Seleccionar solo unos pocos discos de un músico tan prolífico como John Zorn resulta una tarea casi aleatoria, frívola. Es un compositor que presume de haber renunciado a determinados aspectos de la vida cotidiana que acometemos casi todos nosotros para dedicarse en exclusiva, desde hace seis décadas, a la producción musical. Su carrera es además tan variada e impermeable a las etiquetas que en cualquier momento puedes descubrir una joya que permanecía enterrada y que brilla de forma diferente a la escucha anterior, con un fulgor inesperado. Mediante la criba, es inevitable dejar fuera aspectos, estilos, etapas enteras de su obra que por sí solas definirían a cualquier artista o grupo con una carrera más convencional: John Zorn abarca multitudes. Así que no me queda más remedio que ir a lo seguro. Estos seis discos creo que pueden servir de puerta de acceso a su amplio universo para que cualquier explorador curioso pueda seguir profundizando.
“Spillane” - John Zorn (1987)
Cuando solo era un bebé, la madre de John tenía la costumbre de apaciguar sus berrinches sentándole en la cesta de la ropa, delante de la televisión. Aquello marcó su vida para siempre. Los jingles publicitarios, y sobre todo la música de los dibujos animados, fueron determinantes en su carrera. Sus piezas favoritas eran las que acompañaban a las persecuciones del Coyote y el Correcaminos, porque no había diálogos que las interrumpiesen. Las composiciones de músicos como Carl Stalling, Scott Bradley o Milt Franklyn son collages llenos de timbres y efectos extraños, armonías muy breves con cambios bruscos de ritmo y de tempo, un auténtico carrusel de contrastes. Zorn quiso experimentar lo mismo que sus primeros héroes musicales, traduciendo al lenguaje musical otros conceptos audiovisuales que le fascinaban. Así, el corte “Spillane” es una novela pulp de detectives sonora, de veinticinco minutos, construida a base de “bloques” o eventos breves yuxtapuestos que saltan de un género musical a otro con la voracidad del Diablo de Tasmania atacando un carrito lleno de vajilla de porcelana. Y solo es el primer acto de un disco lleno de sorpresas.
“Naked City” - John Zorn (1990)
Zorn se ha definido siempre a sí mismo como un outsider, un artista en los márgenes de lo convencional, y su carrera está trufada de virajes imprevisibles. El más inesperado sucedió cuando empezaba a labrarse un nombre en la escena del jazz de vanguardia del centro de Nueva York, y acababa de firmar un contrato con la multinacional Elektra-Nonesuch, bajo el paraguas de Warner. El primer susto vino cuando les presentó el disco “Spy vs. Spy” (89), en el que pulverizaba la música de Ornette Coleman, reduciéndola a una colección de miniaturas de hardcore-punk que hacían que la audiencia más tradicional saliese despavorida, mientras que los jóvenes rebeldes, que habitualmente saltaban desde el escenario del CBGB, se interesasen por su carrera. Transitaba, en realidad, una senda coherente con sus intereses musicales: la alocada música de los dibujos animados, la improvisación avant-garde, la atonalidad y experimentación de los pioneros de la música dodecafónica o el efecto que el propio Ornette había provocado entre los puristas del jazz, cristalizaron, en la mente de Zorn, en un interés creciente hacia grupos como Butthole Surfers, Agnostic Front, Napalm Death, Carcass o el noise japonés de Boredoms o Ruins, a los que citaba entre sus “héroes” musicales tanto como a Morricone, Mancini, Stalling o Miles Davis. El siguiente paso lógico era montar con sus amigos, músicos extraordinarios como los guitarristas de jazz avanzado Fred Frith y Bill Frisell o el percusionista Joey Baron (Michael Jackson, David Bowie), una banda de grindcore salvaje: Naked City. Su debut fue otro viaje audiovisual lleno de matices, cambios de registro y referencias, de ejecución soberbia, que cambió el rumbo de buena parte del rock duro de los noventa.
“Live In Sevilla” - Masada (2000)
Zorn creció en el seno de una familia judía de Queens, de esas tan poco ortodoxas que compiten a ver cuál pone el árbol de Navidad más grande del vecindario. Pero tras la demolición del Muro de Berlín, algo flotaba en el ambiente (hasta en el skate punk californiano, la canción de autor o el grunge de comienzos de los noventa encontramos himnos cimentados en la “escala árabe”), y Zorn decidió investigar en una herencia étnica que hasta entonces le había sido ajena. Se reinventó como el máximo exponente del jazz judío, que hasta entonces se asociaba tan solo a algo tan residual como el klezmer, ese estilo musical limitado a los documentales folclóricos. En busca de una identidad musical genuina, y para evitar eso que ahora se conoce como “apropiacionismo cultural”, no se sintió a gusto dentro de la gran familia del jazz hasta que no estuvo seguro de haber generado su propio caleidoscopio sonoro. Desarrolló la etiqueta/eslogan de “Cultura Judía Radical”, y el primer centenar del total de seiscientas trece partituras que escribió para sus “orquestas de cámara Masada”, fueron grabadas en tiempo récord por el cuarteto Masada (saxo, trompeta, bajo y percusión), que a su vez era un homenaje a la mítica formación que grabó el disco más revolucionario de su gran ídolo del jazz, Ornette Coleman: “The Shape Of Jazz To Come” (59). El repertorio oficial de Masada fueron diez discos de estudio y un puñado de directos, de entre los que destaca la grabación del exultante concierto ofrecido el 18 de marzo de 2000 en el Teatro Central de Sevilla.
