atreven a desafiar el pensamiento lógico, a invalidarlo o ponerlo en entredicho, y más aún, cuando se viene de un mundo tan cerrado como el flamenco, en el que la atmósfera reinante era la de mantener a toda costa la pureza de la tradición. Morente fue ese valiente don Quijote del flamenco, loco y visionario, que se dio cuenta de que, la mejor manera de conservar las raíces era abriéndolas en canal y compartiéndolas con todos. El empuje de Lagartija Nick en la odisea artística de "Omega", y especialmente de Antonio Arias, fue otra de las claves y motores para que este viaje intergaláctico entre pasado, presente y futuro, llegara a buen puerto.

Morente dejaba claro que "Omega" iba mucho más allá del flamenco: “Omega, en su conjunto, es una idea sobre un poema superrealista, abordado desde el cante jondo. Hay que aclarar que no se trata de flamenco clásico, esto es otra cosa, aunque lleva la expresión y la profundidad del cante. Creo que es importante hacer estas matizaciones para la afición tradicional”.

Enrique Morente quiere cantar Poeta en Nueva York y las exigencias de esa hazaña las demanda el texto que decide interpretar, esa “poesía novísima, después de tantos años escrita, necesitaba un sentido y una expresión fuertes de la música”. Eso es lo que llevó a Morente y a Lagartija Nick a encontrarse en el camino.

La obra comienza a girar desde el ojo del huracán, con la adaptación de Enrique y Lagartija del “Poema para los muertos” en el tema de casi once minutos que da nombre al disco, “Omega”. Encontramos reminiscencias claras de su “Misa Flamenca”, con alma de martinete, pero pronto Morente nos vende “flores de todos los colores” y se vacía el pecho para siempre tras “abrirse la gran puerta”, haciendo que se tambaleen los cimientos con un quejío eléctrico que conecta todas las artes, en un “¡Las hierbas!” que para el mundo y lo acelera al mismo tiempo. La pieza guarda en su interior el latido del cante morentiano, dejando que fluya por ella una mescolanza de letras y estilos flamencos, de la seguiriya a la soleá, a los que la voz de Enrique les proporciona un latido propio y unificador. En palabras del propio Morente: “En el tema “Omega” está el corazón de la obra. Contiene un reflejo de la historia del cante y es un intento de entroncar el mundo laberíntico del mismo con lo abstracto. La modernidad es imprescindible, pero también soy un amante de la tradición. Ambas cosas no deben estar separadas para que siga creando”.

Ese apocalipsis se hace sangre, músculos y huesos en Poeta en Nueva York, mostrando “entre las aristas nardos de angustia dibujada” que filtran la miseria de la gran urbe tras el crack del 29. Agonía liberadora que resuena también con especial poderío en “Manhattan”, “Niña ahogada en el pozo”, “Vuelta de paseo” y el final de los finales de “Ciudad sin sueño”. Nada de mera fusión o mezcla, en estas pistas hermanas de "Omega", el desgarro y la potencia de los versos de Lorca arden en un auténtico diálogo entre el flamenco y el rock sin precedentes, un triple salto al que Enrique, gustosamente, le gustaba enfrentarse: “Poeta en Nueva York siempre ha sido un reto para cualquiera que haya querido cantar a Lorca, pero yo siempre me he tirado al vacío, ¿por qué no me iba a tirar una vez más? Siempre queda un mal sabor de boca por no haber dado todo lo que sueñas”.

Y en esta visión flamenca de una de las obras magnas de Lorca y de la poesía universal, encontramos a un poeta canadiense como “artista invitado” y vínculo primero, en el que Enrique, en sus versos, intuyó ese palpitante pellizco lorquiano. Comentaba el propio Morente: “Cuando Cohen estuvo aquí, le comenté que me gustaría interpretar algunas de sus canciones y hablando y hablando surgió la idea de este disco… De ponerle música al Poeta en Nueva York de Lorca, mezclándolas con algunas canciones suyas como “Manhattan”, “Sacerdotes”, “Aleluya”, o su versión del “Pequeño vals vienés””.

Participaron numerosos artistas flamencos, desde la propia familia Morente, a Vicente Amigo, Tomatito, Isidro Muñoz, Cañizares, Paquete, J.A. Zalazar, M.A. Cortés o Montoyita, entre otros. Así, junto al espíritu rompedor de renovación constante de Enrique, está muy presente, como no podía ser de otra forma, su profundo respeto y pasión por las raíces flamencas, con temas por bulerías (“Pastor Bobo”), soleares (“Adán”), sus imprescindibles tangos (“Sacerdotes”) o una caña original con modernidad en vena (“Ciudad sin sueño”), por nombrar sólo algunos de los muchos palos presentes.

Enrique tenía alma rockera, pero esencialmente, con sus propias palabras, se consideraba por encima de todo: “un cantaor flamenco, es lo que más me gusta ser; si volviera a nacer, volvería a ser cantaor… y me volvería a salir de madre. Yo respeto a la afición, pero no la puedo complacer en el sentido que ella espera, porque así no hay arte, no hay sorpresa… No hay que ser tan solemne y tan serio. Es cuestión de cultura, el flamenco no es un infierno, sino la gloria, y hace falta un poco de alegría y un poco de marcha”.

25 años de Omega, 25 años de gloria, alegría y marcha. Que siga la fiesta.

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