Jesus Walks
Tras erigirse un nombre como uno de los productores punteros de la mutación del hip hop en el pop del siglo XXI, Kanye se muestra en primera persona a través de un trabajo enciclopédico. En su interior reluce un muestrario de toda ramificación relacionada con la savia afroamericana; entre ellas, una reinvención góspel en modo hip hop como “Jesus Walks”; junto a "Through the Wire”, prueba mayor de que Kanye contaba con el conocimiento de la tradición para, en futuros envites con la reinvención, ir moldeando nuevas vías de escape a su percepción barroca del groovy hip hop. Ese que a finales de los 80 moldearon adalides del sampleado colorista y vital como Main Source, Brand Nubian y los imprescindibles De La Soul, que tanto le influyeron en sus comienzos.
Diamonds From Sierra Leone
Tras haber irrumpido de forma atronadora con “The College Dropout” (2004), Kanye no se hizo esperar. La continuación de su primer clásico llegó un año después para corroborar que aquí no había casualidad que valga. De este modo, “Late Registration” (2005) fue un nuevo golpe maestro, aunque diferente. Después de haber mostrado sus cartas, ahora toca marcar los signos de los tiempos, y para ello se embebe en un trabajo trufado de una propensión natural hacia el barnizado acústico, ya fuera desde la vía instrumental, como en “Bring Me Down” y “Celebration”, o por medio del sample. A través de esta última modalidad, Kanye muta en el George Martin del hip hop por medio de una filigrana de gusto exquisito a mayor gloria de un sample de Shirley Bassey, y un acabado que resuena como una versión blaxploitation de las bandas sonoras de James Bond en los años 70. Ni que decir tiene que Janelle Monáe y demás visionarias del legado de Prince tomaron buena nota de este single de cinco quilates.
Stronger
Seguramente, con los años, no haya canción más reconocida de los comienzos del genio de Chicago que “Stronger”. Para este single, Kanye marca la pauta del autotune como recurso instrumental, y no como una mera herramienta de filtrado vocal. El resultado no difiere de las exuberancia sinte demostrada por Daft Punk a lo largo de su carrera. Otra cuestión es el guiño nitzcheciano a LL Cool J, el primer rapero en tomar buena nota del filósofo alemán para incorporar la teoría del superhombre en sus textos barriales. No en vano, en este corte, el estribillo reluce por ese “N-now th-that that don't kill me, can only make me stronger”, adaptación del “that which does not kill us makes us stronger”, popularizado por Nietszche. Vista su carrera posterior, aunque nunca se han sabido los hábitos literarios de Kanye, ¿alguien duda que no se haya inspirado en el filósofo más influyente del siglo XIX?
Heartless
Así como la inspiración musical de “Stronger” nació de la escucha del “The Way I Are” de Timbaland, los primeros años de la carrera de Kanye beben de los patrones definidos en los bajos mutantes y bases directas pero intrincadas ideadas por el gurú del nuevo pop y Missy Elliot. Así ocurre a lo largo de “808s & Heartbreak” (2008), el disco más personal de Kanye, donde exorciza el dolor sufrido por la muerte de su madre a través de un ramillete de temas entre los que reluce un medio tiempo pop como “Heartless”. Este corte, uno de los más versionados de su carrera, define la ambivalencia de toda la obra de Kanye y la realidad de que indie y mainstream llevan años retroalimentándose sin ningún tipo de rubor. No en vano, no deja de ser elocuente que haya sido reinterpretada por Lady Gaga y, al mismo tiempo, sea una de las canciones del disco que más ha obsesionado a un espeleólogo de la música industrial como Croatian Amor.
Runaway
Y llegamos a su pico artístico, una de las canciones por las cuales Kanye siempre será recordado como la figura más influyente de la primera mitad de la década actual. En esta obra de perfección absoluta, arrecia el puntillismo kubrickiano de un artista que en “My Beautiful Dark Twisted Fantasy” (2010) lo dio todo para escribir su nombre con letras de oro al lado de obras faraónicas como “Songs in the Key of Life” (1976), de Stevie Wonder y “Sign O’ The Times” (1987), de Prince. Con la ambición por montera, Kanye apunta a la reinterpretación maximalista del wall of sound spectoriano a lo largo de un trabajo de sonido tridimensional que marca la tendencia de Beyoncé y demás estrellas del pop actual por sobrecargar sus productos de laboratorio con tantas pistas como la imaginación pueda albergar. No ocurre así en “Runaway”, una demostración de minimalismo que Kanye vertebra entre notas de piano espaciadas como una suite misteriosa de Erik Satie. El resultado es su logro más emotivo, para el cual, como no podía ser de otra forma, había que hacer un vídeo de hasta 35 minutos.
