Después de recorrer todo el continente latinoamericano de escenario en escenario, el grupo de thrash metal Angelus Apatrida comienza su gira por el territorio asiático. En Mondo Sonoro no nos hemos querido perder este periplo musical y a través de tres entregas os vamos a contar toda la experiencia. En esta primera parte, el grupo albaceteño recorre las ciudades de Pekín, Xian, Chengdú, Chongqing y Guangzhou.
Llegamos a China el domingo 1 de mayo, justo una semana después de haber estado cerrando en Buenos Aires una gira por toda Latinoamérica que nos llevó a visitar 10 países en 21 días. En medio de ambos tours no hemos tenido tiempo de hacer casi nada, pero sí para actuar en el Viñarock. Ocurre por tanto que nuestro sentido de la ubicación, la hora, el día, está completamente perdido.
Leía hace poco que la magia de viajar es precisamente ganarle el pulso a la rutina, y nosotros sentimos que ese combate está más que ganado, pero nos sentimos destrozados y cuando por fin llegamos a Pekín es primera hora de la mañana, aproximadamente las 6:00am, y sólo podemos irnos a dormir. Sentimos el alivio de haber podido cruzar la frontera sin demasiado problema, tenemos visas de turistas, pero nos da miedo la cantidad descomunal de camisetas y discos que llevamos. En seguida aprendemos una de las leyes que constataríamos más adelante, todo el rato, hasta cansar; aquí les das igual, tú y tus circunstancias, y tu merchandising es el menor de sus problemas, eres un optimista pensando que se van a tomar la molestia de levantarse de la silla para inspeccionar. No les merece la pena.
Para cuando despertamos empezamos a ser conscientes del lugar en el que nos encontramos ahora. Lo primero es la polución, tan intensa que cubre con un manto gris toda la ciudad y llega incluso a tapar la luz del sol; no es que esté nublado, es que estamos en el lugar más contaminado del mundo, y nos cuesta respirar. Es una sensación muy desagradable. Nuestro primer Tour Manager local nos pide que le llamemos Waters, aunque luego descubriremos que jamás responde por ese nombre. Ese mismo día actuamos, acompañados de otras cuatro bandas, tres de ellas locales y otra inglesa, Onslaught, un grupo muy mítico del thrash metal inglés. El concierto va muy bien. El tipo de público nos recuerda al que vimos en Japón hace dos años, tranquilo y silencioso entre canciones, tanto, que si abres una lata de cerveza entre canción y canción se escucha en toda la sala, abarrotada por 400 almas silenciosas. Nos despedimos de allí camino del hotel con la alegría de ver que hemos vendido un montón de camisetas y discos, con la esperanza de que triunfemos tanto en ese aspecto como lo hicimos en la gira inmediatamente anterior.
A la mañana siguiente nos levantamos pronto para coger el primero de muchísimos trenes que tendremos por delante, en esta ocasión camino de Xian. Apenas 5 horas de tren bala para llegar a la ciudad conocida por sus guerreros de Terracota. La sala se encuentra al lado del sitio al que nos llevan a comer algo que no tenemos ni idea de lo que es; una especie de sopa con verduras y carne de algún tipo. Surgen las primeras frustraciones provocadas por la falta de entendimiento. El inglés de la mayoría de la gente que nos encontramos es tan malo como nuestro chino.
El concierto tiene lugar en una sala construida dentro de un garaje, un sitio bastante increíble al que se accede a través de un callejón angosto entre dos edificios cualquiera de esta enorme urbe de casi 10 millones de habitantes. Cuando acabamos descargamos alegremente en el hotel antes de ir a cenar. Una chica de un lugar que se abre en medio de avenidas enormes y edificios descomunales llenos de luces y luminosos, asegura que este es el sitio al que vienen los locales a comer a horas tan intempestivas como aquellas. Dejamos atrás las luces y nos adentramos en una calle oscura dónde sólo se adivinan en la distancia el tintineo de las pequeñas lámparas de algunos puestos callejeros y locales de comida que están a punto de cerrar. Cuando llegamos a ellos nos damos cuenta de que va a ser complicado elegir el menú. No tenemos ni idea de qué preparan entre tanta mezcla de olores desconocidos. Se nos debe notar en la cara y nuestra guía acaba decidiendo por nosotros.
- Sentaos aquí, os voy a pedir noodles con ternera.
- ¡Vale!- obedecemos sin rechistar.
