Se viene insistiendo en el repunte del vinilo como tabla de salvación de un formato físico cuyas ventas caen cada año un cinco por ciento en beneficio del cada vez más poderoso streaming: para bien y para mal, la comodidad e inmediatez de la era digital se han impuesto. Pero, ¿es para tanto? Aunque la era gloriosa del vinilo terminó en los primeros noventa (después del pico histórico de 1984) y sigue lejos de las maltrechas cifras de ventas del disco compacto digital creado por Sony y Philips, todas las discográficas se han subido al carro. Las tiendas, grandes y pequeñas, le dedican más espacio en detrimento del devaluado CD; y un consumidor amplio ha recuperado la fascinación por sus atractivos. Cuestión de mística, sí, pero también de números.
Edad de oro
Se estima que un tercio de las novedades internacionales y nacionales se editan hoy en vinilo. No es exagerado estimar que cada mes llegan al mercado global cerca de un millar de referencias, entre novedades y reediciones. Muchas de ellas ni siquiera llegan a España, pero tiendas como Bajoelvolcán, en el madrileño y castizo barrio de Lavapiés, hacen lo posible para ofrecerle al consumidor una selección muy amplia. “Vivimos un momento dorado de la publicación de discos -dice sin dudarlo Fernando Velasco, su propietario-. Para mí, es muy complicado, porque la oferta es enorme y puedo llegar apenas al diez por ciento de lo que sale, pero para el público es fantástico. Se publican cosas que jamás se habían editado. Se hace auténtica arqueología musical. No se trata de hacer sólo digging, sino de investigar qué pasó con las cintas de un sello pequeñito de Detroit…y hay grupos que son una pasada. En ese sentido, es un momento mágico. Y aunque yo recomiendo siempre comprar el original, hoy se reedita muy, muy bien”.
No siempre ha sido así. A principios de los dos mil, el vinilo se había extinguido de facto ante el empuje del entonces indestructible CD y la irrupción del mp3. Como recuerda Fernando, algunos sellos se olvidaron de las limitaciones de volumen que impone, editando vinilos de jazz “que sonaban tan distorsionados como un disco de punk”.
Pese a todo, Velasco se mantenía en sus trece desde su propio bar La Aguja, unos metros más arriba de su tienda actual y de los poquísimos que no habían sucumbido al digital. Hasta que en 2010 lo dejó para abrir Bajoelvolcán, con el plan de ofrecer lo que le gustaba: vinilo, libros y películas. Contra todo pronóstico, los discos se impusieron y se extendieron al sótano, dedicado en exclusiva al también codiciado producto de segunda mano. Ha sido testigo en primera línea, pues, de este insospechado regreso desde las catacumbas comerciales. ¿Visión de futuro? “He tenido pura suerte -afirma, restándose méritos-. Cuando abrí, el único espacio para discos estaba en el centro de la tienda. Igual que los discos han ido para arriba, el mundo del DVD se ha ido al carajo. Mi teoría es que si la música digital la tienes gratis, cuando algo te mola mucho, quieres más. Si lo tienes ya gratis en digital, entre tenerlo en un CD pequeño que no mola -sabiendo, además, que siempre ha sido un engaño en cuanto a durabilidad y sonido-, y el vinilo, la gente prefiere un objeto que suene bien y mole, con una portada grande y bonita. Creo que el público se ha decantado más por el objeto en sí que por el sonido”.
Conviene enfriar la euforia, contextualizando: en España, según cifras de Promusicae (representantes del 90 por ciento de la industria de la música grabada en nuestro país), el denostado CD sumó todavía el 77 por ciento de las ventas físicas en el primer semestre de 2018. Eso sí, hace sólo seis años, el formato analógico era “totalmente residual”. Un 23 por ciento de las ventas de discos físicos, caso del muy venido a menos mercado español, que facturó un total de 107,6 millones de euros en ese periodo, no se puede tomar a la ligera.
Como tampoco puede hacerse en los principales mercados. Según estadísticas de la consultora Nielsen, en el primer semestre de 2018 se vendieron en Estados Unidos 7,6 millones de vinilos, casi un 20% por encima de los que se colocaron el año anterior. El más vendido fue Boarding House Reach de Jack White. Le seguieron Damn de Kendrick Lamar, Thriller de Michael Jackson y la banda sonora Guardians of the Galaxy: Awesome Mix. En un mercado donde compiten y coexisten las novedades con reediciones impecables de clásicos de hace cuarenta o cincuenta años.
¿Burbuja?
