Silvia le está dando las últimas puntadas al pequeño vestido de lamé dorado que más tarde lucirá Cristina sobre el escenario. Estamos echando la tarde en casa de Jaime Nieto, el afable teclista de la banda, que vive en uno de esos pueblos residenciales pegados a Bilbao. Esa misma mañana, a eso de las doce, el grupo ha probado sonido tras un cambio de planes propiciado por el deseo de Arcade Fire de cambiar el horario de su prueba. Al fin y al cabo, en los festivales, como en la selva, impera la ley del más fuerte del cartel y el resto de fauna debe adaptarse a los caprichos del rey de esta jungla. Tampoco ha supuesto un problema. El Columpio Asesino juegan, como aquel que dice, en casa y la opción tarde de piscina con cervezas es lo suficientemente atractiva como para coger la furgoneta y bajar de Kobetamendi en busca de cierto relax antes del bolo. La noche va a ser intensa y se nota en el ambiente que la cita con el público del Bilbao BBK Live hace especial ilusión a la banda y a toda su crew. Es una de las fechas de esta gira de despedida, que ha estado marcada con doble círculo rojo en el calendario festivalero de El Columpio Asesino. Por eso estamos aquí. Para dejar constancia de ello .
Llevamos semanas intercambiándonos mails con Ane G. Bereciartu, responsable de comunicación del sello Oso Polita, con la idea de cuadrar el día perfecto para acompañar a la banda y dejar constancia de lo que están siendo estos últimos bailes de los navarros. La idea es infiltrarnos como un miembro más de su equipo y vivir la experiencia y el cúmulo de emociones de este adiós de un grupo que ha dejado una de las huellas más profundas en la escena indie estatal de estas dos últimas décadas. El primer encuentro ha tenido lugar por la mañana en el escenario principal del festival. La banda ha descendido de su furgoneta blanca de gira, todos con ropa informal, pantalón corto y camiseta, adaptados a las temperaturas de mediados de julio. Todos menos Cristina, que luce esas sempiternas gafas de sol, vestido negro y botas camperas. Anda vestida para probar. Y será precisamente la “furgona” –y sus “raticos”–, me confiesa Albaro, una de las cosas que más eche de menos cuando todo esto haya tocado a su fin. Ese lugar de encuentro cómplice de la banda que ha acumulado un montón de anécdotas a lo largo de los años. Como cuando surcaban las inacabables carreteras con la anterior de segunda mano, color azul, y unos logos blancos de UNICEF en la carrocería que les libraron en más de una ocasión del típico control policial de carretera. Un método del que tomar buena nota.
La mañana en Kobetamendi luce fresca y soleada. Por lo visto, la noche anterior llovió y los operarios se han afanado en poner paja sobre el barro para evitar males mayores. Resulta extraño subirse a un escenario tan grande, pero a la vez vacío, y con las casi imperceptibles señales de los estragos de la jornada de ayer con toda su energía flotando en el ambiente. Un viernes noche en el que la mismísima Grace Jones reivindicó bajo el cielo de Bilbao su papel de musa de la música disco neoyorquina de hace unas décadas. Pero ahora son los miembros de El Columpio los que asumen una de las facetas más tediosas del mundillo: la prueba de sonido. Su backliner, “Látigo”, se mueve con confianza conectando cables y colocando microfonía. Luce una camiseta de trabajo negra con la palabra “Tovarich” [“Camarada”] en letras rojas, que ha sido idea del bajista de esta gira: el ínclito Íñigo Cabezafuego. A él le tocó el difícil papel de sustituir a su amigo y productor, el malogrado Dani Ullecia, cuando resultó obvio que el cáncer no le permitiría ser participe de este último vals de la banda. Su energía también flota en el ambiente. Y es evidente que, si alguien podía asumir su vacío, ese no era otro que un histórico como Cabezafuego. Además, el navarro ha sabido aportar no solo su pericia al instrumento, sino también su peculiar sentido del humor. Algo de lo que hace gala cuando decide colocarse dos calcetines en las orejas y entonar a las cuatro cuerdas el himno de España, con una socarrona sonrisa en el rostro. Todo ello sucede a la vez que Xavi, su técnico de sonido –quien trabaja también para Belako–, se pelea con los botones de la mesa bajo la atenta mirada del Tour Manager de la banda. Un experimentado Iñaki Pepón que tiene en su currículum el haber prestado sus servicios para otros grupos como Hinds o Cariño. Este es básicamente su equipo y se les nota la combinación justa de profesionalidad y buen rollo. Como debe ser para que todo funcione.
