“Super 8” de Los Planetas - Treinta años de latidos y lisergia compartida
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“Super 8” de Los Planetas - Treinta años de latidos y lisergia compartida

David Pérez — 11-02-2024
Empresa — RCA / Sony BMG
Fotografía — Carátula del disco

“Super 8”, el debut discográfico de Los Planetas, cumple treinta años y sigue eternamente joven. Noise-pop cargado de melodías, distorsiones y efectos, con la dolorosa fragilidad de las relaciones sentimentales en el centro del huracán, más un extra de química en sangre y liberadora experimentación. La frescura efervescente de “hacer tú mismo” lo que quieras.

Ahora, además, la banda lo interpretará de principio a fin en una gira cuyo primer concierto anunciado será en el festival madrileño Tomavistas, a celebrar los días 24 y 25 de mayo.

El despegue hacia otra dimensión y los inicios del indie

Tras aquel primer EP de 1993, “Medusa”, dejando atrás el nombre de Los Subterráneos y previo subidón en el circuito underground, primero con el afilado sencillo “Mi hermana pequeña”, elegida canción del año en 1992 por los oyentes de Disco Grande y Rockdelux; y después ganando el premio de maqueta del año, otorgado también por Disco Grande de Radio 3 (segundos en el concurso de Rockdelux), la banda más influyente del pop nacional, Los Planetas, despega definitivamente a la galaxia sonora con su LP debut, “Super 8” (94). Treinta años ya de aquel disco en el que dejaron asentados los cimientos del indie patrio y lo que vendría detrás, siendo desde entonces espejo roto-sentimental y lisérgico de toda una generación que comenzó a orbitar, canción a canción, junto a ellos.

Introspección lírica y poética simbólica, pero cercana y muy personal, que funde con vivencias universales en cruces de caminos compartidos, donde todos nos encontramos una y otra vez. Fuera imposturas y rienda suelta para que hablen, susurren y griten las heridas abiertas, desbordando un río de emociones descarnadas a flor de piel, bajo una envolvente y magnética tormenta multicolor; con la química y la liberadora experimentación como único antídoto para el mal querer o, en su defecto, como morfínico remedio sonoro que reduzca el dolor inaplacable y nos empuje a seguir adelante. Todo con la particularidad añadida de cantar en castellano, a diferencia de la inmensa mayoría de grupos españoles de aquel proto-indie efervescente.

Aunque tenían en mente seguir con Elefant Record, pequeño sello con el que lanzaron su primer EP, “Medusa” (cuatro piezas impagables de pop crudo y distorsionado: “Mi hermana pequeña”, “El centro del cerebro”, “Cada vez” y “Pegado a ti”, producidas por los Lagartija Nick Antonio Arias y Miguel A. Rodríguez), Javier Liñán los ficha para RCA, compañía discográfica multinacional; y con Fino Oyonarte (Los Enemigos) a los mandos de la producción, Los Planetas primigenios, J (voz y guitarra), Florent Muñoz (guitarra), May Oliver (bajo) y Paco Rodríguez (batería), comienzan la grabación de su primer largo, “Super 8”, en febrero de 1994 en los estudios Sonoland de Madrid.

Es cierto que las prácticas independientes del indie, escapando por carreteras secundarias del pop-rock convencional y de la cultura repetitiva, sin alma y mainstream de la época, la pusieron en práctica a finales de los ochenta e inicios de los noventa bandas como Sex Museum, Cancer Moon o Surfin’ Bichos, fundiendo con coetáneos de Los Planetas que también querían hacer cosas distintas, como Parkinson DC, Penelope Trip, Sexy Sadie, Sr. Chinarro o El Inquilino Comunista, por nombrar sólo a algunas, y, cada una de ellas, con voz y entrañas propias. Pero la explosión definitiva y la onda expansiva más fuerte que abrió puertas y ventanas a muchos otros grupos, la ocasionó, hace ahora justo treinta años, este “Super 8” planetario que nos ocupa. La frescura y excitación de cuatro amigos de Granada que rezuman cierto espíritu amateur y personalidad a raudales, sumado a una producción sucia y enérgica, terminan por fraguar la fórmula perfecta planetaria en una ópera prima imprescindible. La garra nerviosa y cruda de The Velvet Underground, pasando por Sonic Youth, Teenage Fanclub o Dinosaur Jr; una nueva brisa de refrescante y abrasivo noise con ecos de atmosférico y espacial shoegaze: de Spacemen 3, a My Bloody Valentine o The Jesus & Mary Chain, pero con un extra de soleado pop que te aspira sin que te des cuenta y, al siguiente parpadeo, te encuentras centrifugando en el ojo del huracán.

