Es complicado permanecer impasible ante el cambio climático. Con frecuencia el árbol nos impide ver el bosque, o nos entretenemos examinando al dedo que señala en lugar de mirar a la Luna (no hay más que ver la desmesurada controversia en torno a Greta Thunberg), pero se hace difícil rebatir con cierta sensatez una necesidad acuciante que es señalada por científicos de todo el mundo, y en cuya solución nos jugamos el pescuezo. No solo el nuestro, sino también el de nuestros hijos y demás generaciones futuras. El negacionismo es libre, por supuesto. Siempre lo ha sido, y en cualquier aspecto. Pero la responsabilidad de quien exhibe su propia cerrazón en público, o de quien simplemente opta por desentenderse, también está ahí. Y lo seguirá estando.
Quizá por eso no son pocos los músicos de referencia de nuestro tiempo que también han comenzado a mover ficha, ya sea por convencimiento propio o por subirse a una ola conservacionista que, según los casos, también puede tener algo de moda. Ninguna de las dos opciones, en cualquier caso, invalida el loable objetivo final. Todos sabemos que el mundo rebosa de buenas intenciones, pero no tanto de intenciones transparentes. Pero también que todo fenómeno de masas transita, en un abrir y cerrar de ojos, del leve runrún que emana de los márgenes de lo políticamente correcto al más puro mainstream: la propia evolución de cualquier gran género de la música popular ha seguido esa secuencia. Así que no estamos hablando de nada ajeno a cualquier industria cultural.
Lo que sí ha cambiado, y es algo que se nota especialmente en esta época de redes sociales, individualismo atroz y atomización de empeños, es la forma en la que los músicos manifiestan su inquietud ante asuntos como el calentamiento global que nos acecha. Muy lejos quedan los tiempos en los que la plana mayor de la aristocracia pop se congregaba en un estadio de fútbol para recaudar dinero con el que paliar el hambre en el cuerno de África (Band Aid y Live Aid, en 1984 y 1985) o para reivindicar el cumplimiento de los Derechos Humanos en alianza con Amnistía Internacional (la gira Human Rights Now!, que pasó por el Camp Nou en 1988). Ahora los posicionamientos suelen ser más individuales y se difunden a través de los comunicados de prensa y los perfiles en redes sociales de los propios músicos. No son tiempos tan propensos a aquel buen samaritanismo colectivo que proliferó durante los ochenta, lo que también hace que todo sea, a su vez, más complejo. Aunque, eso sí, tampoco falten iniciativas grupales como el Global Live Aid, que se celebrará en 2020 con Metallica, Muse, Red Hot Chili Peppers o Eddie Vedder en Lagos (Nigeria) y otras ciudades, tomando el relevo del Live Earth 2007, con el que Foo Fighters, Fall Out Boy o Smashing Pumpkins pasaron por varios recintos de los cinco continentes. Nombres, en la mayoría de casos, más propios de la galaxia alternativa que del puro mainstream.
Ahondando en el paralelismo con los años ochenta, si hay algún músico que parece dispuesto a erigirse desde hace tiempo en el nuevo Bono, ese es Chris Martin. Para lo mejor y para lo peor. Sus Coldplay son una de las primeras bandas de alcance planetario en postularse como estandartes (algo sobrevenidos, todo hay que decirlo) del nuevo ecologismo. Su último álbum, el notable "Everyday Life" (2019), un estimable repunte respecto a todo lo que habían facturado en más de una década, y sobre todo la forma de ponerlo en circulación, son la prueba más evidente. La necesidad de plantar cara al cambio climático se advierte en sus surcos junto a otro cúmulo de buenos propósitos de muy diverso pelaje, pero es en su decisión de replantearse sus giras en donde se advierte su particular forma de verle las orejas al lobo del cambio climático. Más vale tarde que nunca, en cualquier caso. Porque Coldplay, hasta ahora, suponían un mastodóntico proyecto escénico que no escatimaba en aviones, trailers, papeles (toneladas de graffiti), plásticos y cientos de ingredientes que no deparaban precisamente un show exento de emisiones de Co2. La banda británica se concede a sí misma un respiro, presentando disco en un concierto íntimo en Jordania y calibrando de qué forma pueden contribuir a no cargarse el planeta. Tendrán que echarle mucha imaginación si quieren volver a girar en un futuro próximo sin contradecirse, aunque a estas alturas de su carrera la rentabilidad de su marca está tan afianzada que podrían limitarse durante un buen tiempo a conciertos de pequeño formato, sin mayores preocupaciones.
Hay colegas y paisanos suyos que incluso han llegado a contar con la mismísima Greta Thunberg a la hora de componer algunas de sus nuevas canciones: ese es el caso de The 1975, quienes cuentan con la voz de la joven activista sueca, llamando a “la desobediencia civil” y a “la rebelión y la necesidad de eliminar cualquier zona gris cuando se trata de supervivencia”, en el tema que abrirá "Notes on a Conditional Form" (2020), el álbum que los británicos publicarán a mediados del próximo mes de febrero. Los de Matt Healy suelen abrir sus álbumes con un tema instrumental, y en este caso la composición llevará la voz de Thunberg como toda una declaración de intenciones. También Billie Eilish lleva semanas pronunciándose sobre el asunto. Lo hizo en octubre con un discurso grabado en video, en el que aparecía junto a Woody Harrelson, llamado “Our House is On Fire”, y lo acaba de hacer de nuevo en la entrega de los American Music Awards, durante la que lució una enorme camiseta con el lema “No music on a dead planet” (“No habrá música en un planeta muerto”). Seguramente la joven artista californiana, de 17 años, acapare estos días más chanzas y mofas en las redes sociales por reconocer en público no saber quiénes eran Van Halen que por su desvelo ecologista, pero lo cierto es que ella también se está planteando cómo compatibilizar las crecientes dimensiones de sus giras con la conservación del planeta. De momento, invita a sus fans a que lleven botellas reutilizables a sus conciertos (cada vez son más los festivales, también en nuestro país, por cierto, que instauran los vasos reciclables: los que no lo hacen, y acaban con su recinto hecho un amasijo de plásticos, empiezan a quedar muy señalados), pero habrá que estar atentos a su próxima propuesta escénica para ver cómo lidia con todo ello.
