Delirium Tremens nació en territorio salvaje y creció en un espacio de tiempo fugaz, alimentando un lenguaje que sería capital en la inminente década de los 90. El trío, luego cuarteto, logró dejar huella en el subconsciente colectivo de una nación sin apenas proponérselo. Ahora, más de tres décadas después, vuelve a la vida para mostrar su intacta capacidad creativa.
El sonido de guitarra y la forma de cantar de Andoni Basterretxea es uno de esos graníticos componentes de la cultura popular que parece haber estado siempre ahí. Es escuchar un riff o una progresión de guitarra de Basterretxea y viajar a un Mutriku empapado en salitre a mediados de los ochenta. Es ver un tocadiscos en el salón de casa como tótem sobre el que giraba el culto a la pasión musical en un joven Andoni que escuchó todo sonido que despidiesen aquellos bafles. Es fácil imaginarse a un adolescente de doce o trece años enganchándose al rock gracias a discos de Itoiz, que el referente sea de tu pueblo tiene que dar alas, y de Errobi.
Cabe sospechar que Andoni flipase con las guitarras de Mixel Ducau y Jean-Marie Ecay. Con sus ritmos, secuencias, dejes y sonoridades. Son estas probablemente las únicas referencias válidas para explicar la explosión de color y profundidad guitarrera que supone el nacimiento de Delirium Tremens. Aparte de eso, alguna influencia directa de un olvidado grupo de punk británico llamado The Professionals e ideas obvias de aquella juventud que engloban a AC/DC, Ramones e incluso a Pink Floyd.
Pese a sus brillantes capacidades compositivas, Andoni Basterretxea tiende a no considerarse un músico por derecho pleno. No cree ser ni un guitarrista ni un cantante. Es un guitarrista autosuficiente gracias a cuatro acordes bien ejecutados y un vocalista que hace lo que hace desde sus entrañas porque no puede hacerlo de otra manera. De hecho, Andoni en muchas ocasiones, más que cantar, parece recitar. Algo que a él siempre le ha parecido curioso y ha aceptado con naturalidad.
I
En 1987 de la mano de Oihuka Delirium Tremens firma un prometedor inicio gracias a un disco compartido con Zarrapo. Delirium Tremens jamás se ha escondido y siempre ha sido una formación valiente. Ha hecho lo que ha sabido y podido hacer y ha podido y sabido hacer lo que ha hecho. Pocas veces se ha partido de tan poco para alcanzar tanto. En aquel split con Zarrapo ya estaba todo lo que iba a ser, tristemente el recorrido de la banda fue corto y no dio para discernir hacia dónde iban a dirigirse, y estaba de una forma lógicamente bisoña y tierna.
“Hemen denak berdinak dira” en pleno 1987 puede ser considerado como un auténtico ejercicio de riesgo por parte de Oihuka. Primero, porque la procedencia de Delirium Tremens era bastante abstracta. Tenían un toque punk pero desde luego alejado del punk establecido en Euskal Herria. Había algo lúdico, reflexivo, oscuro y primario en su música. Demasiado reflexivo si lo comparamos con la violencia explosiva y somática de la corriente imperante en nuestras tierras. Las guitarras eran tratadas con más sutileza y, además, en el abuso del riff frenético se intercalaban interesantes capas gaseosas, repletas de eco, y empeñadas en vivir a la merced de la melodía.
Las letras parecían girar en torno a la vida en Mutriku, una especie de realidad alternativa en la que Andoni Basterretxea vagaba narrando sus sensaciones y su confrontación con la propia vida. Andoni admite haber escuchado a Kortatu, La Polla Records y Hertzainak pese a que, de todos modos, no siguió mucho la escena vasca, no al menos con amplitud, ya que Mutriku parecía un rincón aislado sin demasiado contacto con el resto del país.
Aquel primer ejercicio discográfico compartido era una muestra clara de la profundidad que proyectaba Delirium Tremens. En su ADN, accidentalmente o no, había componentes que les alejaban de la sudorosa inmediatez de nuestros 80 y los colocaba en un plano oculto y misterioso. Delirium Tremens era mitad accidente, mitad casualidad. Una maravilla nacida de la endogamia forzosa de la época. Una anomalía que paso a ser, sin quererlo, el eslabón perdido entre lo establecido y lo que vendría en el futuro.
