Ya quisiéramos muchos cumplir años con la misma salud, vigor y validez que algunos discos. Claro que, también huelga decir, hay álbumes hechos desde su origen para perdurar en la memoria colectiva del oyente y sobrevivir al paso del tiempo con pasmosa y envidiable facilidad. Para dar con uno de estos particulares incunables contemporáneos debemos viajar hasta 1994, concretamente a Berkeley (California), donde un trío de agitadores veinteañeros estaba a punto de darle al punk un giro que ni siquiera el propio género se esperaba.
Billie Joe Armstrong, Mike Dirnt y Tré Cool venían de hacerse fuertes en la escena sumergida con dos álbumes previos de corte independiente publicados por Lookout! Records a principios de los noventa: el recopilatorio de sus primeras maquetas, titulado “39/Smooth” (90), y su segundo disco de estudio, “Kerplunk” (92). Dos trabajos que no solo lograron darle a Green Day un reconocimiento destacado entre acólitos y colegas, sino que también provocaron que la banda comenzase a estar en el punto de mira de las grandes multinacionales, quienes veían venir el potencial éxito de los mismos y habrían vendido su alma al diablo durante aquellos días con tal de sentar en su mesa al trío.
"Mientras que el underground les cerraba definitivamente sus puertas, el mundo entero se rendía a sus pegadizas canciones"
En esta sibilina batalla, el gato al agua se lo terminó llevando Reprise Records, un sello subsidiario de Warner que ofreció a Armstrong y compañía los medios idóneos para pergeñar un álbum depurado y profesional que rompiera con la atmósfera naíf y DIY de sus trabajos previos. Para empezar, ahora compartirían créditos en la producción con “un cuarto en discordia” llamado Rob Cavallo, responsable en aquellos días del sonido de The Muffs y que a partir de entonces vería en “Dookie” la ventana idónea para terminar convirtiéndose en el productor de referencia del sonido pop-punk de los dosmiles (dejando su huella en trabajos de artistas como Paramore, Avril Lavigne, o My Chemical Romance). Lejos de convertirse en una imposición por contrato, la participación de Cavallo en el que sería el tercer álbum de Green Day tan solo fue el comienzo de un vínculo entre ambas partes que duraría décadas, y ésta es, sin lugar a dudas, la clave para entender por qué “Dookie” llegó a ser tan influyente en actos y generaciones posteriores.
Quienes no entendieron tanto el giro artístico de Green Day y el significado de este ambicioso salto profesional en su carrera fueron los miembros de esa escena local que años atrás había atestiguado el nacimiento musical del trío. Inmediatamente, Green Day fueron tachados de vendidos, repudiados por el club que acogió sus primeros conciertos (el famoso centro cultural 924 Gilman Street), y considerados una burla de lo que el punk verdaderamente significaba. Pero todo en esta vida tiene un reverso, y es que mientras que el underground les cerraba definitivamente sus puertas, el mundo entero se rendía a sus pegadizas canciones, descubriendo gracias a los distintos cortes de “Dookie” que el punk también podía ser asequible, plural y hasta radioformulable.
Por supuesto, hasta la fecha habíamos visto a varias bandas siendo portavoces de distintas diatribas ácidas, satíricas, reivindicativas o repletas de humor sexual como santo y seña de su propuesta. No obstante, y como indicativo principal del cambio presente, éstas nunca habían logrado llegar al gran público, o al menos no como sí lo terminaría haciendo Green Day de la mano de “Dookie”. De repente, canciones basadas en la desidia vital, la crisis de identidad, la incapacidad emocional, la ansiedad o la frustración más rabiosa comenzaban a copar los charts de medio mundo, compartiendo filas con el pop más comercial y las propuestas más generalistas, y convirtiendo sus potenciales himnos en un discurso sin cifrar que llegaría directo y al pie a ese público adolescente que exigía inmediatez y verosimilitud en sus referentes.
"Con más mérito observamos ahora el éxito retrospectivo de un disco conducido por personajes ficticios y anónimos, pero verosímiles y crudos"
“Dookie” no es un álbum conceptual, nada más lejos; sin embargo, es innegable la existencia de un hilo conductor común en todas sus piezas, convirtiéndose desde el primer corte en el altavoz de todo un grupo social específico que veía su vida pasar, sin esperanzas ni vistas a tenerlas (“I'm not growing up, I'm just burning out”, versa el estribillo de “Burnout”). De repente, sentirse diferente con respecto al mundo o manifestar pensamientos profundamente autodestructivos no solo se sentía válido en el imaginario musical y colectivo, sino que además era algo exigido por los oyentes, quienes necesitaban poner palabras a aquello que sentían y que hasta la fecha ningún capo imbatible de la radiofórmula se había atrevido a hacer (“I'm losin' all my happiness / The happiness you pinned on me / My loneliness still comforts me”, cantan en la dolorosa “Having a Blast”).
