“Moonage Daydream” clausuró la sección Perlas del Festival Internacional de San Sebastian el pasado 23 de septiembre y ahora llega a los cines.
Parece mentira, pero hace más de seis años que David Bowie dejó este mundo para viajar hacia el espacio exterior. Fue una muerte prematura e inesperada de la que aún no nos hemos repuesto. Brett Morgen, que rastreó la vida de Kurt Cobain en el mencionado documental de 2015, ha buceado en los inagotables archivos personales del artista para ofrecer su versión de una personalidad caleidoscópica e irrepetible. Fascina la curiosidad insaciable del inquieto compositor, su vitalismo a prueba de bombas y una honestidad creativa que le hizo llegar a los treinta y tres años con diecisiete discos a sus espaldas y algunas de las canciones pop más brillantes jamás compuestas. Se veía a sí mismo como un lienzo en blanco. Salir de su zona de confort se convirtió en estilo de vida.
“De Bowie destacaría su inteligencia, su confianza y su vulnerabilidad”
Aunque el tono general del filme sea benévolo (no podía ser de otro modo), las sombras que acompañaron al artista –su nula relación con sus padres, el suicidio del hermano mayor esquizofrénico que le inoculó el veneno del arte, su etapa autocomplaciente de los ochenta– también se tratan. Nada se dice, en cambio, del proyecto Tin Machine ni de sus últimos tiempos, pero esto no empaña un trabajo en el que brillan imágenes asombrosas de sus conciertos, se pone en valor su faceta como pintor y se desvelan las preocupaciones existenciales –como George Harrison, Bowie era muy consciente de la fugacidad de todo– y filosóficas –Nietzsche, el budismo– del artista en voz propia. El mito se hace humano y cautiva como uno de las personalidades más carismáticas y atractivas que han pisado este planeta.
Por encima de todo está la música, que nos llega con un sonido apabullante. Universal nos concede unos minutos, que se pasan como un suspiro, con unos entusiastas Morgen y Massey; así son los maratones promocionales. “Todo empezó en 2016, después del fallecimiento de David. Llamé a sus herederos para comunicarles que quería hacer una experiencia IMAX inmersiva no biográfica. El albacea de David me dijo que el propio David había estado guardando todo tipo de material a lo largo de su vida, lo cual había dado como resultado un archivo alucinante. Yo nunca había querido hacer un documental tradicional, así que la idea de hacer algo no biográfico e inmersivo les pareció bastante atractiva”, explica el director.
La película acabó tomando el nombre de una canción del magistral “The Rise And Fall Of Ziggy Stardust And The Spiders From Mars”, uno de los monumentos discográficos que el británico hizo en los setenta. “¿Sabes lo que pasa? No sé lo que significa ‘Moonage Daydream’, pero evoca un sentimiento. Evoca colores, energía kinética, y creo que el filme trata de eso. No está hecho para explicar o definir. Es misterioso, y esperemos que sublime. Me pareció que el título capturaba todo eso. Creo que los responsables de lanzarlo habrían preferido que se llamara ‘Bowie’, pero no creo que Bowie pueda ser definido. Desde luego yo no me he metido en esto para hacer el trabajo definitivo sobre él. No creo que eso sea posible. Él hizo su trabajo, y lo que nosotros hemos hecho es una interpretación del mito”.
Como suele pasar con estos proyectos, la labor de zapa en los archivos, como el del montaje, debió ser hercúlea. Sin embargo, el director prefiere centrarse en la parte sonora, usando una curiosa metáfora. “Creo que escoger las imágenes no fue la parte más ardua. Más que fácil o difícil, fue una especie de proceso de flujos y reflujos. Si te soy sincero, lo más complicado fue, misteriosamente, tratar siempre de retorcer, domar y aprovechar el paisaje sonoro. Más que una carrera de caballos, para mí fue como montar un caballo salvaje en un rodeo [risas]”.
