Entre 1988 y 1993, se dieron los años dorados de este género, abanderado por grupos a recordar como Pale Saints, Lush, Slowdive, Kitchens Of Distinction o Ride, cuyo nuevo LP es una excusa ideal para dejarnos arrastrar por la nostalgia de diez discos bendecidos por los cánones de estilo patentados por Kevin Shields y Robin Guthrie, sus máximos ideólogos.
Kitchens Of Distinction: “Love Is Hell” (1989)
¿Os imagináis a R.E.M. facturando un LP shoegaze en las islas británicas? Quizá no haya mejor manera de imaginarse cómo sonaba esta formación del sur de Londres, autores de cuatro LPs tan infravalorados en su momento como hoy en día.
“Love is Hell” (1989) fue su primer encuentro en formato largo con la genialidad, uno en el que podemos distinguir el gran parecido en la forma de cantar de Patrick Fitzgerald con la de Michael Stipe. El resto son volcanes de texturas eléctrica siempre trocando épica en emoción pura, tanta como en el crescendo atómico del estribillo facturado en “The 3rd time We Opened the capsule”, que bien podrían haber firmado New Order en la segunda mitad de los ochenta. Este es el pináculo de un álbum donde el resto de compañeras de viaje no desentonan ni un ápice, como en el caso de las también sublimes “Shiver”, Prize” o “Courage. Mother”.
El resultado final es mayestático, cómo inocular pasión incendiaria en las coordenadas dreamy de la materia pop.
Pale Saints: “The Comforts Of Madness” (1990)
Decir que Pale Saints eran capaces de sonar como The Smiths bajo ondas de electricidad ensoñadora o como Field Mice pasados por un turbo de distorsión es más que suficiente para entender por qué estamos hablando de la segunda formación en discordia de todo lo que representó el shoegaze.
No hay más que dejarse arrastrar por sus dos primeros LPs, los sobresalientes “The Comforts Of Madness” (1990) y “In Ribbons” (1992). El primero de estos es además donde se incluyen monumentos de belleza cocteautiana como “Sight of You”, pilar a través del cual somos testigos de piezas mayores como “Way the World Is”, “You Tear the World in Two”, “A Deep Sleep for Steven” o “Sea of Sound”, en una sucesión imparable de melodías tejidas entre la tormenta y la duermevela.
Ride: “Nowhere” (1990)
Hablar de Ride es hacerlo de uno de los grandes fenómenos mediáticos surgidos de una escena, a veces, criticada por su falta de carisma. Pero ahí estaban Andy Bell y los suyos para ser una especie de mutación shoegaze de The Stone Roses, cuajada en las directrices del canon McCartneyano.
Cómo no, si a esto le añades litros de inspiración sin cortar, el resultado es memorable. Y lo es desde la primera parada, con el shoegaze-ragga que se marcan en la antológica “Seagull”. En otros momentos, llegan a sonar como los primos lejanos de los Pale Saints más dream pop, aparte de ser capaces de armar piedras preciosas del hit indie como “Vapour Trail”.
Una pena que su trato con las musas sólo durara un LP más, con el notable “Going Blank Again” (1992). Aun así, a ver quién es el guapo que les niega la gloria con una demostración tan rutilante de poderío como “Nowhere”.
Lush: “Gala” (1990)
Antes de que acabaran abrazando la ortodoxia britpop con el notable “Lovelife” (1996), Lush fue una de las bandas institucionales de la familia shoegaze. Prueba de ello son los años que abarcan de 1989 a 1994 y joyas como “Gala”, LP que funciona como tal, aunque en realidad se trate de una recopilación de los tres EPs que publicaron entre 1989 y 1990. No en vano, dicho formato fue el favorito de este género, ideal para capturar la esencia del pop ajeno a la inmediatez, tal como sucedió con los retoños discográficos “menores” de My Bloody Valentine o con la primera encarnación de The Boo Radleys, entre otros muchos ejemplos.
Lo que tenemos aquí es una colección irresistible de dulzura noise, en la cual podemos ver la evolución desde las enseñanzas impartidas por Cocteau Twins hasta la impronta pasional que Miki Berenyi y Emma Anderson supieron imprimir en pequeños clásicos como “Leaves me Cold”, “Deluxe” o en las dos versiones de “Thoughtforms”.
Chapterhouse: "Whirpool" (1991)
Que en un primer LP figuren en la nómina de productores nombres como los de Stephen Hague y Robin Guthrie dice mucho de la expectación creada por un grupo que surgió de la escena londinense, a la que también pertenecían otros como Moose y Lush. En el caso de Chapterhouse, se definieron por ser los más arraigados a las fórmulas patentadas por Jesus & Mary Chain en su primer LP.
