Era crudo, visceral, aunque también sensible, algo que no deja de ser un rasgo habitual en personalidades tan extremas. Capaz de venirse abajo ante una palabra amable o de liarse a mamporros con alguien del público que estuviera importunando su actuación. Sin puntos intermedios. Reatard era de extremos, y así vivió continuamente. Y así, también, era su música.
Prolífico como pocos, sus canciones eran vehementes, intensas al límite. En cualquiera de sus mutaciones como The Reatards, The Lost Sounds, The Bad Times, The Final Solutions, Angry Angels o en sus discos en solitario, Jay Reatard lo daba y se lo dejaba todo, tanto en el escenario como en el estudio. Muchos teníamos la sensación que si la vida le respetaba podía llegar a ser muy grande, pero temíamos que no fue así. Y desgraciadamente acertamos. Antes, al menos, nos dejó unos cuantos discos en sus citados múltiples grupos y, sobre todo, dos excelentes trabajos en solitario que quedarán para siempre grabados a fuego en la memoria de los amantes del punk rock y el garaje.
Blood Visions (2006)
Ni 30 minutos necesita James Lee Lindsey Jr, aka Jay Reatard, para demostrarnos de lo que es capaz en su debut en solitario. Y eso que el álbum cuenta con hasta 15 temas, aunque solo un par de ellos alcance los 3 minutos de duración. A degüello. Así va Jay. Vitamínicas dosis del elixir de la juventud que nos remite al sonido de bandas que el de Missouri amaba, como los nunca suficientemente reivindicados Adverts o los Buzzcocks. Mucho más cercano al punk rock británico que al norteamericano, sin perder de vista a otros de sus favoritos como Mr. T Experience, Reatard no le hace ascos a alguna influencia pop en unas melodías aceleradas al extremo, y muestra en canciones como “My Shadow”, “Death Is Forming” o “Fading All Away” que es un compositor excepcional. Lascivo y sangriento, como su portada, su voz más cristalina de lo que es habitual en los cantantes de punk transmite un halo de ternura inconcebible por su estilo. A veces incluso cercano al post punk, Jay parece dejarse las entrañas en cada una de sus canciones, y la sensación de descarga sentimental permanece en todo el disco, haciendo que el oyente pueda sentirse más identificado con él que con otros discos del género.
Watch Me Fall (2009)
No debía ser el último, pero ya sabemos que lo fue. Antes de él había publicado "Matador Singles", en 2008. Un curioso experimento. El músico se dedica a grabar un single de tirada limitada cada 30 días durante seis meses, y al final los reúne todos en este lanzamiento para celebrar su llegada a Matador Records. In The Red, su anterior discográfica, también había publicado un recopilatorio de singles, y su nueva compañía hace lo propio. Tras él, apenas un año después llega "Watch Me Fall" (09). A pesar de lo oscuro de su portada, el disco es mucho más luminoso y pop, si cabe, que el anterior. Si buscamos entre el punk, el nombre de los Rezillos se nos viene inexorablemente a la mente en canciones como “Man Of Steel”, pero también encontramos ecos del glam rock de David Bowie o, sobre todo Marc Bolan, en piezas como “I’m Watching You” o “Wounded”.
Y es que también podemos decir que este trabajo es mucho más variado que su predecesor. Aquí hay retazos de jangle pop, psicodelia, folk orquestal, power pop o pop clásico, aparte de los citados estilos y eso lo convierte, quizá, en un disco aún mejor. Lo que no ha cambiado es la vertiginosidad. Todo se hace de manera acelerada, aparentemente con pocos recursos, a pesar de que Matador estaba dispuesta a invertir lo que fuera necesario. “Se podría decir tenemos un período de tiempo en el que tienes la oportunidad de hacer lo que haces de manera creativa, y hacerlo bien. Algunas personas piensan que tienen una cierta cantidad de canciones antes de que se sequen o lo que sea. Tiendo a pensar que es una cantidad de tiempo, así que corro constantemente contra el tiempo”.
Jay necesitaba poco para dejarse llevar y sumirse en ese viaje que para él era la música. Quizá tan solo una guitarra y un micrófono. Y así se mantuvo hasta el final. Nadie mejor que Bradford Cox, frontman de Deerhunter supo definirlo: “Jay era lo que pocas personas tienen la capacidad de ser. Creó un álbum innegablemente clásico que contenía tanto dolor transferido a la cinta de una manera tan explosiva que te hacía sentir diferente después de escucharlo. Era transgresor y honesto. Sus defectos eran algo en lo que se enfocaba, se doblaba y distorsionaba hasta que te hacía olvidar quién era realmente: una persona con sentimientos y un buen corazón. Le encantaba la música y trabajó desde muy joven para seguirla. Era un hombre hecho a sí mismo y sin hacer. Estoy realmente asqueado de verlo irse".
Ahora se cumple una década desde su marcha. Dos lustros en los que, musicalmente han pasado muchas cosas, aunque uno no pueda evitar tener la sensación de que no ha vuelto a aparecer nadie que apuntara lo que Jay. Era una de las grandes esperanzas del rock, y con él algo se perdió. Se marchó, eso sí, como debía hacerlo. De manera demasiado acelerada.
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