Sexo, drogas y (des)amor, diez adictivas canciones que marcaron el rumbo

De las diez canciones del álbum, cuatro de ellas formaron parte de la famosa maqueta previa de 1993: “Estos últimos días”, “Brigitte”, “Rey Sombra” y “La caja del Diablo”. En cuanto a la composición de las piezas, todas (menos “De viaje”, compuesta por la banda al completo), fueron creadas por la dupla titular que sigue al mando de la banda en la actualidad, J y Florent. Y las letras (a excepción de “Brigitte”, en la que también colabora May), las firma J, consagrándose desde ese primer momento como un letrista clave en la historia del pop nacional, inyectando su impronta poética como un adictivo veneno, melancólico y resplandeciente, a toda una generación, disco a disco.

Así, la cara A gira y acelera con un comienzo relampagueante e imbatible, situado aún, tres décadas después, en el top de los mejores inicios del indie noise-pop patrio: “De viaje” y “Qué puedo hacer”. Dos disparos a quemarropa directos al corazón. El bajo de May se abre paso entre un enjambre de guitarras, batería y ruidismo planetario, y, en poco segundos, despegue, combustión instantánea y estamos “De Viaje” con esa persona única y especial: “Podemos irnos juntos / lejos de este mundo tú y yo, / en un viaje por galaxias / infinitas hacia el sol. / (...) / En una nueva dimensión, / ¿qué podría ser mejor, / que estar siempre juntos tú y yo?”. Y sin que nos dé tiempo a tapar el agujero por el que salen nuestras penas a borbotones del lado izquierdo del pecho, una nueva bala que se corona como hit inmediato, “Qué puedo hacer”, segundo single de “Super 8” tras “Brigitte”. ¿Quién no acudió en algún momento a Granada buscando el bar Amador tras escuchar este himno-canción de amor total? “Qué puedo hacer si después de tanto tiempo / no te dejo de querer. / Y si después de todo el tiempo que ha pasado, / si nos vemos no sé lo que hacer. / He pasado por tu casa veinte veces, / y siempre voy al Amador por si apareces, / pero nunca vas, pero nunca, nunca vas…”.

Tras el subidón, “Si está bien”, un medio tiempo resacoso, morfínico y catártico marca de la casa, con otras de esas letras que arañan por dentro: “Si está bien, / si es tan fácil, / ¿por qué duele así por dentro? / Si está bien, / si es tan fácil, / ¿por qué duele así por dentro?”. Ese humo de cigarro que trepa a cámara lenta, como una enredadera fantasmagórica de neón en una película de Wong Kar-Wai, nos envuelve en “10.000”, con una letra provocadora que serpentea entre la experimentación de las drogas y el sexo adolescente: “Me dice: ven, / ¿quieres hacerlo con mi amiga? / No está nada mal. / Vamos a hacerlo con mi amiga, / tiene quince años ya…”.

La cara A cierra con la explosiva “Jesús”, en la que se une Fino Oyonarte a unos coros irresistibles que te hacen gritar a viva voz en directo o en el salón de tu casa. Fuegos artificiales y luz en la oscuridad con la banda al completo (los Pixies más pegadizos bajo las alas) quemando las naves: “Está por todas partes, / está rondando por aquí… / Ha venido a verte, / ¡a quedarse junto a ti!”.

“Estos Últimos Días” abre la cara B a fuego lento, implosionando poco a poco, bajo un tsunami de distorsiones y efectos que vemos, inmóviles y sin escapatoria, acercarse a lo lejos, hasta engullirnos y zarandearnos a sus anchas, con el J más susurrante y onírico hasta el momento. El tiempo de descuento en una relación, el recuerdo de lo bueno y de los errores, el no querer separarse mientras la otra mano suelta la tuya o viceversa, lo que fue y que pudo haber sido: “¿Qué no cambió y debió cambiar? / ¿Y qué cambió y no debió hacerlo? / He intentado convencerte / un millón de veces, pero siempre / eres tú quien me convence…”.

Con el nudo en la garganta aún, cogemos un poco de aire en la luminosidad sonora de “Brigitte”, antes de rematarnos. Primer sencillo del álbum y quizás la pieza pop más brillante y crujiente del lote, con una melodía que nos arrastra y levanta del suelo a cada escucha. Falsa esperanza y, sin antídoto a la vista, el dulce y doloroso veneno del desamor galopando por las venas: “A veces quiero estar así, / a veces solo quiero huir, / a veces pienso que tan sólo ha sido un sueño / y que aún estás aquí, / aún estás aquí…”.

