Los milagros de Daptone Records
EspecialesCharles Bradley

Los milagros de Daptone Records

Alfonso Cardenal — 04-05-2016
Fotografía — Shayan Asgharnia

Otro de los recién llegados a Daptone es James Hunter. El músico británico trabajó junto a Van Morrison durante años y debutó en Estados Unidos hace una década con “People Gonna Talk”, un disco que le valió una nominación a los Grammy. Desde entonces Hunter no ha parado de girar ni de grabar, algunas cosas tan interesantes como “The Hard Way” (2008). Un día conoció a Gabe Roth y surgió la conexión entre ambos. “Es un tipo que sabe entender lo que suena en mi cabeza antes de que se lo diga”, explicaba el músico en una entrevista. Roth se encargó de producir el último disco de Hunter y la amistad surgida entre ambos desembocó en la llegada del británico al sello de Brooklyn, que ha editado este mes de febrero su última entrega. Un álbum que muestra una conexión genial entre el sello y el artista y que supone un nuevo empujón en la carrera de un músico de largo recorrido y que cumplidos los cincuenta años ha encontrado en Daptone la horma de su zapato.

Hunter es el último fichaje de este peculiar sello, un lugar en el que se cumplen sueños y ocurren milagros. Casi todos los músicos de Daptone tienen una avanzada edad y casi todos han visto el lado más sombrío de la vida hasta que un día, casi sin esperarlo, todo cambió. Es difícil creer en los milagros, y menos en la música, pero en el número 115 de Troutman, en Bushwick, Brooklyn, suceden algunos. Pequeños milagros que cambian vidas de gente con un inmenso talento del que nadie se había percatado hasta que un día se pusieron delante de un micro, frente al cristal que les separa del ocho pistas de 1971 que recoge las voces de esos pequeños héroes

Hunter es el último fichaje de este peculiar sello, un lugar en el que se cumplen sueños y ocurren milagros. Casi todos los músicos de Daptone tienen una avanzada edad y casi todos han visto el lado más sombrío de la vida hasta que un día, casi sin esperarlo, todo cambió. Es difícil creer en los milagros, y menos en la música, pero en el número 115 de Troutman, en Bushwick, Brooklyn, suceden algunos. Pequeños milagros que cambian vidas de gente con un inmenso talento del que nadie se había percatado hasta que un día se pusieron delante de un micro, frente al cristal que les separa del ocho pistas de 1971 que recoge las voces de esos pequeños héroes de la música.

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