El sello El Genio Equivocado abrió su propia tienda en Barcelona el pasado mes de septiembre, con “la ilusión de tener un espacio donde centralizarlo todo”. Joan Casulleras, responsable, matiza el optimismo con el que se arropa al formato. “Un poco de burbuja hay. Dicen que se venden instantáneamente, pero hay que ver de qué grupos: no por el mero hecho de hacer un vinilo lo vas a vender. Como tienda, vendemos muchos más vinilos que discos compactos. En grandes tiendas como Fnac o El Corte Inglés, imagino que la diferencia será menor. Al final, nosotros somos una tienda especializada y para un público concreto, más indie, al que parece que le tira mucho más este formato”.
A su juicio, en este momento “se edita una cantidad inabarcable de referencias. No diría que “demasiada”, porque eso suena negativo. En cualquier caso, nosotros nos centramos en la música que nos gusta y que sabemos que puede gustar a nuestra clientela. Solemos estar al loro de lo que se cuece, para recomendar”. Añade, además, que “la gente compra más novedades que clásicos, aunque ahora con la fiebre de las reediciones, al comprador le tocan su vena sentimental, y es habitual que adquiera de vez en cuando sus favoritos de siempre”.
Coincide con él Fernando de la madrileña Bajoelvolcán. “En esta tienda se compran más novedades, porque quizá en Madrid somos los más especializados en ellas. También hay muchos clásicos, pero los discos que más se venden son las novedades. Tampoco hay muchas tiendas que las traigan”.
También en Madrid, Escridiscos es un local de referencia desde hace más de cuarenta años, aunque ha cambiado varias veces de sede hasta llegar en 2005 a su emplazamiento actual, a pocos metros de la plaza de Callao. Hace más de cuatro, su dueño de toda la vida Pepe Escribano la traspasó a Alberto Real, cliente ocasional que decidió cambiar de vida laboral forzado por las circunstancias de la interminable crisis, junto a su hermano. Su perspectiva es optimista, pero también matizada. “Lo primero que destacaría son los precios, que están en una inflación permanente. Eso es lo negativo. Lo positivo, que hay mucha gente a la que esto le gusta, aunque siempre está el rollo de la moda y las redes sociales y hay quienes compran de cara a la galería. Leí un artículo que decía que un siete por ciento de la gente que compra vinilos en Reino Unido no tiene tocadiscos…”.
En Escridiscos, tienda con surtido importante de garage o punk, se siguen vendiendo sobre todo clásicos, aunque Alberto trae también novedades. “Si no lo hago, la tienda se convierte un poco en un museo. Hay que compaginar todo. La selección es el quid de todo esto (risas). Y es una locura. Como hoy la gente tiene toda información a su alcance, te demandan muchas cosas. El problema es que se publica mucho con una calidad media, y hay cierta saturación. Creo que hay grupos muy sobrevalorados, como The War on Drugs, pero la gente los pide. Si me pidieran Bisbal, no lo traería, tenemos una línea…Tampoco me gustan Pink Floyd, pero tengo sus discos. Dicho esto, no estoy aquí para juzgar o hacerme el crítico: hay que vender discos”.
La apuesta tanto de multinacionales como de sellos minúsculos por las reediciones de álbumes antiguos o nunca publicados en formato analógico (caso de muchas referencias de los noventa o de los primeros dos mil, cuyas escasas ediciones originales pueden costar hoy ochenta o noventa euros), no es una cuestión romántica. Salen remasterizados e incluso remezclados, con carpetas especiales o que reproducen hasta el más mínimo detalle de la original. Carísimos triples o cuádruples, suntuosas cajas con discografías enteras que, tarde o temprano, encuentran a su comprador: nada se resiste, porque los números respaldan la apuesta. Los sellos, eso sí, procuran afinar las tiradas al milímetro.
Un nicho fundamental
Después de la práctica extinción del formato, en los últimos seis años se han producido crecimientos interanuales de dos cifras. En 2016 las ventas globales de vinilo superaron los 1.000 millones de dólares por primera vez en el nuevo siglo. En Reino Unido se vendieron 4,1 millones de unidades en 2017. No se vendían tantos desde…1991. En aquellos países en los que las ventas de discos tangibles siguen siendo esenciales, como Estados Unidos, Japón, Alemania o Reino Unido, se ha convertido en símbolo de la terca negativa a desaparecer del producto físico, y, complementariamente, de la resurrección de las tiendas independientes, que han cautivado a un nuevo público. En referentes como la neoyorquina Rough Trade, el vinilo ha desplazado por completo al CD. Lo que empezó como curiosa anécdota del entorno hipster alimentada por algunos entusiastas irreductibles como Fernando Velasco, se ha hecho algo serio. En este sentido, no hay que infravalorar, aunque no guste tanto a los puristas, el posicionamiento de tiendas de ropa para jóvenes a la última como Urban Outfitters: el vinilo se ha ganado a pulso su consideración como objeto de moda. También el casette ha vuelto por razones similares, aunque en este caso su peso no pasa de la anécdota hipster y graciosa.
