26 de enero
El tráfico en Lyon es cosa seria. Tardamos cuarenta y cinco minutos en un recorrido de diez minutos a pie. Al llegar al barco para cargar teníamos un coche de policía plantado en la entrada al río. Íbamos a salir pronto y salimos casi dos horas más tarde de los esperado. Ben se tenía que ir pronto para coger un tren. Acaba de dejar su trabajo y se coge una semana de vacaciones. Hacía mucho que no veía un caso así. Bueno, el caso del ilustrador de Tarbes. Igual es cosa del país. Salimos pronto hacia Strasbourg y llegamos ya de noche. No había nadie cuando llegamos a la sala y nos fuimos a ver un poco la ciudad.
La fotografía no está tratada con ningún filtro. Esta mole arquitectónica en España estaría iluminada con una intensidad bochornosa. Más allá del hecho de la propia contaminación lumínica que eso conlleva, me resulta agobiante la imagen de una iglesia, catedral o monumento clásico cualquiera que se extralimita con la iluminación. En cambio, el aire medio tenebroso que tiene una iluminación sutil produce, por contradictorio que pueda parecer, un efecto que tiende más hacia la calma.
Imaginar estas construcciones en noches cerradas como se pudieron ver un día y el efecto emocional que transmiten lleva a pensar en su potencial influencia para el desarrollo, no solo artístico, si no social. Por eso es conveniente visitar estos sitios, creo yo, por experimentar la historia más allá de los ojos abiertos por la máquina que le ponen al protagonista de La Naranja Mecánica que pueden llegar a ser los nuevos dispositivos; solo que en nuestro caso no nos obligan a usarlos e incluso nos hacemos adictos a ellos.
El local no tiene wifi, pero sí el piso superior en el que dormimos. La adicción a la revisión constante de las redes sociales la he sentido en mis carnes varias veces y comprendo que cuando alguien cercano me da el toque es porque me estoy pasando de verdad.
Digamos que en gira, cuando puedes desconectar de ese mundo paralelo y revisar otras imágenes y frases en tu memoria cada vez más vaga, la discontinuidad de conexión también puede acentuar esa adicción y hacer paralelo o secundario al mundo más cercano y palpable.
La sala está en el sótano de un pequeño local. Bajar por unas escaleras minúsculas una pantalla de bajo 8x10 fue un esfuerzo considerable (para los no iniciados en esto os resumo la idea de su tamaño diciendo que en el gremio se le llama "nevera").
El escenario era alargado y ni siquiera entrábamos todos con el equipo. Además, justo delante había una columna de más de un metro de ancho en pleno centro. El techo era bajo y abovedado. El clásico garito punkarra de toda la vida. Al equipo enchufamos los micros de voz y bombo (que ni siquiera había suficientes para todos) y a correr. El día que más fuerte hemos tocado hasta el momento y probablemente el más pequeño.
Hay gente que se espanta al ver el volumen con el que tocamos, y por desgracia hay ciertos técnicos que se lo toman como si fuese la idea propia de un amateur. No es que tengamos el culo pelao de hacer mil cosas en la música (o igual sí), pero la condescendencia que utilizan a veces al hablar con nosotros como si no supiésemos qué estamos haciendo resulta bochornoso.
En el Mudd fue llegar, enchufarse, probar una canción, y estaba todo perfecto para el concierto. Todos contentos. Al acabar de tocar estuvimos con una chica que pedía hacernos una foto poniendo la mano con el signo que hacen los seguidores de Daesh (o como quiera que se le esté llamando hoy en día). Es un poco extraño negarte cuando nadie sabe siquiera de lo que hablas o quizá ni escuchan, así que lo conviertes en otra cosa mientras pones cara de desaprobación al resto. Poca gracia tiene aún así, muy poca.
El piso tenía una temperatura exageradamente alta. Al subir la primera vez el calor me echó fuera de nuevo y me tomé unas copas con una gente que hablaba español. Un profesor y dos de sus alumnos, uno de los cuales había vivido 18 años en España y llevaba una camiseta con el clásico ojo Mod con colores de la República, Federico. Sí, como el chiste de Eugenio, es el primero que conozco. Apareció más gente con bicis y nos movimos por un par de plazas en las que ponían música (creo recordar que escuché Camarón). Uno de los colegas se metió un fogón con la bici bastante memorable. La retirada a tiempo era la mejor opción. Y creo que así fue. Eso sí, el calor de la habitación es espantoso.