Aunque quizá quienes más están ahondando en el asunto, y con más rigor, sean Massive Attack. El combro de Bristol anunció recientemente su intención de realizar un estudio, en colaboración con el Tydal Center para la Investigación del Cambio Climático, de la Universidad de Manchester, sobre el impacto que la industria musical puede tener en ello, a partir de los datos obtenidos por sus propias giras. En una carta publicada en el diario The Guardian, Robert Del Naja alertaba sobre “el gran impacto que la industria musical ha tenido en la huella de carbono”. Es más, “en un contexto de emergencia, el negocio tal y como se ha desarrollado es es inaceptable”, remata Del Naja. El estudio abordará tres aspectos esenciales, que son aquellos en los que se genera una mayor emisión de Co2: los aspectos sobre producción y desplazamientos los músicos y su crew, los desplazamientos de la audiencia y las condiciones del recinto.
Otra artista de última generación que está dispuesta a dedicar esfuerzos ímprobos, incluso más entregados, a la lucha contra el cambio climático, es Claire Elise Boucher, o sea Grimes. Todo su próximo trabajo, "Miss Anthropocene" (2020), girará en torno a esa figura (que le da título) de la mitología romana que se configura como una diosa antropomórfica del cambio climático. Dicho así, y más teniendo en cuenta que su contenido se presume mucho más oscuro que el de sus anteriores entregas, a tono con la amenazante temática sobre la que orbita (la más que probable extinción de la humanidad, nada menos), cualquiera podría augurar una obra francamente espesa. Habrá que esperar al 21 de febrero para ver cómo cuadra la canadiense todo eso con su deseo confeso de hacer de la lucha contra el cambio climático “algo divertido”. A priori, se antoja complicado. Porque como ella misma dice, “el tema del cambio climático apesta, y nadie quiere leer artículos sobre ello, porque solo se habla del asunto cuando uno se siente culpable”. Y, obviamente, no debe ser agradable sentirse directamente interpelado con el complejo de culpa sobrevolando la cabeza de uno. Que se lo digan a los detractores y haters varios de Greta Thunberg.
En nuestro país, músicos como Carlos Jean, James Rhodes o Mala Rodríguez han participado esta misma semana en un video, junto a deportistas de élite y otros artistas de diferentes campos de nuestra cultura, en un video institucional que alerta sobre el peligro del cambio climático, y que viene a sumarse a alegatos como “Blue”, el tema que Macaco grabó junto a Jorge Drexler y Joan Manuel Serrat con ocasión de la huelga mundial contra el cambio climático el pasado 27 de septiembre. Macaco es activista de Greenpeace desde hace años, al igual que Manolo García, quien ya en los años ochenta facilitaba las direcciones locales de la organización ecologista en España junto a los créditos que figuraban en los libretos interiores de los discos de El Último de la Fila, la única banda española presente junto a Springsteen, Sting, Peter Gabriel o Tracy Chapman en aquel concierto del Camp Nou de 1988 por Amnistía Internacional. Manolo García fue, de hecho, de los primeros músicos españoles en hacer pública, y de una forma contundente, su preocupación por el cambio climático. Fue hace más de cuatro años, cuando la cuestión ya era abordada con profusión en los medios pero no parecía acuciante a nivel de calle. Lo hizo con un texto publicado en su página web, que aún puede consultarse. Lo que en 2015 era advertencia, en solo cuatro años es urgencia.
Curiosamente – o quizá no tanto –, esto enlaza con algunas de las situaciones paradójicas respecto a la expectación que el posicionamiento de los músicos ante esta cuestión genera entre el gran público. Bien sea porque vivimos un presente tan atropellado que nos hace olvidarnos de lo que nos ocurrió antes de ayer, o bien sea porque la propia preocupación ante el cambio climático está dando visibilidad a un claro relevo generacional (son estudiantes quienes han copado las más grandes manifestaciones en los últimos tiempos), parece que el nuevo ecologismo tiene sus voces más acreditadas en músicos jóvenes o emergentes. Solo un ejemplo: En 2015 (el mismo año en que Manolo García emitió su comunicado), Paul McCartney, Jon Bon Jovi y Sheryl Crow grabaron “Love Song To The Earth”, un single benéfico publicado poco antes de la cumbre del clima de París, cuyo video fue visto por 500.000 personas. Medio millón. Tan solo cuatro años después, en abril de este mismo 2019, el rapero norteamericano Lil Dicky se juntaba con Miley Cyrus, Katy Perry, Ariana Grande o Ed Sheeran para grabar la canción “Earth”, cuyo videoclip ha acumulado 211 millones de reproducciones desde abril. Calculen ustedes mismos la desproporción. Da la sensación de que la emergencia climática camina también en consonancia con el nuevo paradigma musical.
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