“Lo que hemos hecho es una interpretación del mito”
Morgen usa las canciones como potente elemento narrativo y vertebrador de la personalidad del artista. El brutal arranque con el ritmo industrial de “Hallo Spaceboy” –de su poco reconocida etapa electrónica de mediados de los noventa– es un buen ejemplo. “En cuanto a las canciones, el filme es, y no trato de empequeñecer mi trabajo, como un rompecabezas musical con un subtexto. Toda la música se seleccionó para que sirviera una especie de narrativa, aunque imagino que a veces por qué elegí una canción es parte del subtexto, de lo intangible. Para mí, había un hilo conductor en la idea de lo transitorio, que yo buscaba”.
Para hablar del sonido se suma el británico Paul Massey, peso pesado de Hollywood que ha puesto su talento sonoro al servicio de grandes producciones como “La casa Gucci” o “Bohemian Rhapsody”. “Desde el principio queríamos que fuera muy envolvente. Que fuera parte de la película de una manera particular. No tenía por qué estar necesariamente vinculado a la parte visual, sino que buscábamos crear un sentimiento: de caos o una textura determinada. Hay una ola sonora que está evolucionando constantemente a lo largo del filme entero. Las piezas en directo obvias, los conciertos, tienen una estructura más tradicional, pero no hay un momento sin música. Del principio al final. Para mí es como un sentimiento largo disuelto, en consonancia con lo que Brett quería que sintiera el público. Y resulta muy poderoso. Tengo que decir que es la mezcla más inmersiva en la que nunca he estado involucrado, no sólo a través del contenido, sino en el uso de las panorámicas, el surround y los ambientes. Se trataba de llevar la experiencia sonora lo más lejos que pudiéramos”.
Morgen se muestra orgulloso del resultado. “Cuando entras a ver una película, a la gente le suele fastidiar el logo del sistema sonoro, el THX, porque piensan: “esto es justo lo que no vas a oír”. A diferencia de lo que le pasa a la mayoría de los que van al cine, suele ser mi parte favorita, porque pienso: ‘tío, esto va a ser la leche’. Luego empieza y es un bajón. Me parece que con esta película, si te gustan esos logos, te lo vas a pasar de miedo. Es el filme perfecto para que veas si el sistema de sonido del cine está bien y funciona [risas]”.
Al final del viaje, ¿qué le ha impactado más al realizador al acercarse a la figura del londinense, en lo personal? “Personal es una palabra fuerte porque no tuve contacto con él. Pero en cuanto a mi experiencia con las grabaciones y las representaciones mediáticas con las que me encontré, hubo sin duda varias cosas que me llamaron mucho la atención: su generosidad, su inteligencia y también su capacidad de estar presente en cada momento, lo cual le permitió sentir cosas y estar alerta a su entorno. Ver cada momento como una oportunidad para un intercambio. Incluso en las entrevistas no se trataba tanto de él vendiendo algo. Estaba muy cómodo tornando las entrevistas en conversaciones, de modo que no fueran algo unilateral. Yo destacaría su inteligencia, su confianza y su vulnerabilidad. Su actitud ante la vida me parece increíblemente inspiradora”.
Inspiración emanada de la filosofía vital del músico, pintor, videoartista y actor ocasional en películas como el drama bélico “Feliz Navidad Mr. Lawrence”, “La última tentación de Cristo” (fascinante Poncio Pilatos), “Principiantes” o la fantasía juvenil “Dentro del laberinto”, de algunas de las cuales aparecen imágenes. Todos los medios le servían para expresarse. “Artistas como Bowie o Dylan, los grandes, no sacan discos porque lo necesiten, sino porque se ponen retos. Una de las cosas más emocionantes de este filme, no sólo para mí, sino para Paul y los otros colaboradores, es que trabajamos en territorio inexplorado. Como hacía Bowie, nos forzamos a meternos en situaciones incómodas y desconocidas, para ver cómo nos las apañábamos. En cierto modo nos estábamos reflejando en los instintos creativos de Bowie”.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.