Aparte de esta referencia inevitable, lo que define a “Whirpool” como gen diferenciador es la pátina psicodélica que se impregna en la matriz de una colección de temas que, ante todo, defienden su autoría gracias a su capacidad para aunar vértices indie-pop y de rock clásico en una solución siempre refrescante en resultados. O lo que se entiende como el revival como forma de conducción hacia las seña de identidad autónoma.
The Boo Radleys: “Everything's Alright Forever” (1992)
Antes de coronarse con “Giant Steps”, (1993), la senda previa de The Boo Radleys también estuvo marcada por otra obra mayor como “Everything’s Alright Forever” (1992). En dicho álbum, se comienza a palpar el viraje del grupo de Martin Carr y Sice hacia la fantasía de los Beatles circa 1967. No obstante, aquí las bases siguen siendo shoegaze, bajo la influencia de New Order y a través de códigos de acción que por momentos nos llegan a recordar a Ride o a Teeenage Fanclub.
Más allá del círculo de referencias que define a este LP, lo que aquí tenemos es un catálogo de temas memorables, como “Does This Hurt”, “Smiles Fades Fast” o “Towards The Light”. Pruebas mayores de un grupo sabio en su forma de integrar caligrafía sinte entre olas de ruido blanco.
Swervedriver: “Mezcal Head” (1993)
Al igual que Lush, The Boo Radleys o Ride, Swervedriver fue otro de los grupos surgidos de la era shoegaze que viró hacia el britpop como forma de supervivencia. Antes de llegar a dicha fase, Swervedriver nos regalaron trabajos tan brillantes como “Raiser” (1991) y este “Mezcal Head” (1993), en el cual somos testigos de una de las derivas más habituales en aquellos tiempos: cuando la vía grunge (de Nirvana) se integraba dentro de las enseñanzas de los My Bloody Valentine de “Isn’t Anything” (1988). Así sucede a lo largo de todo este álbum, en el cual también llegan a recordar a Sugar en “Duel”, sembrando por el camino incluso curiosos acercamientos al surf rock y a la psicodelia, pero siempre sonando como una banda de lo que podríamos entender como versión rock sesentera del abecé shoegaze.
Slowdive: “Souvlaki” (1993)
El segundo LP de los prestidigitadores de Reading es, sencillamente, el más visionario surgido entre las camadas shoegaze post-MBV. En este trabajo. Slowdive se apartan de sus comienzos, brillantes pero convencionales, y son capaces de hacer su “How Soon Is Now?” particular por medio de “Souvlaki Space Station”, todo un despliegue de ideas donde las miasmas noise se pierden en un ensimismado océano dub.
Si a esto sumamos hits ensoñadores como “40 days” o “Alison”, no queda más que dejarse arrastrar por la inercia de un ritual de ruido místico, perfectamente, equilibrado en la influencia que tuvo Lee Hazlerwood en el canto herido de “Dagger” o en artefactos de precisión milimétrica como la excepcional “When the Sun Hits”. Todo esto sin olvidarnos de la presencia de nada menos que un tal Brian Eno, como parte de las sesiones de grabación iniciales del álbum.
Seefeel: “Quique” (1993)
“Loveless” (1991) aparte, “Quique” (1993) es la prueba más portentosa de las posibilidades de redirigir la filosofía shoegaze hacia una clase de electrónica tremendamente orgánica.
Que antes de este LP, Richard D. James remezclara a Seefeel en el EP del mismo año, “Pure, Impure”, subraya las coordenadas de un viaje que en este álbum alcanzó el éxtasis total por medio de una sucesión rizomática de loops, delays y toda clase de invitación a hacernos soñar con una arcadia de electricidad oceánica. De hecho, lo que supuran estas canciones es pura ambrosia mutante de los códigos ambient.
Aquí el formato canción se diluye completamente en sonoridades extraídas de un concepto más cercano a genios del glitch como el alemán Oval que a típicos formatos de guitarra y pedal.
Jesu: “Jesu” (2004)
Jesu es la prueba más consistente de que la canalización del shoegaze también puede ser a través de una impronta de sonido espartano; en su caso, como el reverso de calma slowcore surgido de la reacción balsámica de Justin Brooadrick contra su rostro más conocido, al timón de Godflesh. Nunca hay que olvidar que estos últimos son los representantes más visionarios de la liturgia post-metal.
Con su primer álbum, Broadrick se sirvió de Jesu para refugiarse en un sonido de tristeza infinita, donde los significantes shoegaze son enriquecidos con nuevos vocablos posindustriales y también por su ADN de agresividad extrema.
El resultado es tan emotivo como un disco de Red House Painters o de los primeros Low. Pero lo mejor es que el grifo de obras maestras aquí abierto sigue hasta el día de hoy con peinetas al paso del tiempo como el memorable “Pity/Piety" (2022).
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