II
Hay discos que en su primera escucha ya desbordan una ingente cantidad de recuerdos, posibilidades, potencial… como si la historia de ese trabajo ya estuviese escrita en piedra desde el principio de los días. “Ikusi eta ikasi” (Oihuka 1989) es uno de esos discos. Dicho de otra manera, “Ikusi eta ikasi” es un disco “normal”, un debut, que parece un recopilatorio de grandes éxitos tan popular en los 80 y 90. Un recopilatorio maestro de una banda de un pueblo que ellos mismos parecen situar en la cara b del mundo que apenas cuenta con 16 composiciones en su haber.
“Ikusi eta ikasi” no tenía fallo. Ni compositivo ni por falta de recorrido. Era un puzle relativamente sencillo en el que la plasticidad con la que encajaban las pocas piezas que lo componían producía cierto vértigo. Por ejemplo, ¿De dónde provenía esa maravillosa marcianada titulada “Juan Li”? Con la perspectiva que dan los años, se podría sospechar que Andoni y sus composiciones estaban más en contacto con la realidad musical del planeta que con la violencia sonora territorial. Como si un puñado de discos de Joy Division, Sonic Youth, Pixies o The Jesus And Mary Chain hubiesen aterrizado en Mutriku de forma accidental.
Quizá parte del misterio del sonido de guitarras de Delirium Tremens quede englobado en “Ni naiz naizena”. Existen ciertos paralelismos entre las guitarras de Andoni Basterretxea y Jean-Marie Ecay. Es el de Itoiz un foco presente en el legado de las bandas creadas en ese fronterizo entorno costero que alumbró a Delirium Tremens pero también a Piztiak pocos años más tarde.
La cara b de “Ikusi eta ikasi” arranca con otro de los grandes éxitos de la banda. En “Boga boga” casi se puede respirar el salitre, la desesperación y la angustia de una juventud que miraba al mar con una mezcla de fascinación y temor. La belleza y el trabajo provenían de la misma fuente. El paisaje, los pasajes lúdicos del verano y la inserción laboral más directa compartían un medio tan bello como cruel.
“Ikusi eta ikasi” es un disco de pulsión y emoción juvenil que nace en el necesario y vital descontento de no encajar. Probablemente la banda pudo sentir que no encajaba ni siquiera entre los que tampoco encajaban. Una especie de más allá del más allá. El punk está presente en cada guitarrazo de Andoni, en cada verso recitado, en cada cálida textura en forma de gasas mediante las que las guitarras mecen al oyente. “Ikusi eta ikasi” tiene muchos alicientes para alimentar un diálogo solitario y particular entre el hipnótico sonido de sus surcos y las ensoñaciones de una juventud que quizá también aspiraba a la melodía y a la reflexión ante el ruido y la furia contestataria de la época.
III
Hay algo referente a las guitarras que recoge el crepuscular “Kolpez Kolpe” de Kortatu que a Andoni le tiene atrapado. Supone que no son las de Fermín y tras investigar certifica que son las de Iñigo Muguruza. La leyenda dice que la casualidad sitúa a Andoni y a Iñigo en el mítico bar Hilbehera de Eibar. Uno de esos antros vitales en la historia subterránea de nuestro rock donde también se movieron Su Ta Gar, EH Sukarra y Julio Kageta, entre otros. Allí Andoni le tira los trastos y le ofrece la segunda guitarra en Delirium Tremens. Iñigo parte en breve hacia Nicaragua para una estancia de seis meses. No es obstáculo, Muguruza, fan confeso de la banda, da su palabra de incorporarse a la banda a su vuelta. Además, Kortatu invita a Delirium Tremens a su concierto de despedida en el Anaitasuna de Iruñea. Así, el trío de Mutriku abre para Kortatu en la noche que estos graban “Azken guda dantza”.
