“Quiero lo eterno” podría ser calificado como tu primer largo de ficción tras unas cuantas películas que se aproximaban al documental de forma libre. ¿Cuál es el origen del proyecto?
La historia empieza a tres bandas. El fuego nace con Cristian Subirà y Alberto Flores (antiguos soldados del freejazz en Dead Man on Campus y varios proyectos imposibles más), y las ganas de volver hacer algo juntos, perdernos, improvisar, divertirnos montando una fiesta y grabarla con cámaras pequeñas. Después entra en escena el descubrimiento y fascinación por el trabajo de Jordi Díaz, el director de fotografía de la película, y su facilidad por crear estados de ánimo a partir de la ausencia de luz. Y el tercer vértice pasa por el Freedonia del Rawal, donde una noche llego a un concierto por casulidad. La cosa va de tres chavales de 19 años sobre el escenario: dicen que se llaman Generación Genética y crean una atmósfera de pesadilla entre noise, trap y error constante. Como hacía tiempo que no sentía un miedo tan real, decido acercarme a ellos y les digo que quiero hacer una película con ellos. Me dicen que sí porque dicen sí a todo.
La película es una ficción pero tiene elementos documentales. La mayoría de escenas con los chavales de Generación Genética son escenas documentales que pusimos en escena. De hecho lo que nos dimos cuenta en montaje es que lo que resulta más turbador en la película es cuando dudas si lo que estás viendo es documental o ficción. Pensar que todo puede llegar a ser real es terrórifico y una carta que quisimos jugar.
La película es casi cine de guerrilla y el presupuesto no habrá sido muy holgado, pero eso no impide que tenga un empaque visual con personalidad: esa foto tenebrosa pero muy expresiva y esa cámara nerviosa. ¿Hasta qué punto fue complicado conseguir eso? Comentabas por ahí que había sido una obra colaborativa en la que todos los integrantes participaron en el proceso creativo…
“Quiero lo eterno” es sobre todo una película libre y una reinvindicación de una forma de hacer cine que se asemeja más a una fiesta con tus amigos que cree y disfruta en lo que hace, que a un set de rodaje profesional donde todo es tedio, chismorreo y gente pretenciosa. Supongo que estoy pasando un momento muy Mekas de mi vida pero, bueno, si eso es cine de guerrilla, pues adelante con ella. Al equipo de “Quiero lo eterno” les prometí que íbamos a ser felices durante quince días rodando y lo conseguimos. Resulta que la película nos ha salido bien, pero eso ya no es tan importante.
Cuando no tienes mucho dinero, tienes que exprimirte el seso. Siempre ha sido así y cuando entras en terrenos de la ciencia ficción o el terror es una maravilla. En este sentido me vienen a la cabeza las pelis de Jacques Tourneur y sobre todo “La mujer pantera”: apaga la luz, ocúltalo todo, juega con el fuera de campo, que el espectador acabe la película en su cabeza… Transforma tus defectos en virtudes, nos hemos acostumbrado a hacer las películas así. Con Jordi Díaz teníamos claro que la historia tenía que navegar por la oscuridad casi total y que la cámara no descansara nunca. Esa era nuestra apuesta y escribimos una historia que girara alrededor de querer llegar a la oscuridad como salvación, de la pantallización de la vida y buscar el camino a través de la luz de los teléfonos móviles…
“El fin del mundo como fantasía y fetiche es el caldo de cultivo ideal para el conflicto total”
“Quiero lo eterno” tiene algo de película de género, tiene fugas al terror y al fantástico de autor; sobre todo en la trama de la secta y contactados que experimentan con el sonido, y toda la atmosfera nocturna del filme. Además, hay algo de apocalíptico en ella. ¿Estás de acuerdo? ¿Qué cine de terror y fantástico te interesa como director y cinéfilo?
El fin del mundo como fantasía y fetiche es el caldo de cultivo ideal para el conflicto total. Superstición, conspiranoia, espiritualidad de última hora, que la gente se deje guiar por el miedo, planes extremos para salvarse… Todo ese lugar común del cine fantástico me entusiasma como punto de partida. Pero los referentes que teníamos cuando empezamos eran ciencia ficción costumbrista, donde los protagonistas se pierden y se transforman en mad doctors haciendo cosas que no acabamos de entender pero que nos dan la sensación que tienen algo trascendental entre manos. El trabajo de Shane Carruth, tanto “Primer” como en “Upstream Color” son claros referentes de esto e influencia para crear los demiurgos de “Quiero lo eterno”. Después está “Inland Empire” que es una influencia muy fuerte todo el rato a nivel visual y narrativa. El personaje de Laura Dern, que ha confundido la realidad con su representación en la ficción, juega a lo mismo que nuestros adolescentes intentando verse en tercera persona a través de su representación en las pantallas. Para Laura Dern la ficción era representada en el Hollywood de las estrellas pero ahora la ficción está en cualquier lugar donde te puedas crear un avatar.
