En el pasado especial PRO de Mondo Sonoro, hablábamos sobre sostenibilidad medioambiental. Festivales comprometidos con la reducción de residuos, uso de energías renovables, de vasos reutilizables que realmente se reutilizan… Iniciativas que, aunque lejos de salvar el planeta, traen cierta esperanza a la crisis climática. Que estas ideas tengan un impacto real o sean tan solo un rinconcito de las empresas para dar una imagen verde y amigable, ese es otro tema. Ya vendrá el capítulo del ecopostureo.
Lo que sí es cierto es que la sostenibilidad no son solo árboles y pajitas de cartón. Hablemos de los dos pulmones de la industria: profesionales y oyentes. Dos grupos ahogados por este tempo imposible de seguir.
No hay más que observar la capital madrileña para darse cuenta de que hay casi más músicos por metro cuadrado que ciudadanos de a pie. Traídos por la promesa de oportunidades, el escenario se convierte irremediablemente en competitividad y comparación. Prueba a buscar el nombre de tu artista favorito acompañado de la palabra “ansiedad” y verás que pocos artistas son capaces de aguantar las exigencias actuales del sector manteniendo sana y salva su salud mental.
“Cuantas más opciones tengamos que valorar, más insatisfechos estaremos con la elección final”
Por supuesto, las redes sociales tampoco ayudan a mitigar el problema. A la necesidad de producir hasta cuatro o cinco singles por disco, sumemosle la tarea de comunicación que conlleva cada uno en redes. Y la “obligación” de que esos singles funcionen en ellas. Ginebras se han referido alguna vez a ellas como “máquinas de matar”, Chico Blanco comentaba los trastornos que le supone estar pendiente de “cuál será la próxima tendencia”, y otros artistas como Eme DJ incluso han creado plataformas de visibilidad de estos problemas. “Depresión en la cabina” es el proyecto que busca abordar “los desafíos de salud mental que enfrentan DJ’s y productores musicales” y que, desde hace un año, ofrece un espacio seguro de diálogo sobre este asunto. Apoyo mutuo, comprensión y sensibilidad para que esa búsqueda de Google que os animaba a hacer vaya poco a poco siendo cosa del pasado.
No faltan nombres de quienes han necesitado un respiro de las capitales musicales. Sandra Delaporte no tuvo más remedio que huir a un pueblo de cuatrocientos habitantes tras haber tocado fondo, como contaba a El País. El peso de esta industria frenética también cae sobre los hombros de Rozalén, quien nos contaba cómo ella decidió mudarse al campo, donde alterna trabajo con conservas de tomate y el cuidado de su huerto.
La balanza tampoco se sostiene en la otra cara del sector. Entre los oyentes, los consumidores de estos cientos de temas que se estrenan cada semana, se lleva ya tiempo escuchando el “síndrome” del Fear Of Missing Out (FOMO). En giras como la de Taylor Swift, esto se ha visto claro. Desde jóvenes movilizando a todos sus amigos para conseguir acceso a la venta de entradas hasta testimonios de fans que admitían que se deprimirían si no conseguían tickets.
¿Recordáis la historia de la ardilla capaz de cruzar la península sin tocar el suelo, saltando de árbol en árbol? Seguramente el animalillo podría hacerlo ahora de festival en festival. Así lo ilustra Nando Cruz, en su libro “Macrofestivales”, donde también da voz a los grandes olvidados de todo esto: los vecinos de las zonas cercanas, agotados de aguantar el ruido continuo y el colapso de la movilidad derivado de cada “sold out”.
Y es que tener conciertos cada día suena muy bien, pero ¿cómo aguantar económica, social (¡y físicamente!) esta marcha? Cruz, de nuevo, presentaba “la paradoja de la elección” de Schwartz: “Cuantas más opciones tengamos que valorar, más insatisfechos estaremos con la elección final”. Inconformistas por naturaleza, los fans se enfrentan a un FOMO crónico y agotador, rodeados de carteles interminables y colas en Ticketmaster.
Y del “miedo a perderse algo” al miedo a no poder abarcarlo todo. Ante tal cantidad de contenido, cada vez es más complicado atender a todos los lanzamientos. A finales de 2023, la agencia de comunicación La Trinchera pedía socorro tras comprobar que sus mails habían sido desatendidos por los medios durante semanas. “¿Hay un exceso de información?”, se preguntaba Lorena Jiménez en un reel. Con tanto lanzamiento, tanta ansia por promocionar cada paso del artista, los periodistas difícilmente dan abasto. Es el momento de dejar de pisar el acelerador y replantearse un enfoque más sostenible. Quizá así esos dos pulmones podrán volver a respirar aire fresco y, sobre todo, reencontrar el auténtico valor musical dentro de este torbellino.
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