27 de enero
Si bajar el equipo fue un suplicio, subirlo nada más levantarnos y sin duchar ni desayunar fue una buena broma. Hoy repetimos plan de barco, pero en la cuidad que no me gusta de Francia: París.
Un locurón de tráfico, controles y registros hasta en el supermercado al lado del hotel... La panacea, vamos.
La sala tiene un equipo en condiciones y tocamos con dos grupos más. La cena estuvo bien y la gente que curraba en la sala fue encantadora.
Lo malo de cuando las cosas salen bien varios días seguidos es que puede resultar todo demasiado monótono. Recoger nada más acabar y al hotel. No parece un gran plan. Supongo que por eso, entre otras cosas, cada uno se busca un plan paralelo. Ir a un gimnasio, a correr, una piscina… En París hay mil opciones pero ya hemos estado todos varias veces y ya nos las sabemos. Con tal de evitar el tráfico de la ciudad cualquier opción cercana tiene mejor pinta.
Algo malo de estas giras es poder pillar algún catarro. Y casi siempre alguien cae.
Esta vez todos estábamos temiéndolo desde el primer día y ya ha llegado. Juandi lleva un par de días acatarrado y hoy tiene un mal día.
Lo peor que te puede ocurrir en gira es estar malo.
A mí me ocurrió en la gira alemana de 2013. Un día, después de acabar el concierto, subí a dormir al cuarto donde había cuatro colchones. Al entrar vi que se había convertido también en el guardarropa de todo el local. Si a eso le sumamos que la puerta estaba rota y que la cantidad absurda de humo de escenario que usaban durante toda la noche de rave se colaba dentro de la habitación, te encuentras con la peor gripe vista. El tema se arregló saliendo de Solingen sin dormir y llegando a Nimes justo para la prueba de sonido. Menos mal. Ver bajo a un tío como este, que siempre es un "echao p'alante", se me hace raro.
Mañana tocamos en Orleans. En mi cabeza veo un día relajado en un marco incomparable en el que igual encontremos un caldo caliente que le siente bien.
28 de enero
Sí, hubo caldo. Para todos. Nos levantamos con calma en París. Fuimos a comprar algunos mórtires para la vuelta y recuerdos varios.
En el centro comercial que había junto al hotel te registraban al entrar. Para entrar al supermercado también. La gran cadena francesa anuncia a bombo y platillo los privilegios de usar la tarjeta del supermercado. Es diferente a la que usamos nosotros, ya que no es más que otra tarjeta de crédito. Uno de eso privilegios es el acceso a una zona de cajas que siempre están vacías. Diez cajeras que atienden sólo a dos clientes en la media hora que me tiro esperando en una de las siete colas interminables para el resto del populacho. Desprecio demasiado esa aceptación de la oferta y la demanda como el ejemplo de la tarjeta. Daba todo tanta pena que al mirar la cara de las cajeras no podía evitar pensar en el caso que expone Cesar Rendueles en su último libro (que me leí días antes de salir de casa) sobre cajeras que usan pañales porque su jefe solamente permite ir a mear una vez al día.
Estos días hojeo cuando puedo una entrevista que le hacen en el Toma 3 de Gijón y que resulta reconfortante en días como este. La verdad está ahí fuera.
Llegó el momento de hacer el turista. Es la quinta o sexta vez que estoy en París (siempre tocando salvo la primera de interrail) y ya había pasado varias veces por la torre Eiffel.
Siempre me atrajeron las alturas, pero desde hace unos años tengo momentos de vértigo bastante absurdos y aleatorios. Quizá tiene que ver con la ansiedad y por tanto algún miedo (o como algunos dicen, ganas inconscientes de saltar al vacío); solo lo supongo.
La cosa es que, desde que me ocurrió por primera vez en un mirador al norte de Mallorca en el que casi me desmayo y me voy por el acantilado abajo, pienso que me puede ocurrir lo mismo.
Las posibles gripes que podemos coger de gira las combatimos con el sudor del escenario y todo el ejercicio posible. Por eso subimos la torre Eiffel por las escaleras.
Palizón, sí, pero el gozo de estar allí arriba después del esfuerzo (y a pesar del dolor en mis rodillas malformadas) es de lo más reconfortante que nos ha ocurrido en esta gira.
Antes de salir dirección Orleans me di un golpe en el codo aparentemente sencillo; de estos que parecen enganchar un tendón, que duelen al principio y luego desaparecen.
