En los últimos años, la publicación de libros, fanzines, revistas y demás sobre Eskorbuto no ha tenido interrupción. Sin duda, la obra más notable son los dos volúmenes de “Rock y violencia”, de Roberto Ortega, la biografía definitiva de Eskorbuto (el tercer volumen acaba de aparecer en el mercado, aunque aún no he podido leerlo), pero existe también un cómic o novela gráfica basada en dicha biografia a cargo de Gabriel Corvi y publicada en 2015, e incluso una novela, “Pasion y muerte de Iosu Expósito”, de Beñat Arginzoniz (2012), que narra en clave de ficción los últimos días del guitarrista de la banda.
“¿Para cuándo la película?”, se preguntará algún cínico. Pues no es broma: dejando aparte trabajos como “Las más macabras de las vidas” de Kikol Grau (2015), más cercano al campo de la videocreación, fuentes habitualmente bien informadas me comunican que en algún despacho del Departamento de Cultura del Gobierno Vasco acumulan polvo al menos tres proyectos diferentes de llevar a la gran pantalla las aventuras y desventuras de Eskorbuto que hasta ahora no se han concretado por falta de financiación, pero parece cuestión de tiempo que alguien acabe haciendo una película sobre los de Santurtzi.
Por no hablar de la producción discográfica. Los discos clásicos de Eskorbuto han conocido diferentes reediciones a cargo de sellos como Munster, B-Core y Guns Of Brixton, se han publicado las primeras maquetas del grupo, y siguen apareciendo discos que recogen distintos conciertos de la banda: hace poco se publicó un CD-single de cinco canciones grabadas en directo que, al parecer, sirve como adelanto del que será un nuevo disco en vivo, “Nadie es inocente”, a cargo de Zona Cero Ediciones.
Exposiciones de pinturas basadas en Eskorbuto de la mano de alumnos y alumnas de la facultad de Bellas Artes de la UPV, nombramiento de “santurtziarras de pro” en el año 2014 a cargo del Ayuntamiento de Santurtzi (el mismo ayuntamiento cuya policía municipal les detenía una y otra vez en los 80), por, y cito textualmente, “su influencia en el panorama punk-rock musical estatal e internacional”, recogidas de firmas para que les concedan una calle en su localidad natal, homenajes (el próximo tendrá lugar el 23 de diciembre en la sala Santana de Bilbo, con la participación de una decena de bandas)... La pregunta surge de forma inevitable: ¿no nos estamos pasando?
Pues según cómo se mire. Es evidente (o al menos a mí me lo parece) que algunos de estos “homenajes”, los que provienen de instituciones que los propios Eskorbuto denostaron hasta la saciedad en sus canciones, sólo pueden entenderse como ejercicios de hipocresia y oportunismo, un intento de acallar malas conciencias y blanquear el legado de un grupo que siempre fue ajeno a todo ello. Y otras propuestas probablemente estén hechas con la mejor de las intenciones, pero me parecen completamente fuera de lugar e incluso contrarias al espíritu de la banda. ¿Una calle para Eskorbuto? ¡Por favor! Eskorbuto SON la calle. No necesitan una placa en una esquina para que esto sea así. ¿Acaso alguien duda de que, si Iosu y Jualma pudieran ver los intentos actuales de alabar sus figuras como si de honrados ciudadanos se tratara, no repetirían aquello de “aún no hemos parado de reirnos”?
Pero al mismo tiempo, no puedo negar que entiendo perfectamente la pasión que el trío de Santurtzi sigue despertando incluso entre las generaciones que aún no habían nacido cuando Iosu y Jualma fallecieron, y que me parece lógico que dichas generaciones quieran seguir rindiendo tributo a la banda, aunque a mí cada vez me convenzan menos este tipo de homenajes.
Por otra parte, la excesiva mitificación ha dado paso a la correspondiente reacción en contra. En ciertos círculos no es difícil encontrar a gente para quien Eskorbuto no eran más que un grupo de junkies robaguitarras, que apenas sabían tocar, musicalmente bastante limitados y cuyo discurso está plagado de incoherencias y contradicciones. Y me da la sensación de que ese tipo de opiniones últimamente están proliferando.
Puedo entender algunas de estas críticas, pero creo que todas ellas parten de una base errónea, a saber: tratar de medir a Eskorbuto por el mismo rasero utilizado para otros grupos. Y eso es imposible. Eskorbuto no es cualquier otro grupo. Eskorbuto es Eskorbuto, para lo bueno y para lo malo. Ünicos, irrepetibles. Hijos de una época histórica, un lugar y unas circunstancias vitales determinadas. Nunca hubo una banda como Eskorbuto, y nunca la va a haber.
Durante la primera mitad de los 80, antes de que les pasara factura el agotamiento, el consumo de heroína y una cierta megalomanía que les llevó a perderse en discos conceptuales y movimientos erráticos, Eskorbuto fue la mejor banda sobre la tierra. Salvajes, extremos, suicidas, traspasando todas las lineas rojas habidas y por haber. La rabia acumulada en aquella maqueta de sonido sucio y retumbante que llamaron “Jodiéndolo todo” es difícilmente superable. El single “Mucha policía” no es sólo una obra maestra, es también la piedra angular de todo el punk en castellano hecho desde entonces. Pocas veces se ha conseguido inyectar los surcos de un vinilo de tamaña dosis de tristeza, nihilismo y desesperación como en el caso de “Antitodo”.
Y, sobre todo, los directos. Nunca he vuelto a experimentar esa sensación de peligro, de vulnerabilidad, de que lo que estaba sucediendo encima del escenario traspasaba los límites de la propia integridad física como en aquellos conciertos de Eskorbuto de la primera mitad de la década de los 80. Aquello no era sólo rock’n’roll: era real. Era la realidad de los barrios obreros de fachadas ennegrecidas y ratas como conejos pululando en las basuras, de delincuencia y redadas policiales diarias, de miseria y marginación social. Era un trozo de la vida que nos rodeaba a los chavales y chavalas de aquella época y aquel lugar, arrancada a mordiscos de las entrañas de esa misma realidad y mostrada ante nuestros atónitos ojos.
Los discursos incoherentes, los discos grabados con baterias electrónicas o teclados más propios del rock sinfónico, los intentos de dar continuidad al grupo tras el fallecimiento de Iosu y Jualma, la mitomanía exacerbada, los intentos de instituciones públicas y privadas de subirse al carro... Todo ello queda en un segundo plano ante la magnitud de una banda cuyo principal logro fue ser ellos mismos. Afortunadamente, eso nadie podrá cambiarlo jamás.
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