“Sin Metallica estaría muerto o en la cárcel. Ese chaval era de lo más desgraciado”, afirma el cantante James Hetfield observándose a sí mismo en una foto del grupo tomada en 1982 en los camerinos de uno de los clubes de San Francisco donde se curtieron. La música, añade, se convirtió en una “salida, una terapia y una salvación”. La temprana biografía del frontman de Metallica protagoniza las primeras páginas de este repaso exhaustivo, detallado y adictivo a la primera etapa –hasta el célebre "Black Album"– de la trayectoria de Mettallica.
Siendo Hetfield uno de los mejores frontman que ha dado el género, choca descubrir el carácter tímido, casi autista, del cantante en su adolescencia, marcada por el acné y las fotos de sus idolatrados Aerosmith en su carpeta del instituto. Su dura realidad familiar –padre ausente, muerte de la madre– contrasta con la del futuro batería Lars Ulrich, nacido en el seno de una familia acomodada de Copenhague, un estudioso metalhead fascinado por la NWOBHM, extrovertido y entusiasta, pero también encantado de haberse conocido. Ya en 1984 afirmaría: “Todo el rollo de Ratt y Quiet Riot está anticuado y no da más de sí. Metallica vamos a liderar la nueva corriente del metal”. Un bocazas con razón.
Visión, talento y lucha de egos
Lars y James componen un binomio de polos opuestos cuya combinación, como en el caso de otras bandas con más de un gran ego en sus filas, resulta superior a la suma de las partes. La visión y el don de gentes del primero; la presencia y el talento del segundo. “Se le notaba la pasión por la música –recuerda el danés– y eso me atraía, porque tenía talento, aunque fuera tan introvertido. Me acuerdo de que parecíamos la conjunción perfecta, porque yo pensaba que podría ayudarle a sacarse esas cosas de dentro y él podría compensar algo de mi falta de talento. Como una especie de yin y yang. Eso lo pensé al instante. Desde el primer minuto.” Sin embargo, cuentan que en ese primer encuentro la química entre ambos brilló por su ausencia, incluso se cayeron mal, pero por suerte no se dejaron llevar por la primera impresión.
Su ambivalente relación es uno de los ejes de Nacer. Crecer. Metallica. Morir., una constante tensión creativa que ha pasado por muchas fases, desde las peleas de sus inicios –en 1980, Hetfield llegó a pegar un puñetazo a Ulrich porque el batería había empezado a tocar un bis distinto al acordado–, hasta los rumores de la expulsión de Lars que, supuestamente, habrían pactado Hetfield y Cliff Burton poco antes de la muerte del bajista. El tristemente famoso accidente de autobús durante la gira de "Master Of Puppets" sirvió para que cantante y batería se unieran más, pero dejó en el grupo una honda huella que aún resuena a día de hoy. “Pienso en Cliff todo el tiempo –comenta Ulrich–. No puedo desprenderme de él y tampoco quiero que eso ocurra”.
Al margen de momentos tan duros como ese, la trayectoria de Metallica dibuja una ascensión emocionante y meteórica narrada aquí con tono confesional y rico en declaraciones de decenas de fuentes. Los bregados periodistas musicales británicos Ian Winwood y Paul Brannigan (autor de "This Is A Call: The Life And Times Of Dave Grohl"), combinan con ritmo e interés infinidad de datos y anécdotas contadas por sus testigos. Desde las penosas primeras giras de la banda en furgoneta, en las que dormían en el suelo y tocaban en tugurios semivacíos, pasando por la salida del talentoso, pero conflictivo Dave Mustaine, futuro líder de Megadeth, abandonado en una estación de autobús mientras un adolescente Kirk Hammet usurpado de las filas de Exodus ocupaba inmediatamente la plaza vacante. “Un momento muy triste –reflexiona Mustaine–. Recuerdo que James estaba llorando mientras conducía hasta la estación". "Quería a Dave pero se pasaba de destructivo –recuerda Ulrich–. Y eso iba a ser un contratiempo para nosotros”.
Peleas con Mötley Crue, brindis con Lemmy
El libro hace hincapié en aspectos coyunturales como la aversión de la banda por la escena angelina dominada por la laca, el rímel y las mallas de licra. Sin ir más lejos, rememora la trifulca de 1982 a las puertas del club Troubadour de West Hollywood entre unos primerizos Metallica y unos exultantes Mötley Crüe que acababan de firmar contrato con la multinacional Elektra Records. “Pasaron ante nosotros y les gritamos ‘¡Sois unos mierdas!’ –recuerda Hetfield–. Entonces se giraron en plan tipo duro y se quedaron plantados allí. Parecían gigantes, porque iban con las botas de Elton John. Y nosotros íbamos con deportivas”. Lo cosa no fue a más, pero no es de extrañar que Metallica se mudaran pronto a San Francisco, ciudad con una comunidad metalera, según ellos, más auténtica y abierta a los sonidos británicos de Motörhead, Saxon y Judas Priest. La banda les dedicaría el tema "Whiplash", incluido en su debut de 1983 "Kill ‘Em All".
