Los discos, como los libros o las películas, son las magdalenas de Proust perfectas, su escucha ejerce de alfombra voladora para la memoria y te lleva a lo que estabas haciendo el día en que lo escuchaste por primera vez o al momento en el que hizo clic en tu cabeza.
Es esa memoria sentimental que llevan muchos discos lo que hace que, normalmente, los preferidos suelan ser los que te marcan cuando te defines como persona, en ese difícil periodo que es la adolescencia y la primera juventud. Por eso la gente tiende a apreciar más los discos de su época. Su época es la mejor y las demás no, sobre todo las posteriores que no son más que una degradación absoluta. El desprecio que sentía Frank Sinatra por el rock & roll es muy parecido al que hoy sienten los roqueros "más auténticos" por la música urbana o el reggaetón, la música, como el cine y la literatura, que nos define es la que nos marcó de jóvenes.
El caso es que, me pierdo, yo, a pesar de que hay discos de mi época que me marcaron enormemente, como Nirvana o R.E.M., me vi más marcado por los grandes clásicos que iba descubriendo por mi cuenta desde los 13 o 14 años. Mis discos favoritos pasaron a ser cosas de los Beatles, Dylan, Stones, Hendrix, Prince o la Velvet, esos son los discos que puedo cantar de principio a fin, los que llevo tatuados en el corazón, los que se cómo me sentía antes y después de escucharlos por primera vez.
Un día (perfecto) en la playa
Es difícil volver a sentir eso, pero, a veces, milagrosamente, ocurre. A pesar de su nombre, Beach House, puede que no haya una banda que sea menos adecuada para escuchar en una playa que este, a no ser que sea en un día lluvioso de invierno, con un jersey de cuello alto y, probablemente, de noche. Aun así, los momentos mágicos no deciden cuando aparecer y a mí me pilló en una playa de Cascais, con los cascos puestos, escuchando "Bloom", mientras contemplaba a la persona amada a mi lado, disfrutando del sol y la playa, en un día tan perfecto como el de Lou Reed (aunque sin sangría), cuando me di cuenta de que era feliz y la vida me parecía maravillosa.
Así que sí, mi valoración sobre este disco es totalmente subjetiva y está totalmente mezclada con ese día, pero ¿acaso no es así con todo? ¿Podemos hacer una crítica enteramente objetiva de algo sin implicarnos emocionalmente? ¿Sí? Pues esta vez no es así, este disco es mi disco favorito de Beach House, lo siento “Teen Dream” y uno de los que me llevaría a la dichosa isla desierta y no puedo evitar emocionarme cada vez que escucho a Victoria Legrand cantar sobre “ojos asustados”.
Otra de las razones por las que sé que este disco me parece muy especial es porque mis canciones favoritas del mismo difieren de la de la mayoría. La versión oficial y objetiva dicta que las tres mejores canciones del disco son las tres primeras, que a mí me parecen también maravillosas, se trata de ese increíble trío formado por “Myth”, “Wild” y “Lazuli”. La primera es, probablemente, la mejor canción de su carrera, y las otras dos casi llegan a su altura. En cambio, yo creo que cuando el disco se convierte realmente en algo verdaderamente especial es cuando llegan las dos canciones siguientes, “Other People” y “The Hours”. La primera es genial, la segunda es, sencillamente, mi canción favorita de la banda. Tanto es así que tras entrevistar en 2015 a Legrand en La Riviera no dudé en pedirle que la tocaran ese día, sabiendo que no lo estaban haciendo habitualmente y, por supuesto, no lo conseguí…
El sonido Beach House
El caso es que basta de hablar de mí, ahora toca hablar de un disco que, más allá de la memoria, me parece una verdadera maravilla. De primeras es un ejemplo perfecto del sonido del dúo formado por Victoria Legrand, teclados y voz, y Alex Scully, guitarras y teclados, un sonido que consiguieron desde el principio según me reconoció la propia Legrand, “con la primera canción que escribimos juntos, “Saltwater”, ya surgió esa magia. Sé que no es justo que diga esto pero desde entonces lo hemos ido siguiendo, con los órganos, mi Yamaha PS-20, la guitarra de Alex, la batería programada y las cuatro pistas. Todo el corazón de nuestra música ya está ahí”.
