El fin de una era
Tras haber tocado el cielo por medio de “Una semana en el motor de un autobús” (1998), la expectación respecto a cómo iba ser el siguiente paso discográfico del combo andaluz se impregnó de un ambiente enrarecido. No en vano, la sensación generalizada respondía a un hecho contrastado: la generación indie nacional ya había vivido sus mejores momentos.
La espera absurda por un segundo LP de Family y el fin de grupos como El Niño Gusano, Le Mans, Cancer Moon y, sobre todo, de la euforia con la que estas formaciones y otras como Australian Blonde o Sexy Sadie habían enorgullecido la escena estatal indie se fue viniendo abajo ante el éxito de Dover y la mercantilización de la industria dentro de una generación que ya había vivido sus mejores momentos con Surfin’ Bichos o los propios Planetas.
Precisamente, los de J y Florent fueron quienes recogieron el testigo de los albaceteños como punta de lanza de una generación que, por otro lado, vivía con gran ansiedad, aguardando por el cuarto álbum del grupo granadino.
¿Y ahora qué?
Entre medias, la publicación de un disco de rarezas como “Canciones para una orquesta química” (1999) dio a entender que se cerraba la primera fase de crecimiento del grupo, al mismo tiempo que redujo el mono generado en toda la comunidad indie patria tras la épica modelada en su tercer álbum, antes de su siguiente envite con las musas.
Pero ¿qué se puede esperar de un grupo que con su tercer LP ha publicado, seguramente, el disco indie (entiéndase “indie” dentro del concepto estilístico que tenía en años 90) catedralicio por antonomasia del pop español? En el caso de los granadinos, la respuesta debió ser algo así como hacer un viraje aún más pronunciado hacia el cosmic rock heredado de Spacemen 3 y Spiritualized. En este caso, por medio de una columna vertebral armada en torno a las dos partes de “Flotando sobre Loscos”, “Tierras Altas” y “Que no sea Kang, por favor”.
Las canciones
Entre medias, el plano intimista se fue ampliado a través de canciones con la saudade acústica de “Canción para ligar (o para que no me dejes)” o en medios tiempos como “Anuncio para coches”. Asimismo, se sacaban de la manga un cierre tan emotivo y costumbrista como “Paseo por el parque”, que suena como una prima-hermana de “Estación de las lluvias”, con la que Surfin Bichos ponían punto y final a “Hermanos carnales” (1992), el cáliz sagrado de la ortodoxia indie estatal hasta la llegada de Los Planetas. Desde el otro extremo, “Plan de fuga” añade matices krautrock a lo Neu! al ADN del grupo.
Y luego, están los himnos, con dos piezas como “Santos que yo te pinté” y “Un buen día”. Que esta última haya tenido una adaptación del propio J para su disco en solitario dedicado a Iván Zulueta subraya la importancia capital que tuvo “Unidad de desplazamiento” a la hora de concretar la definición de sonido planetario: una suerte de psicodelia pop indie, tal que en “Flotando sobre Loscos”, que da pistas sobre el siguiente salto mortal del grupo, cuando en 2007 se lanzaron al todo o nada con “La leyenda del espacio”, abrazando la liturgia flamenca en su cuaderno de bitácora.
Aunque para emotividad, nada como “La cara de Niki Lauda”, en la que plasman su particular versión del romanticismo suicida de “There’s A Light That Never Goes Out” de The Smiths con un momento a flor de piel tal que en letras como “sólo sabía que no me importaba morir” en medio de un viaje en carretera, claramente deudor del “And if a ten ton truck kills the both of us To die by your side Well, the pleasure, the privilege is mine…” del clásico de los mancunianos.
El truco de Houdini
Si su anterior LP se ganó a pulso la leyenda, su bautizo discográfico en el siglo XXI ha quedado como la bajada melancólica tras el subidón previo, el truco de Houdini más brillante del indie nacional: el mismo que define las ansias de exploración de un grupo que, tras un trabajo de este calado, daba la impresión de haber marcado unas cotas de inspiración difícilmente igualables, ya no digamos superables.
De lo que vino después, seguramente, “Encuentro con entidades” (2002) y “Los Planetas contra la ley de la gravedad” (2004) se puedan entender como dos formas de retorcerse sobre uno mismo para volver a dar con un discurso sobresaliente, aunque poco novedoso para la influencia que tenían sobre el resto de grupos indies españoles con cada uno de sus diferentes capítulos creativos previos, antes de su reconversión sacra hacia el pop psicodélico aflamencado.
Banda Sonora generacional, otras más…
Previamente a esta tercera fase de su crecimiento artístico, “Unidad de desplazamiento” puso los raíles desde el comienzo de la segunda etapa del grupo, al mismo tiempo que desplegaba una narrativa que conectaba con hitos pasados posadolescentes de tono costumbrista como “Qué puedo hacer”.
Desde la referencia a Spiderman en “Un buen día” a “Que no sea Kang, por favor”, los guiños al cómic norteamericano de superhéroes subrayan la poderosa conexión con la infancia de su fandom. También títulos tan literales como “La cara de Niki Lauda”, seguramente, una de las imágenes más impactantes del imaginario ochentero.
Todo en “Unidad de desplazamiento” responde a un enfoque brutalmente visual y nostálgico, como si Los Planetas hubieran armado los sagrados mandamientos de la memoria popular de toda una generación: desde el fútbol a los excesos en los fines de semana. Dicha base argumental, deudora del perfil documentalista de “Historias del Kronen”, fue traducida en un viaje de raigambre cósmica que, con el paso del tiempo, va ganando más y más dimensión de banda sonora generacional, de forma más solemne que en “Super 8” (1994) o en “Una semana en el motor de un autobús”.
En definitiva, una de esas obras que van más allá de su mero marco musical, para convertirse en símbolo de una forma de sentir y vivir la época de un público que había crecido con ellos desde la adolescencia, pero que ya entraba a la treintena, cuando dicha edad aún era síntoma de hacerse mayor.
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