Salimos a la carretera y me quedé dormido.
Al despertar de esa mala siesta me encontré fatal. Como acatarrado y con un dolor en el codo, ahora inflamado, que me preocupaba.
Descargamos al llegar y no podía cargar bien con el brazo izquierdo así que me tomé un antiinflamatorio. Supongo que por una mezcla de cansancio, cambios de horarios, dietas y medicaciones varias, esa pastilla tuvo algún efecto extraño y empecé a notar un ardor en la garganta que nunca había tenido.
La paranoia empieza cuando piensas que, habituado desde pequeño a las inflamaciones de las anginas, ese ardor es algo poco habitual. Tener gigantismo en el tiroides hasta dejarlo inservible no ayuda, a pesar de ser una glándula que no se siente, solo se percibe palpando en el cuello y para analizarla se precisa una ecografia. Pero la paranoia es la paranoia.
Se me acercaron un par de jevis a gritar "kick out the jams motherfucker!!!" como unas cinco veces a mi cara febril. Con los cambios de temperatura entre sala, exterior y camerino (ese era el orden) empecé a pensar que lo que ocurría solo podía ser que mi cuerpo estuviese luchando contra un virus serio.
En la cena hubo sopa. Y la verdad es que la comida caliente del día se agradece, en procesos gripales más.
El concierto se transmitió en directo por internet. No se cuantas cosas se podrán haber apreciado a través de aquella cámara, pero si tengo que recordar algo es que creo haber quemado todo rastro vírico por un lado, y una tía en primera fila en tetas sobándose ella sola por otro. Sí, esas cosas que cuentas como películas pasan; muy de vez en cuando, pero pasan.
Nos han dejado un piso donde poder dormir. A primera vista resulta acogedor, pero después de la ducha que me acabo de pegar, creo que es el mejor sitio del mundo. Tengo la duda de si la gente que vive aquí frota romero fresco en las toallas, pero si no es así, echa algo que consigue un efecto idéntico. Si añadimos que en diferentes puntos de la casa (botes de gel, cojines, o mesas) se ven restos de la misma planta la balanza se inclina claramente. O sencillamente alguien tiene una pequeña obsesión. Igualmente, lo de la toalla es un golazo antes de dormir.
29 de enero
Correcto, gripazo para todos. He compartido camastro con Juandi una vez más y ha pasado una noche malísima. Yo he podido dormir pero despertarse empapado en sudor no es buena señal.
Me desperté pronto y me volví a duchar. Cogí dinero de la caja y bajé al mercado a comprar huevos, leche, pan, queso y embutidos. Nos habían dejado bollos para desayunar y nos curramos unos desayunos continentales en condiciones. Además, acumulamos bastante fruta de los camerinos.
Cargamos la furgoneta y salimos hacia Bain-de-Bretagne. Esta noche tocamos en un festival y está todo vendido.
En la furgoneta ha salido el tema del nuevo disco. Vivir medio grupo en Barcelona y el otro medio en Madrid no ayuda. Estamos replanteando todo lo que hacemos y cómo lo hacemos. El grupo hoy en día es más causa de las coincidencias que de otra cosa.
El grupo casi se deshace en 2013. Tras cinco discos y un recopilatorio con B-Core y varios EPs editados con sellos de toda Europa, y varias formaciones, el grupo estuvo a punto de desaparecer días antes de una gira por Italia. Por motivos personales esa gira se tuvo que cancelar, cosa que nunca comprendí.
Conozco a Raúl desde hace años y sé cómo es, lo bueno y lo menos bueno. Y como yo, cansino por momentos también. Quizá es que mi forma de ver las cosas es que los grupos no pueden permitirse perjudicar a terceros muy a pesar de sus problemas internos. Solo diré eso.
Él necesitaba un bajista y le dije que le ayudaría a encontrar a alguien, que yo andaba liadísimo con varias giras y no podría implicarme en algo más.
Al final, no sé si por tiempo o ganas, acabé entrando yo a tocar de manera temporal. Y aquí sigo. Añadiendo a Juandi, eterno compañero en esto, y Titi, exguitarrista de un grupo cabecera para mí como fueron Aina (y que ha resultado ser de los mejores compañeros de viaje que he tenido), siempre fue me pareció un buen plan. La cosa es que en este tiempo hemos girado por Europa varias veces, grabado un single y vamos a por un disco. Hasta ahora ha sido todo algo más bien improvisado, cosa que a veces me preocupa porque no me gusta perder el tiempo, o mejor dicho, aprovecharlo lo mejor que pueda.