Traca final con “Rey Sombra”, otro clásico instantáneo que sigue eternamente joven en el cancionero planetario, con una poética cumbre que funde pasión y drogas a la perfección. El temblor de la pérdida, el mono de la ausencia, la necesidad de llenar el vacío con amor real o química: “No poder tocar tu mente con mis dedos, / para poder limpiar mis dientes con tus huesos… / Y sentirte por dentro, sentirte por dentro de mí. / ¿Qué puedes ofrecer que aún no haya probado? / Si hay algo que quede por hacer, / mientras fuera en la calle, llueve sol como miel. / No podrás obligarme a salir / otra vez”.
Seguimos en las alturas líricas con el homenaje pop al líder de Joy Division (otro referente de la banda), Ian Curtis, con “Desorden”. J se imagina las últimas horas y pensamientos desgarradores de un Ian sumido en la tristeza sentimental y la soledad más insondable, justo antes de suicidarse: “Si hubiera encontrado las palabras… / Ahora no estaría sólo en casa. / Tan sólo dos palabras exactas, / pero no pude decirte nada”.

Los surcos llegan al abismo con la aterciopelada oscuridad eléctrica de “La Caja del Diablo”, con el espíritu de la Velvet poseyendo a los cuatro músicos y reventándonos el pecho en un bucle y crescendo de distorsiones y explosiones sonoras continuas. Un mal viaje que nos centrifuga la mente a base de pesadillas surrealistas que, inconscientemente, como sabemos, se acercan y funden con la enmascarada y doliente realidad vital. Más de nueve minutos complejos y salvajes que dejaban claro que, los ya proclamados máximos embajadores de la música independiente, podían seguir haciendo lo que quisieran, incluso desde una multinacional. Una pieza para arrojarse de cabeza, sumergirse y, con suerte, tras abrir los ojos, volver a la superficie: “Siempre pienso que me han engañado. / Que algo tan pequeño no puede afectar así al cerebro. / Pero ahora siento / una sensación intensa entre los oídos… / Y a partir de ahora todo es distinto. / Encerré al diablo en esta caja / y me he dormido. / Cuando me despierto, / la veo sentada sonriendo sobre mi cama. / Mira dulcemente / y me besa y me abraza. / Pronto siento que algo me está robando el alma…”. Orgía noise y clímax total para, aún en llamas, volver a despegar y continuar “de viaje”, como poco, treinta años más.

La compañía discográfica quería caras B para los sencillos y la banda las graba en Granada (1995). Dos canciones (más una nueva remezcla de “Desorden” como tercera pista), que terminarán por aparecer en un segundo CD que se añadirá en una nueva edición de “Super 8”: la muy pegadiza “Nuevas Sensaciones” (que se proclamara finalmente tercer single), de espíritu libre y hermana de “10.000”, pero menos provocadora y más luminosamente pop y directa. Seguida de un nuevo artefacto de alquimia sonora planetaria, en el que melodías, potencia, efectos y distorsiones se entrecruzan a la perfección, “La Casa”.

El mítico diseño de Javier Aramburu (artista con el que Los Planetas estarán ya siempre unidos), la figura del guitarrista tipo click de Playmobil en la portada (en la contra también aparecía la del batería y la bajista), con ondas psicodélicas de colores de fondo, hicieron que la cultura pop nacional terminará por convertir a “Super 8” en fetiche, con merchandising noventero de todo tipo, ayudando a que el disco y el grupo fueran cada vez más conocidos y seguidos.

Esa frescura y efervescencia creativa de la época que representa “Super 8”, mejor que ningún otro disco, con la experimentación, la libertad y valentía de “hacer tú mismo” lo que quieras como única bandera y límite, hizo que la inexperiencia o falta de recursos, no fuera ya jamás un lastre. La ilusión corrió como la pólvora y otros muchos proyectos culturales, de todo tipo, decidieron arriesgar y dar el salto; además de una nueva ola de bandas, saltaron a la palestra programas televisivos y de radio, festivales y publicaciones especializadas… Como esta revista, Mondo Sonoro, que, por cierto, también cumplimos este 2024, como “Super 8”, treinta años de vida.

Cuando hablé con J, a razón del décimo y último disco de estudio de Los Planetas hasta la fecha, “Las Canciones del Agua” (22), a la pregunta de, qué se mantenía en la banda de aquel espíritu underground de “Super 8”, me contestó: “El espíritu crítico, el no ceder a las presiones cada vez mayores de los poderes que buscan su propio beneficio. Seguir utilizando la música para intentar transmitir ideas poderosas e importantes”. Lo hicieron con su debut y lo siguen haciendo. Habrá que celebrar por todo lo alto estos treinta años de latidos y lisergia compartida.

 

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