“Filmworks XI: Secret Lives” - Masada String Trio (2002)
El disco que primero puso a John Zorn en el mapa, y que sigue recordándose como una de sus grandes obras, fue su temprano y asombroso homenaje/deconstrucción de la obra de Ennio Morricone: “The Big Gundown” (85). Su admiración y amistad con el Maestro romano se alargaron hasta el último momento. Pero una de las facetas menos conocidas de Zorn es su propia labor como compositor de bandas sonoras cinematográficas. Otros veinticinco de sus discos, la serie “Filmworks”, dan fe de esa obra incidental para medio centenar de películas, cortometrajes, animé japonés o anuncios. Es otra caja de sorpresas surtidas en la que encontrar composiciones inspiradas y evocadoras de distintos géneros y sensibilidades, con la particularidad que suelen tener estos discos, llenos de arreglos que orbitan y se desarrollan en torno a una melodía principal. Para el disco “Filmworks XI”, por ejemplo, reunió al trío de cuerda oficial surgido del entorno de Masada (Mark Feldman, Erik Friedlander y Greg Cohen, tres portentosos músicos de estudio cuyos nombres figuran en los créditos de mil y un discos que seguramente has escuchado docenas de veces), y la música que interpretan es de una belleza espeluznante, casi dolorosa.
“Lucifer” - Bar Kokhba Sextet (2008)
El “Cancionero de Masada” que Zorn compuso a comienzos de los noventa, esas seiscientas trece partituras con melodías breves de ascendencia hebraica, se estiró en el tiempo llegando casi hasta nuestros días, a través de una enorme cantidad de músicos, judíos y no judíos, que se animaron a reintepretarlo y adherirse a su concepto (algo caduco y confuso) de “Cultura Judía Radical”. En concreto, unas doscientas de esas piezas formaron parte de lo que llamó el “Libro Dos” de Masada, subtitulado “Book of Angels”. El resultado fueron 32 discos grabados por artistas tan dispares como Jamie Saft, Eyvind Kang, Secret Chiefs 3, Pat Metheny o los mexicanos Klezmerson. Para el décimo volumen de la colección, “Lucifer”, reunió a seis de sus mejores amigos: los citados maestros de las cuerdas Feldman, Friedlander y Cohen, las estrellas Marc Ribot y Joey Baron, y el creativo percusionista brasileño Cyro Baptista, con su arsenal de cachivaches. El propio Zorn se ponía al frente de la banda en los directos, que arrasaban en todos los prestigiosos festivales de jazz por los que pasaron, dirigiendo a la orquesta sentado, como si fuese el Profesor Xavier liderando a la Patrulla-X, mediante esos gestos y señales que potencian la perfecta conexión entre estos músicos, su comunicación casi telepática. Cuando escuchas “Lucifer” por primera vez, te transporta a un lugar mágico, exuberante, jubiloso, en el que no habías estado antes pero del que no vas a querer regresar. Es tan solo otro pequeño rincón del inagotable Universo John Zorn, pero uno lleno de milagros y prodigios.
“O’o” - John Zorn (2009)
Una de las épocas más accesibles de su inabarcable carrera, es esa en la que decidió emular a los grandes compositores de música instrumental para todos los públicos de mediados del siglo XX. Artistas como Les Baxter, Esquivel, Martin Denny o Henry Mancini trataron de imaginar la música más hermosa y sencilla, pero al mismo tiempo misteriosa, divertida, distinta: el easy listening, la furniture music, el muzak o ese género con un pie en las islas caribeñas y otro en el Lejano Oriente conocido como exotica (un batiburrillo que en España siempre se ha resumido como “música de ascensor”), que tanto triunfaban en las emisoras de radio de sus abuelos, había sido soterrado por los conjuntos músico-vocales y su mensaje bobalicón que seducía a las masas. Zorn decidió navegar de nuevo esas aguas, y escribió una serie de piezas que comenzaron siendo el proyecto “Music Romance”, y acabaron germinando en el supergrupo The Dreamers. El precioso y barroco álbum “O’o” fue uno de los primeros productos de su búsqueda de una nueva música instrumental placentera, hermosa y universal.
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