A nivel global, según la IFPI (asociación de la industria fonográfica mundial) las ventas de vinilo crecieron un 22,7% en 2017, y el formato supone ya un 3,7% del negocio global de la música grabada. En otras palabras: el crecimiento en los últimos años ha sido fenomenal, pero siempre dentro de un nicho que, tras la cuasi extinción del formato en los primeros 2000, sigue estando muy lejos de lo masivo. Probablemente, nunca lo vuelva a ser como en los años setenta u ochenta. La era en la que la gente compraba discos físicos a mansalva ha terminado por razones complejas que darían para un tratado: la gigantesca competencia en la oferta de ocio que hoy tiene a su disposición el consumidor ha desplazado a la música como centro de la vida de muchas personas. Además, con la abundancia digital llegó inevitablemente la saturación. La devaluación de algo que, durante décadas, fue escaso y, por lo tanto, precioso.
Precisamente es el vinilo, formato físico por autonomasia, el que devuelve a la música su estatus especial. Desahuciado el CD en abundantes círculos de consumidores para los que está altamente desprestigiado (¿quién quiere un CD teniendo streaming, como dice Fernando?), sellos y grupos medianos o minúsculos sólo pueden vender algo apuntándose a la mística y las cualidades físicas del formato analógico. En este sentido, no hay que menospreciar el aura de objeto de moda que se ha ganado, por encima de consideraciones de calidad o calidez de audio que (seamos realistas) interesan a una ilustre minoría, la equipada con buenos altavoces y equipos. Dicho esto, si con el vinilo se consigue atraer a más acólitos a la causa de la dinámica y el buen gusto sonoro, bienvenido sea.
Comprador heterogéneo, precios altos
Los encargados de tiendas de discos que hemos contactado coinciden en señalar que su consumidor habitual es, a día de hoy, casi tan diverso como la oferta de la que dispone. Predomina la gente de más de treinta años, por razones de poder adquisitivo (como veremos más adelante, el vinilo no es hoy barato), pero los más jóvenes también se han incorporado. “Por aquí vienen señores de sesenta o setenta años que tienen una colección de diez mil discos, pero también chavales de dieciocho años. No son la mayoría, pero están ahí”, asegura Fernando Velasco. Desde El Genio Equivocado dicen ser “una tienda especializada y más dirigida al público indie. Poca cosa comercial vas a encontrar. En todo caso, sólo lo que nos gusta. Y está claro que el que compra vinilos es un público más entendido”. Alberto, de Escridiscos, tienda situada en el mismo centro de la ciudad, destaca al turista que va de compras: “En verano vienen bastantes extranjeros y compran mucho vinilo. Es gente muy metida en el coleccionismo o muy afín a géneros que saben que tenemos. A mí me pasa: si viajas de vacaciones a Jordania no vas a comprar discos, pero si vas a Berlín, Dublín o Londres, sabes que hay tiendas. Ese cliente es importante para nosotros. Al igual que mucha gente del resto de España: el turismo de compra existe en Madrid, porque hay ciudades donde hay pocas tiendas. Es verdad que ahora también entra gente más joven, quizá porque aunque la esencia de la tienda no ha cambiado, mis gustos enganchan más con los de gente de menos de cincuenta”.
La demanda ha crecido significativamente, sin duda. Pero, ¿qué pasa con su precio? ¿Han pasado los vinilos, de ser objeto cultural de masas, a artículo de lujo cuya difusión está, por tanto, forzosamente limitada? El dueño de Escridiscos cree que “algunos son una verdadera pasada, sobre todo de multinacionales y sellos de rollo muy exclusivo. Pagar 38 euros por el último de Paul Weller, por ejemplo, me parece una barbaridad. Aunque sea doble. A veces, ni siquiera pido cosas muy raras que se editan a precios desorbitados. Hay sellos que se pasan bastante. Creo que el precio ideal tendría que estar alrededor de los veinte euros. De hecho, los lanzamientos de Sub Pop (mítico sello norteamericano muy volcado en el formato) están por debajo, mientras que otros sellos de una escala parecida o incluso mayor, venden a veintiocho, lo que significa que sus márgenes o costes son demasiado altos. Además, comercialmente, ahora es más sencillo reeditar un disco para un público muy determinado, que vender a los nuevos Strokes”.