Me fascina todo los cuentas en la película de la secta de contactados por una inteligencia superior y que esa inteligencia se comunique con los humanos a través de una frecuencia o sonido. ¿De dónde surgió esa idea?
La idea de que el sonido y las frecuencias nos puedan llevar a otros lugares de la consciencia e incluso puedan ser un arma asesina es algo a lo que daba vueltas hacía tiempo. Me fascina aquello que no podemos ver ni tocar pero convive con nosotros, y que haya frecuencias que están pero que no vemos ni oímos me causá cierto estupor. El wifi o el microondas siguen siendo misterios que no quiero atajar desde la ciencia. En la película las torres de alta tensión son los totems de esas frecuencias, un misterio como cabezas de la Isla de Pascua, están ahí, en teoría las construimos nosotros y forman parte de nuestro skyline cotidiano pero y si estuvieran ahí para otra cosa… De todas formas, más alla de la ciencia ficción, con Cristian y Flores, las personas con las que escribí el guion, nos rondaba una anécdota sobre Syd Barrett, ya tarumba y envejecido, viviendo recluido en casa de su madre haciendo canciones y aislado del mundo. Se ve que había fans del músico que iban en peregrinación a casa de su madre para verlo hacieno magia con sus canciones. Nuestros dos protagonistas son Syd Barrett en la tiniebla.
Tu nueva película plantea un interesante choque entre gente que quiere creer y un grupo de jóvenes nihilistas con ganas de acabar con todo. Lo curioso es que los primeros rondan los treinta y tantos y parecen adictos a las conspiranoias de Iker Jiménez y los segundos son claramente millennials que juguetean de forma macabra con el Instagram. ¿Con quién te alineas más, con los creyentes o con los nihilistas?
Mucha gente ha dicho que la película es antihumanista porque no se juzga el nihilismo, ni se castiga a esos jóvenes que, en un momento que el mundo pide ayuda a gritos, se dedican a destruir todo lo que encuentran a su alrededor. Queman el arte, mutilan sus propios cuerpos, se burlan de sus seres queridos o agreden al indefenso con la intención de que empatices con ellos. Ahora me viene a la cabeza una película que también giraba alrededor de estos temas a través de personajes adolescentes: “Nocturama” de Bertrand Bonello. En este caso, el director castigaba de forma implacable a los protagonistas al final del filme. Entiendo la posición de Bonello y su discurso acerca de la violencia estructural de la sociedad pero no comparto esa idea de castigo porque, en parte, creo que querer acabar con la humanidad es un acto noble con el que todos deberíamos fantasear de vez en cuando. Entonces, sí, supongo que estoy de lado del nihilismo.
Siguiendo con el grupo de jóvenes, ¿cómo trabajaste con los actores que los interpretan? Los llevas a un lugar muy oscuro: torturan, asesinan, y recitan versos como si fueran poetas atormentados… Son como un grupo de ángeles exterminadores con los que el espectador acaba simpatizando.
Cuando conocí a los Generación Genética estuvimos durante varios meses quedando con ellos, saliendo de fiesta, tomando cerveza en las plazas hablando de la vida, de lo que le gustaría hacer en la película… Son unos tipos con mucho talento, bastante desequilibrados pero libres en muchos aspectos. Muchas de sus escenas están escritas a partir de situaciones que ellos me contaban o que yo mismo viví con ellos. De ahí la frescura documental de algunas escenas: cuando se tatúan, su relación amor/odio con el arte, con los móviles, la relación con sus padres… Ellos me dijeron que querían pegarle una paliza y quemar a una persona y así lo hicimos. Los versos son directamente material escrito por ellos que me fascinó y que nos ayudó a construir un poco el universo poético del film.
"Harmony Korine es una referencia inevitable en el retrato crudo de los personajes adolescentes. “Gummo” siempre estará ahí aunque nos hagan una lobotomia".