Lo que sí hicieron fue refinarla y convertirse en unos compositores cada vez mejores, su sonido tan personal les emparentaba con el Dream Pop, y es que pocas veces una etiqueta musical ha sido más acertada para definir a una banda, si no hubiese existido anteriormente, parecería que alguien se la había inventado después de escuchar al dúo formado en Baltimore. “Teen Dream” supuso la perfección total de la fórmula con varias de las mejores canciones que habían compuesto hasta ese momento, pero “Bloom” dio un nuevo giro de tuerca a la banda.
Aquí ya no había sensación de una colección desperdigada de (grandes) canciones, 'Bloom' funcionaba como una sinfonía en la que las canciones fluían entre sí creando un todo en armonía. “Myth” abría las puertas a un disco como los de antes, cuando se valoraban como obras en sí mismas. Puede que a muchos les sonase a sacrilegio sus propias referencias al “Pet Sounds” pero eso es lo que intentaron hacer con “Bloom”, la cuadratura del círculo, crear un disco que fuera consumido de principio a fin para poder ser entendido mejor, no un disco para el iPod Shuffle o las listas de recomendaciones de las plataformas de streaming.
El disco estaba pensado para ser escuchado del tirón, dejándose llevar por él, pues prácticamente cada canción sucesiva elevaba el nivel de la que seguía. El dúo también utilizó varios sonidos entre algunas de las canciones, como el aullido del viento, el piar de los pájaros, el paso de los coches, el susurro de los niños, etcétera, para crear una experiencia con un sentido unitario mayor.
Un disco de principio a fin
El disco se abría con “Myth”, la canción definitiva de la banda, solo una obra maestra como esta puede permitirse el lujo de empezar de tan sublime forma y no decaer en ningún momento. Los teclados, las guitarras y la voz de Legrand se entremezclan a la perfección para crear una canción a la que se le pueden aplicar todos los adjetivos relacionados con Beach House, melancólica, atmosférica, etérea o apasionada.
“Wild” es otra maravilla, tiene cierto aire a Nueva Ola ochentera con su anticuada caja de ritmos sentando las bases, y Scally coloreando con su guitarra aquí y allá. La transición vuelve a ser fluida con “Lazuli”, otra pieza misteriosa que se va construyendo poco a poco hasta que explota con los coros de Legrand, tiene un sonido claustrofóbico y épico que recuerda a los Cure.
Luego aparece “Other People”, uno de los momentos más pop del disco, con una melodía gloriosa para todos los introvertidos del mundo, el sonido de la brisa del mar nos transporta a “The Hours”, una canción sobresaliente en la que las evocadoras estrofas dan paso a un estribillo tan perfecto que parece salido de la mente del Brian Wilson de 1966. La voz de Legrand suena única, inquietante e hipnótica.
“Troublemaker” comienza con un órgano misterioso al que se le unen unos arpegios de guitarra, la canción suena como una caricia y va subiendo en intensidad hasta llegar a otro gran estribillo. “New Year” es la canción menos buena del disco, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que sea mala. “Wishes” se engrandece con esos toques Badalamenti tan 'Twin Peaks' (que ellos mismos parecieron reconocer recurriendo a Ray Wise, el padre de Laura Palmer, para protagonizar el vídeo).
“On The Sea” es una de las canciones más austeras del disco, poco más que un piano y una guitarra fantasmagórica, bueno, y la voz de Legrand que pocas veces ha sonado más emocionante que aquí. El viento y un sintetizador comienzan ominosamente “Irene” pero esa sensación de peligro se irá disipando para romperse en un estribillo con el que nos llevan a ese lugar que define a la perfección “Bloom”, “un extraño paraíso”. Varios minutos de silencio después llegará el final con “Wherever You Go”, una canción que suena más a la intimidad de “Teen Dream” que al adornado y lujoso “Bloom”.
Aunque este disco no reinventó la fórmula de la banda, sí que redefinió toda su carrera posterior, siendo el disco que, casi, les convierte en estrellas. Después de él darían un paso atrás y buscarían otras direcciones, volviendo a sus orígenes Dream Pop, y es que puede que “Bloom” sea el disco de la banda en el que en la fórmula hay menos sueño y más pop, con los estribillos más certeros de su carrera. O, dicho de otra manera, puede que “Teen Dream” sea el disco de Dream Pop definitivo pero “Bloom” es el disco definitivo de Beach House.
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