En 1990 el trío se convierte en cuarteto. La adición de una segunda guitarra produce una consecuencia lógica. La imaginación de Andoni se ve reforzada, su discurso guitarrero se vuelvo más frondoso, rico y multidimensional.
“Hiru Aeroplano” probablemente sea una continuación natural sin ánimo de acercarse a la madurez. Apenas ha pasado un año de su anterior disco. No obstante, parece un claro paso adelante. Delirium Tremens y Andoni están ahí. Más en la inamovible forma de cantar de Andoni que en el sonido de guitarra. La inclusión de Iñigo deja más libertad a Andoni y este trata de explotar otras opciones. Se explora con valentía en el estudio. “Kurrela baten aitormenak” juega con arreglos industriales para acto y seguido añadir efectos de voz y coros desconocidos para la banda en “Osaba Sam”.
“Hiru aeroplano” es un paso más allá también en el desarrollo compositivo de las guitarras. Si “Ikusi eta ikasi” supuso la aparición de un cuerpo extraño en una escena que estaba inmersa en un proceso de autodestrucción, “Hiru aeroplano” resulta la constatación de que la confluencia de factores y casualidades que alumbraron Delirium Tremens sigue creciendo.
El cuarteto parece seguir acercándose al rock alternativo y al indie de la época. Sus guitarras suenan tan extraterrestres como aferradas a las necesidades narrativas de Andoni. En este punto resulta pertinente citar a Los Enemigos, banda madrileña que partió de un concepto de rock urbanita de relato alcohólico y humeante que en los primeros noventa abrazó el rock alternativo conscientemente. Delirium Tremens, como todo, debió hacerlo sin querer pero la mágica “Galduta nabil” sirve de muestra de que algo se movía hacia el indie y lo alternativo aunque fuera de forma involuntaria. Así, resulta complicado pensar que la banda sintiera la necesidad de encajar en alguna parte. Lo suyo era desarrollarse y crecer dentro de su propio universo.
Ahí incidía también la presencia de Iñigo Muguruza. La particular adaptación al “Walk all over you”, de AC/DC, en “Ametsetan” y los riffs de “Izen gabeko bata zuri bat” parecían fruto de la influencia y presencia del pequeño de los Muguruza.
IV
En los setenta y los ochenta los discos en directo poseían un valor incalculable. Casi esotérico. Por una parte, eran una posibilidad democrática de escuchar en directo a tus bandas favoritas pese a que verlas en carne y hueso fuese algo totalmente remoto. Por otra, esas grabaciones atrapaban la esencia de esas formaciones, esos momentos y esas composiciones gracias a un lenguaje cargado de electricidad estática e imágenes icónicas.
Delirium Tremens, con cuatro años de existencia, un EP y dos discos grandes a sus espaldas, cerraba su historia con un disco en directo que recogía todo lo bueno de la tradición de discos en directo desde su magnífica portada hasta el último reflejo sonoro del público asistente, así como atrapaba en un tarro de cristal para la eternidad la sustancia y energía de una formación única en nuestra historia. Si bien la banda, con Andoni Basterretxea al frente, nunca ha presumido de sus aptitudes musicales, “Bilbo Zuzenean 91-5-24” muestra a un cuarteto tremendamente compacto, capaz de desarrollar en vivo lo que tan brillantemente trabajaba en estudio.
El sonido de “Bilbo Zuzenean 91-5-24” es el principal motor para un sueño, un eco, que aunque se vivió en directo, también ha rebotado en las insondables cavidades espaciales de nuestra cultura a lo largo de tres décadas y que ha hecho que ese sonido de guitarra y esa manera de cantar, se hayan incrustado para siempre en nuestros tímpanos.
Delirium Tremens volverá a la actividad en 2022, en medio de esta distópica catarsis, con la intención de seguir haciendo lo que sabe hacer. Que sus canciones evoquen a la nostalgia casi desde su concepción, no limita esta experiencia a la nostalgia. La energía de parir algo nuevo queda patente en “Ordago”, el single de adelanto de lo que será su tercer disco. El eco del salitre y el sueño seguirán presentes en nuestras vidas por un tiempo.
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