Una de las cosas que más me gustan de “Quiero lo eterno” es que es una película arriesgada y en algunos casos experimental que también presenta pinceladas de humor. La secuencia hilarante de la conversación de uno de los jóvenes con su madre hablando de consumir drogas, por ejemplo. ¿El humor está presente para rebajar la tensión de la historia?
El humor es la mejor herramienta para transformar el tono y retorcer los géneros, convierte el miedo en terror y el amor en tragedia, y ayuda a empatizar con los villanos y psicópatas. La escena de la conversación con la madre es también documental. Yung Bautas, el actor en esa escena, es un tipo muy gracioso. Le dije que llamara a su madre y que fuera simpático con ella.
Me gustaría preguntarte por las localizaciones del filme. Todas son en lugares reales y recrean una especie de periferia imaginada-distópica de una gran ciudad donde acechan las tinieblas. Es casi sci-fi.
Toda la costa de la zona de Tarragona está llena de urbanizaciones que fuera de temporada son auténticos escenarios de ciencia ficción. Si a esto le sumas la petriquímica, la cosa queda terriblemente desangelada. El director de foto es de esa zona y conocía los rincones más mágicos para que parezca que el fin del mundo es aquí y ahora. De hecho en las localizaciones también tienes una película documental. Es tan maravilloso que la línea entre ficción y documental sea tan frágil…
Por cierto, la música de Blood Quartet y Tim Robertson es crucial para meterte en la pesadilla suburbana que plantea “Quiero lo eterno”. ¿Qué directrices les diste para realizar la BSO? ¿Colaboraste con ellos?
A veces el mundo te regala cosas. Una de esas cosas es la música de Blood Quartet. Toda la música está sacada de su primer LP “Dark Energy”. En la sala de edición el montaje bailaba bajo el enflujo de las trompetas del señor Cunningham. Parece que hicimos la película para ilustrar sus canciones…
El primer nombre que vino a la cabeza tras ver “Quiero lo eterno” es Harmony Korine. ¿Es una referencia para ti? El paseo de los jóvenes con el carro por la carretera es puro “Kids”. ¿Qué otros cineastas te inspiraron para la película?
Harmony Korine es una referencia inevitable en el retrato crudo de los personajes adolescentes. “Gummo” siempre estará ahí aunque nos hagan una lobotomía, no es fácil deshacerse de ella pero también el nihilismo cómico del que hablábamos de “Spring Breakers”. Pero también los retratos de la gente real de la obra de Pasolini. Cualquiera de los chicos podría ser un secundario de “Accattone” o de los jóvenes sodomizados de “Salò”. De todas formas, el cineasta que más nos influyó para el look y la narración fue Philippe Grandrieux. Su “Sombre” es uno de los fetiches del equipo que hicimos “Quiero lo eterno”.
¿Los procesos creativos son los mismos en la música que en el cine? Y, reformulando la pregunta, ¿qué cosas de músico aplicas al cine y a la inversa?
Mis procesos creativos en el cine se basan en la misma forma de hacer canciones con un grupo de música en el local de ensayo: ir rasgando la guitarra, prueba-error, descubrir un sendero y seguir por ahí, o retroceder si nos hemos equivocado de acordes en el estribillo. La idea de hacer cine por fases marcadas e inquebrantables me parece algo muy viejo, de cuando había otra tecnología que afectaba a los procesos de producción; eso de seguir un guion y un storyboard al dedillo me parece algo terrible que hace aburrido y mata lo que el rodaje mismo puede regalarte. Detesto a esos cineastas que hacen cine partiendo de una verdad que creen incorruptible sobre papel. Me gusta rodearme de gente que hace cine, justamente para eso, para encontrar esa verdad. Free jazz, siempre.
La película pasó por Gijón y se podrá ver en el D’A. ¿Qué os gustaría que pasara con ella? Es una obra arriesgada.
Para después del circuito de festivales estamos trabajando en hacer pases de “Quiero lo eterno” en lugares donde podamos llevar a cabo la banda sonora con los músicos en directo. La idea es contextualizar la proyección en una localización que pudiera formar parte de una de las escenas de la misma película.
¿Qué nos puedes contar de Boogaloo Films, productora de la que formas parte y que también es la casa de otros miembros de Manos de Topo?
Me gusta pensar que Boogaloo es un lugar donde los cineastas que se empeñen en levantar sus proyectos de ficción o de documental, recibirán la ayuda que podamos ofrecerle para poder encontrar juntos esa verdad que nos regala el puto cine.
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