La prueba toca a su fin y hemos llegado a la hora de comer. Abandonamos el escenario principal y nos dirigimos a pie a la zona de backstage desde la que se puede disfrutar de unas estupendas vistas a las verdes colinas que rodean este idílico emplazamiento. Caen las primeras cervezas del día y nuestras pulseras nos permiten acceder a la carpa comedor en la que nos espera un apetitoso buffet libre en el que no faltará la carne, el pescado, la verduras, pero tampoco el txacolí y un buen Rioja. Sentados todos alrededor de una mesa redonda, surgen esas primeras conversaciones, chascarrillos y bromas, además de la decisión de ir a pasar la tarde a la piscina comunitaria de Jaime. Mientras bajamos de Kobetamendi, empezamos a ver las primeras Txarangas que, con sus instrumentos de viento, hacen más llevadera la peregrina ascensión al festival de los más tempraneros.
Silvia, esa amiga fiel de la banda que hace las veces de modista, sigue dando puntadas al vestido que estrenará esta noche Cris. Ane, y el periodista que esto escribe, marchan al supermercado más próximo a por cervezas. Los más valientes se lanzan a las frías aguas de la piscina, mientras Jaime pincha bajito un vinilo de bebop en el equipo de su casa. El ambiente es distendido. Muy Tovarich. Pero ha llegado la hora de que Chus, nuestro fotógrafo, improvise un set de entrevistas en el estudio de grabación que ha montado el teclista en el sótano de su casa. La idea es grabar unas declaraciones que luego lanzaremos también vía redes.
¿Cómo os imagináis el proceso de transición a esa nueva vida cuando ya haya finalizado esta gira de despedida?
(Albaro) A no se sabe qué… Pues la verdad es que yo no sé cómo me voy a sentir cuando acabe la gira. Creo que nos vamos a asomar a un precipicio que, aunque estemos preparados psicológicamente para ello, nos va a sorprender. Porque, por ejemplo, yo no he tenido más vida y rumbo que El Columpio y ahora, cuando desaparezca este rumbo, habrá un tiempo durante el que nos vamos a sentir muy a la deriva, muy perdidos. Aunque bueno, me imagino que la vida nos irá abriendo nuevos caminos. Pero la verdad es que no tengo ni idea de lo que va a ser ese primer año, o esos dos primeros años.
(Cristina) Yo tampoco me he hecho a la idea, pero seguro que la vida provee y algo nos tiene reservado.
Por la forma en la que habláis veo que no existe un plan B para cuando esto acabe. ¿Realmente es así?
(Albaro) Es así. No hay plan B. Y además creo que no lo tiene nadie en la banda. En mi caso, ahora que tengo un hijo, lo que quiero es descansar y hacer mucho curro personal. Creo que el primer año me va a dar para muchas cosas. Probablemente visité a un psicólogo, que es algo que debería haber hecho hace mucho tiempo. Y voy a intentar desenredar muchas cosas que tengo que desenredar.
(Cristina) Es una buena opción tomarte un tiempo de calma, descansar y digerir todo lo que estamos viviendo y todo lo que hemos vivido.
(Albaro) Y pensar en hacia dónde vas, sobre todo... Porque lo pasado, pasado está.
(Cristina) Sí... Pero bueno, ahí estamos... con la incertidumbre.