Otras anécdotas reconstruyen un temerario duelo etílico entre Lars y Lemmy Kilmister (podéis imaginaros el desenlace); las gamberradas de Hetfield con los extintores y los ascensores de un hotel; la fascinación de Rod Smallwood, mánager de Iron Maiden, cuando James y Lars le dejaron escuchar un primer máster de "Welcome Home (Sanitarium)"; o, varios años después, el accidente de coche en Sunset Boulevard del que Ulrich salió ileso cuando se dirigía junto al fotógrafo Ross Halfin a una fiesta porno de… Nikki Sixx de Mötley Crüe. ¡Cómo cambian las cosas! Por aquél entonces Metallica ya habían saboreado las mieles del éxito tras eclipsar al mismísimo Ozzy Osbourne en su gira conjunta de 1985. Corría 1987 y la banda alternaba la grabación del mastodóntico "... And Justice For All" con la no menos gigantesca gira itinerante del "Monsters Of Rock" liderado por Van Halen.
Alcohol, groupies y eclecticismo
Por esa época llegaría también su primer jet privado, las entrevistas en medios generalistas como The New York Times, su primera nominación a los Grammy, el videoclip de "One", y la implosión de las groupies, las drogas y los excesos propios de unas rock star. “Has de tener en cuenta que permanecimos en un estado de ebriedad constante de 1987 hasta el final de 1989. Era como parte del trato”, recuerda el bajista suplente Jason Newsted. Aunque, como afirma el tour manager de sus primeros años, Gem Howard, Metallica “mostraban un interés real por los pormenores del oficio. Podían irse de farra y desmadrar, pero mantenían sus prioridades en el aspecto musical del asunto”. El propio Howard se adentra en un aspecto crucial. “He salido de gira con montones de grupos y la gente que llega más lejos es la que escucha cosas que no esperarías. (Con ellos) pasabas de estar coreando a Misfits a casi echarte a llorar con "Homeward Bound de Simon & Garfunkel" o Ennio Morricone. Iban pillando cosas de aquí y de allá, y así es como progresaron. Luego hallaban el modo de incorporar todo eso en su música. Y así se distinguían de las otras bandas y les sacaban mucha ventaja.” Y es que, más allá del factor humano, rosa si quieren, vital para entender cómo afecta la fama a unos jóvenes en la veintena, el presente libro habla mucho acerca de lo más importante: la música.
... And Music For All
Las numerosas consideraciones musicales del libro se remontan hasta el impacto de sus primeros temas. “Era algo nuevo”, recuerda el periodista de la revista Kerrang! Xavier Russell a propósito de su primera maqueta "No Life ‘Til Leather". “Una especie de mezcla de Ted Nugent y Motörhead, y todo pasado por una batidora a ciento ochenta kilómetros por hora.” En cambio, con "Ride The Lightning" (1984) probaron que no se tiene por qué depender de la velocidad “para ser cañero y heavy”, observaría Ulrich ya por aquel entonces. Flemming Rasmussen, productor del disco y de sus dos siguientes álbumes, apunta: “En ese momento, las cosas que ambicionaban sobrepasaban sus habilidades técnicas”. El principal reto de Rasmussen fue evitar que “se atragantasen con sus ansias de comerse el mundo” y “conseguir de ellos las mejores interpretaciones posibles”.
Cliff Burton se describe aquí como el músico más talentoso del conjunto en esos años. A propósito de la composición de "Master Of Puppets" (1986), Ulrich recuerda: “Nos llevó un tiempo a James y a mí abrirnos a algunas de las propuestas de Cliff sobre armonía y melodía, porque en la vida habíamos tocado cosas así. Pero al final lo pillamos y empezó una fase de mayor experimentación.” Lars, por cierto, sometido a un eterno escrutinio público, es descrito por el productor como “un buen batería” que “no mantiene el tempo”, aunque en la época de "Master Of Puppets" ya “había progresado una barbaridad”. A estas alturas, el perfeccionista Hetfield se revela como un guitarrista rítmico brillante y un vocalista de registros y letras abstractas a años luz de sus coetáneos; y ambos muestran su cara más obsesivamente controladora durante la producción de "... And Justice For All" Sus últimas y maratonianas sesiones de grabación a contrarreloj recayeron en un Kirk Hammet exhausto que, haciendo de la necesidad virtud, extrajo de su guitarra unos solos cargados de emotividad.
Del manierismo al groove y el estrellato
A pesar del éxito cosechado por ".. And Justice For All", Ulrich reconoce: “Es nuestro único disco con el que no me siento a gusto. Parecía una cuestión de pericia casi atlética más que de música”. Habían llevado “ese lado de Metallica hasta el límite”. Quizás por ello, el riff central de "Enter Sandman", escrito por Hammet poco tiempo después, nació de su deseo de “componer la cosa más heavy que pudiera imaginar”. Heavy en el sentido de pesada, con groove. El último capítulo del libro describe a la banda concentrada en dos características casi invisibles en su obra interior: simplicidad y ritmo. Para ello, Metallica tomaron el clásico "Back In Black" de AC/DC como modelo creativo y reclutaron al productor Bob Rock (otra vez la sombra de Mötley Crüe) para dar forma a su popular y estratosférico "Black Album", el disco que cambiaría para siempre el binomio metal y mainstream. Una última escena describe a la perfección esa metamorfosis: en verano de 1991, el Madison Square Garden de Nueva York, que días antes había acogido la caravana del "Clash Of The Titans" capitaneada por Anthrax, Megadeth y Slayer, albergó una multitudinaria listening session del álbum negro. Diez mil personas, entre las que se contaban los miembros de Nirvana, enloquecieron al ritmo de los primeros compases del disco. Hetfield y Ulrich –siempre Hetfield y Ulrich– intercambiaron entonces una sonrisa de complicidad.
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