Niggas In Paris
El miedo a las alturas es algo de lo que Kanye no volvió a sufrir tras auto erigirse como mesías pop. En su corazón, reside un deseo: ser el nuevo Michael Jackson, de quien llegó a decir que era más grande que Jesucristo. Pero para pagar el peaje, toca retomar su alianza con Jay-Z, a quien le robó el trono nada más aterrizar en 2004 con su primer álbum. Quien fuera paladín de Jay-Z en clásicos contemporáneos como “The Blueprint” (2001) muestra su evolución como MC por medio de rendiciones a la vieja escuela como “Niggas in Paris”, perteneciente a “Watch the Throne” (2011): el disco donde Kanye nos hace creer a todos que su dominio es compartido con su padrino.
Mercy
Después de haber cumplido su sueño de convertirse en el rey del pop del siglo XXI, Kanye retornó al barro del hip hop underground por medio de un trabajo colaborativo, bautizado en honor al sello GOOD Music, en el que para “Mercy” hace alianza con Big Sean, 2 Chainz y Pusha T. El resultado vibra al son de una aleación entre elementos dancehall y southern rap que vuelve a ratificar la ambición de Kanye por aglutinar todos los polos colindantes con la materia electrónica bajo un crisol de posibilidades infinitas: del post-punk al trap.
Entre fogonazos de bajos como cables de tensión y samples de “Scarface”, “Mercy” es un monumento al ego de un Kanye que, en su progresiva transformación, ha escondido al niño acomplejado que era tras la careta de Tony Montana.
Black Skinhead
Tras haberse enfundado de orfebrería pop y elegancia de altos vuelos en “My Beautiful Dark Twisted Fantasy” Kanye vuelve al ring con un surtido de percusiones, bajos y chisporroteos electro tan sucios como infecciosos. No en vano, “Yeezus” (2013) es un tratado de modernidad urbana con “Black Skinhead” como punta del iceberg. Un nuevo giro estilístico tan drástico que prendió esta lúcida reflexión de Simon Reynolds para Los Inrockuptibles, en 2017: “Kanye West es probablemente lo más cercano a un Bowie de hoy: tiene su obsesión ambivalente con la fama, pero también tiene el deseo de perseguir la vanguardia en la música. Bowie buscó una serie de colaboradores, Kanye está constantemente buscando nuevos beat-makers y sampleando material extraño e improbable. Hay también un paralelo en la forma en que Kanye es una figura pública que convierte a los medios en una especie de escenario para sus psicodramas. También hay un impulso similar de expandirse a otros medios expresivos y a otras áreas de la creatividad, de ser un polímata. Pienso en Kanye como la figura de Bowie, y en Future como un Iggy Pop moderno, mucho más guiado por su instinto, un poco descontrolado, de la cabeza tras consumir varias sustancias”.
No More Parties In LA
“The Life of Pablo” (20l6), el tan cacareado por Kanye como mejor disco de la historia, no ratificaba tamaña afirmación, pero sí es una nueva muesca de su ambición sin límites, como en este pseudo homenaje a la herencia de la alquimia funk pop que va de Prince a Outkast. En este sentido, “No More Parties in LA” es lo más cerca que Kanye ha sonado de estos dos referentes básicos en su cuaderno de bitácora.
Más allá de la participación de otro feligrés de la escuela instaurada por el genio de Minneapolis como Kendrick Lamar, estamos ante otra prueba de su estado de perenne creatividad a lo largo de las sesiones dedicadas a “My Beautiful Dark Twisted Fantasy”. No en vano, este corte tuvo su embrión en dicho trabajo por medio de una de sus siempre provechosas colaboraciones con Madlib.
El impresionismo que recorre las bases, como una versión cubista de Arrested Development, refuerza la consideración de Kanye como Pablo Picasso del hip hop, a quien hace referencia en el título de un álbum que, entre sus muchas líneas de discusión, se hace patente lo visionario de haberlo abierto a modificaciones sobre la marcha. Como si pretendiese ser una playlist variable adaptada a la velocidad de consumo de cada oyente.
All Mine
Al igual que le ocurrió a Michael Jackson, Kanye corre el peligro de que el personaje se coma a la persona. La explosión de figuras de trap y reguetón como J. Balvin han empequeñecido la sombra de un tipo que, en el punto más controvertido de su megalomanía personal, ha dado las primeras pruebas de debilidad en su trayectoria. Aun así, y a pesar de tan arquetípicas letras escritas como en “Ye” (2018) y “Kids See Ghost” (2018), Kanye se ha decantado en una búsqueda incesante del minimalismo, donde retazos de complejidad avant garde han sido interiorizados dentro de un esqueleto rítmico de economía instrumental como “All Mine”: ejercicio que abre las ventanas hacia el futuro de un gigante en lucha continua con su propio ego y sus distancias emocionales con una realidad, definitivamente, distorsionada. Quizá cuando toque fondo, vuelva a resurgir. Por ahora, resulta difícil bajar más el listón. De momento, solo nos queda rezar porque la bestia resurja hambrienta como cuando la crítica lo sepultó con un trabajo tan infravalorado como “808s Heartbreak”. Por lo de pronto, “Yandhi” está a la vuelta de la esquina para refrendar tales deseos.
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