En el festival se curraron un camerino personalizado. La verdad es que para lo que era el festival, la implicación era impresionante. Podría contar mil historias, pero entre cabrear a gran parte del público por hacer sonar Justin Bieber para abrir el concierto y acabar subiendo al escenario a bailar a las treinta últimas personas que quedaban en el recinto al cierre podría contar unas cuantas.
Un séquito de seis personas me acompañaron andando a primera hora de la mañana hasta el hotel. Me trataron como un niño pequeño e igual lo parecía, aunque de media yo les sacaba diez años. El concierto fue raro, tocar en un escenario tan grande significa perder volumen a tu alrededor y eso relaja. Pero los cambios empiezan a sonar mucho mejor.
En esas estamos ahora mismo, viendo cómo hacemos sonar las nuevas canciones. Siendo tan distantes y diferentes entre nosotros sé que al menos no va a ser algo estándar y ya me puedo conformar.
Necesito escribirlo para verbalizarlo de alguna manera externa al grupo y comprender así que solo somos como cuatro tíos que quedan para escalar una montaña. Y esa visión es difícil de apreciarse cuando la música suele convertirse habitualmente en puro negocio.
Parece lógico, pero las lecturas más profundas a partir de esa idea son las que marcan las diferencias.
Saliendo del tema del mercado, una cosa es percibir y analizar las prácticas habituales para un grupo, sus roles individuales, los ritmos personales y las expectativas para orientarse hacia un objetivo común. Otra muy diferente es comprender a cada persona cómo es y necesita ser, incluso cuando comprendes que va en contra de todo lo que piensas, para poder disfrutar de esto profunda y correctamente. Empecé en este grupo por echar cable a un amigo y creo que ahora estoy recibiendo una importante lección de vuelta.
30 de enero
Dormí menos de dos horas y salí de la habitación sin duchar con las maletas a rastras. A pesar de no poder desayunar me colé como pude para mangar un yogurt para el viaje. La noche dio mucho de sí. Recuerdo incluso ducharme en el festival por segunda vez para quitarme el sudor de tanto bailar.
En Perigueux nos esperaban tarde, para variar. Y la verdad, pedazo de sala, de gente, de todo. No faltó nada. Bueno, quizá algo más de gente, aunque no sé si la ciudad tiene público potencial suficiente. La prueba de sonido fue, aunque larga, la más cómoda que hemos tenido. En el escenario todo estaba perfecto.
Al fin llegué al hotel y me pude duchar. Imaginad mi cara cuando veo que, además del código para entrar al hotel apuntado en el brazo, tengo la marca hecha con un sello que usaron la noche anterior en la frente, dos en el cuello y otro en el costado. ¡Jo, qué noche!...
El concierto empezó algo frío pero pronto se animó. Salvo por el hecho de que nadie hablaba inglés como para mantener una conversación, todo bien.
Como cada noche, me fui al puesto de merch nada más acabar de tocar pero esta vez era fácil, se han acabado casi todos los discos y la mitad de las camisetas.
Probamos un vino blanco increíble y nos fuimos al hotel con el runrún de que había un bar cerca para tomar la última. Cargamos, medio vaciamos en el hotel y el cansancio nos dejó dentro.
31 de enero
Se acabó. Vuelta a casa. Salimos hacia Barcelona muy temprano con idea de llegar hacia la una del mediodía. La furgoneta se quedó sin sopa de camino, la grúa costó 250€ y llegamos a Vilassar hacia las cinco de la tarde. Hicimos el cambio de equipaje y material lo más rápido que pudimos y salimos hacia Madrid. Llegamos a las 12 de la noche. Juandi sigue malo y viajamos con la ventana bajada la mitad del tiempo porque dice que le sienta mejor. Creo que ahora voy a caer yo en el gripazo, más que nada porque siempre que viajamos así ocurre. 1.300 kms solamente hoy, varias lesiones y una gripe en camino.
En Tokyo hay momentos buenos y malos. Quizá disfrutar esta experiencia no sea suficiente para el esfuerzo que puede suponer hacerlo, pero sí lo es pensar en estos tres y agradecer que son mis amigos. Y eso es tan importante para mí que, como decimos por el norte, mete mieu pola cabeza.
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