Para Fernando “tampoco hay excesiva queja por parte del cliente: ya sabe lo que cuestan. Pero es verdad que pregunta a menudo por qué son mucho más baratos en Estados Unidos. Y hay que recordar que de los veinte euros que puede costar, más de cuatro corresponden al IVA. Gracias a eso, tenemos sanidad y educación pública, pero es una cuestión muy a tener en cuenta en el precio final. Yo voy rebajando mi margen según lo caro que sea el disco, para que no se vaya por las nubes: me pongo en la posición del comprador. Además, el margen es mucho menor con las novedades, por los derechos de autor. ¿Por qué es un filón el jazz de antes de 1962? Porque, además de que son los mejores discos del género, la música ya no está sujeta a copyright. Las portadas sí, y por eso, muchos vinilos se reeditan con un arte distinto. En 1963, cuando irrumpen los Beatles, las discográficas se dan cuenta de que no pueden permitir esto, y amplían veinte años más la protección de los derechos, en total unos setenta años”.
Joan sostiene que “son carísimos. Las distribuidoras nos los venden a precios altos, con lo cual, añadiendo nuestro margen, los precios se disparan. Las pequeñas discográficas suelen ajustar más. Esta circunstancia podría estar comprimiendo el mercado, pero el que realmente vive la música con pasión, seguirá comprando vinilo al precio que sea. Gracias a ellos, seguimos en pie. Para compensar, tenemos un carnet de fidelización con un descuento a aplicar en próximas compras”.
La llave perfecta
Para las grandes cadenas, el formato analógico también se ha hecho importante. A nivel global, para cadenas como la resistente HMV, que, no obstante, atraviesa una situación delicada que en este año recién empezado tendría que resolverse hacia un lado u otro. En España, Fnac o El Corte Inglés han aumentado la presencia del vinilo, sobre todo en aquellos centros donde más se demanda. Este espacio se ha ganado a costa del CD o incluso de otros artículos de consumo cultural. En la cadena francesa, el vinilo representa ya una quinta parte de sus ventas de música grabada, cifra muy cercana a la que estima Promusicae para todo el mercado español. Le planteamos también al departamento de Música de Fnac la pregunta del millón: ¿Se exagera con la tesis de que el vinilo ha salvado del desastre al formato físico? “Hasta cierto punto es cierto, pero con matices. El CD mantiene la supremacía en las ventas y, es difícil medirlo, pero la venta de vinilo, en algunos casos, canibaliza la de CD. Indudablemente, ha venido a actualizar las exposiciones de música grabada en tienda física y el catálogo online, que cuenta con más de 20.000 referencias disponibles o bajo demanda”. En cuanto a la oferta, “el soporte se ha convertido en la llave perfecta que abre los cajones donde se guardan los archivos sonoros de las discográficas. Se reedita de todo: discografías completas de artistas y grupos de todos los tiempos, internacionales y locales, mucho oldie, blues, rock clásico, jazz, y, también, algo en música clásica, pero de momento muy tímidamente”.
“Hay mucho clásico y se vende mucho, pero también se compra la novedad. Es complicado segmentar el comportamiento de compra, pues unos y otros clientes compran un poco de todo. Aunque se dan casos de personas que sólo buscan un determinado tipo de música o una época concreta de grabaciones, el espectro del comprador se compone principalmente de adultos que destinan una parte de su presupuesto al vinilo. Después, podríamos estar hablando de quienes compran la novedad de artistas y grupos o estilos que más les gustan: y, por último, de aquellos compradores más ocasionales, que lo adquieren sólo en casos muy concretos o de novedades de artistas y grupos de los que son muy fans”.
El consumidor de vinilo en Fnac es, por tanto, tan diverso como el de las tiendas independientes. “Se dan casos diversos. Desde quienes se acercan al vinilo por la “erótica” del soporte y la ceremonia de poner el disco en el plato; personas cuya motivación es su militancia por un artista o grupo, y que se acercan al formato en algunos casos concretos; los amantes del vinilo de toda la vida, que nunca renunciaron a este soporte, y que celebran la cada vez mayor disponibilidad de referencias; hasta coleccionistas, que compran vinilo como inversión, y en algunos casos ni siquiera desprecintan el disco. Para ellos el vinilo es un tesoro”. Visto lo visto, no se equivocan.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.