Andáis inmersos en una gira de despedida en la que estáis haciendo muchos festivales y es evidente que ahora existe un circuito festivalero que antes no existía. ¿En qué hubiera cambiado la carrera del grupo de haber existido ese circuito festivalero en vuestros inicios?
(Albaro) Pues en que tendríamos el triple de pasta [risas].
(Cristina) Totalmente.
(Albaro) Cuando nosotros empezamos, todo este circuito estaba por construir y más de la mitad de nuestra carrera ha sido dentro del circuito de salas.
(Cristina) Y es una pena que ese circuito de garitos esté ahora devaluándose en favor de los festivales.
Para acabar, ¿cuánto de incredulidad hay a vuestro alrededor sobre el hecho de que esta sea vuestra última gira?
(Cristina) No se lo cree nadie. ¡Ni Dios! [risas].
(Albaro) Hay mucha gente que piensa que nos haremos un LCD Soundsystem en toda regla.
(Cristina) Pero no. Rotundamente no.
O sea, que es un adiós definitivo...
(Albaro) Como el de James Murphy [risas].
(Cristina) ¡Cállate! ¡Ahora no metas polémica! [risas].
Se nos ha hecho algo tarde –otro clásico– y hay que salir pitando para llegar con tiempo al concierto. Kobetamendi ya tiene el color y el calor de los grandes festivales y riadas de gente joven se desplazan al finalizar el concierto de Alcalá Norte con dirección a los bolos de Zea Mays o Los Bitchos. La banda se refugia en su camerino para cambiarse y encarar en soledad los nerviosos minutos previos a subirse al escenario. Es el momento de dar un paseo por el recinto y constatar de nuevo que, una importante culpa del éxito y consolidación del Bilbao BBK, reside en la gestión del espacio. Un lujo que respira naturaleza y campo.
Son casi las 20:15h. La banda se encuentra en la rampa de acceso al escenario. Cristina luce el vestido dorado con capucha que Silvia ha acabado de confeccionar durante el día. Se abrazan en círculo y lanzan al aire un último grito de guerra con el que apaciguar ese gusanillo eterno. Bea, directora del sello Oso Polita, también ha venido para la ocasión y, junto a Ane, nos desplazamos a la zona de público para ver y escuchar el concierto en mejores condiciones de sonido que sobre el lateral de escenario. Ahora le toca a Chus hacer su magia con la cámara de fotos y a mi constatar lo bien que funciona un set de una hora de duración, compuesto por clásicos como “Babel”, con la que abren fuego, “Ballenas Muertas en San Sebastián”, “Perlas”, “Preparada” o esa inevitable “Toro” final que pone a todo el público a saltar deseando un buen azote. Y así como subimos hasta el cielo, caemos hasta el fondo al constatar que esto se acaba. Corremos hacia el escenario para llegar a tiempo de ver cómo Álvaro y su hermano Raúl, Íñigo, Jaime y Cristina acaban con una enorme sonrisa de satisfacción. De nuevo, el público de Bilbao los ha arropado como nunca y todo ha salido a pedir de boca. Abrazos, felicitaciones y momento de atender a todos esos amigos que han venido a verles en otro de sus últimos balanceos.
Pasan de las diez de la noche. Suena de fondo “Back On 74” de Jungle y el brillante vestido de lamé dorado que hace apenas unos minutos lucía todo su esplendor bajo los focos parece ahora un guiñapo abandonado en el camerino de la banda. El día toca a su fin y, aunque puede que alguno se deje confundir por la noche, lo cierto es que toca plegar las velas con el recuerdo de haber disfrutado del baile final de El Columpio Asesino en Bilbao. Ahora, tras unos conciertos en ese México que siempre les ha acogido con mucho cariño, solamente quedarán dos últimas actuaciones: los días 8 y 9 de noviembre en La Riviera de Madrid. ¿Y luego? Luego que sea James Murphy quien nos pille confesados.
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