En 2023 nos es habitual toparnos con artistas que reconocen públicamente su vulnerabilidad emocional, que escriben sobre ella o que directamente cancelan giras atendiendo a su salud mental como prioridad; sin embargo, en plena década de los noventa hablar de trastornos de personalidad, de ansiedad, o del desamparo propio por no tener ayuda en esas situaciones no solo era una rara avis en el sector sino que además tampoco era una de las virtudes o talentos que más apreciaban las discográficas o el público mayoritario, precisamente. Con más mérito observamos ahora el éxito retrospectivo de un disco conducido por personajes ficticios y anónimos, pero verosímiles y crudos, que con la tragicomedia en la mano eran capaces de llevarnos a los confines de la rabia y a la parte más honda del pozo. A su vez, tampoco cayeron en saco roto los particulares intentos de la banda por sembrar la semilla de una realidad distinta y cambiante, sin pretender sentirse pioneros de nada, pero aprovecharon la visibilidad que les daba su nuevo estatus y la proyección de una major para ser fieles a aquellos valores que eran dignos de ser realzados (como apreciamos en “Coming Clean”, donde Armstrong tiene a bien viajar a las entrañas de su yo adolescente, revisitar los dubitativos caminos de la masculinidad tóxica y auto-reconocerse como bisexual; o como sucede en “She”, la que muy probablemente acabaría siendo la primera aproximación para muchos a la música con dejes feministas).
"Green Day supuso la puerta de entrada para muchos deudores y herederos de su ingenio"
Instrumentales alegres para relatos descorazonadores (“Pulling Teeth”), reencuentros con mal sabor de boca (“I saw my friend the other day and I don't' know exactly just what he became”, recuerdan en “Emenius Sleepus”), clichés arquetípicos de romances frustrados con cubierta de hit (“When I Come Around”), mala baba y despecho entre toques de urgencia (“In The End”), llamadas de auxilio inmortalizadas en éxitos manoseados pero irrebatibles (“Basket Case”), o la representación progresiva más fiel de cómo debe sonar un encabronamiento exponencial (“F.O.D.”), son tan solo algunas de las razones que hicieron de “Dookie” la joya de la corona en la discografía de Green Day y que ahora, gracias a la pertinente re-edición del álbum por su respectivo 30º aniversario, tenemos la ocasión de revisitar a fondo y hasta sus entrañas.
Desnudando los cuatro discos pertenecientes a esta boxset de lujo uno se siente como si viajara directamente a esos días en los que comenzó a gestarse el disco que cambiaría las vidas del trío. Rarezas y versiones primigenias de lo que poco después terminarían siendo himnos, ahora reunidas en una joya para coleccionistas con directos inéditos y tramos enteramente dedicados a las respectivas demos de sus temas, incluyendo, además, un magnífico arsenal de canciones descartadas: entre ellas, las versiones del “Walking The Dog” de Rufus Thomas y el “Tired of Waiting for You” de The Kinks; las extraídas de sus primeras maquetas, “409 In Your Coffeemaker” y “Christie Road”; o la cara B de su popular “Basket Case”, titulada “On The Wagon”. El directo también tiene un importante papel en esta particular reedición, sabiendo bien que el post-partido de “Dookie” se jugó en varias canchas de todo el mundo. Ahora quedan recogidas en esta ambiciosa propuesta dos de las más célebres citas que el grupo se dio con sus seguidores por aquel entonces: a saber, la acontecida en el barcelonés Garatge Club y su legendario concierto en el revival del Woodstock del 94, donde el barro, el fuego y los mamporros fueron los protagonistas.
Aunque más de un purista amante de las crestas y las tachuelas arqueara las cejas en su día con el éxito de este disco, es impepinable reconocer que el tercer trabajo de Green Day supuso la puerta de entrada para muchos deudores y herederos de su ingenio: sin “Dookie” nunca habríamos tenido acceso a las hilarantes facultades escatológicas de Blink-182 y Sum 41, ni a la sensibilidad catártica de Paramore, ni a la desidia post-adolescente de Wavves, ni al relevo natural de artistas como YUNGBLUD, Olivia Rodrigo o Machine Gun Kelly. Y es que, aunque tres décadas pesen con intensa magnitud, “Dookie” sobrevive sabiéndose responsable de haber dejado para siempre y tras de sí un legado impermeable al tiempo y que perdurará eternamente en la memoria de esa generación desengañada, inconformista y emisaria de un cambio que solo habita en los sueños.
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