Al día siguiente no tocamos y podemos dormir y descansar, y eso es algo que tenemos todos en mente, y nos alegra. En ese momento no nos importa nada, ni el menú, ni la mesa llena de grasa, ni el calor
Despertamos a medio día, nos llevan a comer a un restaurante enorme y vacío. Hoy toca un plato local, a base de pasta y carne. No dista mucho de lo que hemos comido el día anterior. A continuación, hacemos una visita a la Pagoda de Xian, una de las más grandes del Budismo, y enfilamos el camino que nos separa de uno de nuestros grandes compañeros esta gira, el tren nocturno. Los trenes nocturnos son un medio de transporte alternativo al tren bala, útiles para cubrir largas distancias, que ponen de manifiesto muchas de las características de este país. La gente se agolpa en dos clases. Una, en la que viajamos nosotros, es un vagón con literas de tres pisos en el que viajan unas 60 personas. Las luces se apagan a las 11:00pm y entonces, si tienes suerte, sólo puedes quedarte despierto en tu tabla de planchar, digo cama, o en el vagón cafetería, en el que no se vende café. A lo mejor podría llamarse vagón arrocería, no porque tengan gran variedad, sino porque sólo hay eso.
Nos han advertido que lo prudente es comprar comida antes de embarcar, que es por cierto una tarea ardua en la que competimos por no dejarnos adelantar por los miles de compañeros de transporte que con más tesón que educación nos empujan por todos los lados. Compramos algo que veremos en millones de lugares de ahora en adelante pero nunca más compraremos. Unos paquetes de pasta deshidratada a la que hay que echarle agua hirviendo para obtener un plato de noodles (oh, sorpresa) que arden en nuestra boca como si nos hubiéramos tragado unos petardos. Es México donde se llevan la fama de tener aprecio por la comida picante, pero aquí no le andan a la zaga, y si te descuidas, todo absolutamente todo sabe a fuego.
Despertamos gracias a la inconmensurable ayuda de unos de los objetos que tienes que llevar en cualquier gira que se precie, los tapones de oídos. El viaje acaba después de 16 horas en las que hemos recorrido algo más de 1000 kilómetros hasta la ciudad de Chengdú. Ha sido una experiencia inolvidable que aún repetiremos hasta un total de 7 de veces y el único consuelo en ese momento es el que intenta darnos el bajista de nuestros compañeros ingleses:
“Estos trenes son peores en Rusia”. Agradecemos el ánimo, pero no sirve de mucho.
La ciudad a la que llegamos repite los patrones que ya conocemos, y que veremos en prácticamente todos los lugares que visitaremos; más de 15 millones de habitantes, enormes edificios, cientos de centros comerciales por todos lados y un caos circulatorio descomunal.
Buen concierto. Público sorprendido y agradecido. Hacemos todo tipo de malabarismos para conectarnos y después de apenas cinco horas de sueño, emprendemos el viaje en tren a Chongqing. En el trayecto en un cómodo tren diurno coincidimos con tres chicas que no se conocen entre sí, pero que se hacen amigas en el camino y acabarán viniendo a vernos esa misma noche. No han ido a un concierto de rock en su vida, pero saben disfrutarlo al máximo.
El rock/metal en China está en pañales. Eso es algo que nos repetimos constantemente y se nota en muchas cosas. Hay una cierta inocencia en la manera en la que la gente se comporta en los conciertos, se nota en todo, desde la manera en la que hacen headbanging en las primeras filas, a la forma en que se acercan después del concierto a pedirte un autógrafo, como si fuera el primero que piden jamás, que probablemente lo sea. No hay sellos discográficos relevantes, ni medios, y los que hay son tan pequeños que no pueden tomarse en cuenta. Las bandas extranjeras han llegado con cuenta gotas, y cuando lo han hecho, caso de Iron Maiden o Megadeth, la censura, la misma que prohibió a Bon Jovi actuar por haber utilizado imágenes del Dalai Lama en un videoclip, les ha hecho retirar canciones de su set list, especialmente a Megadeth, prohibido el uso de banderas, como el mítico Eddie de “The Trooper” o cambiar títulos de canciones. Afortunadamente eso no nos ha pasado a nosotros, que hemos venido como “turistas” e incluso nos hemos permitido el lujo de tocar ese himno prohibido que es “Holy Wars”. Las bandas locales que están operando en la actualidad (al margen de grupos más míticos del pasado como Tang Dinasty) son, en caso de sus mejores exponentes, bandas con actitud pero que en lo musical aún no han encontrado una dirección y suena a un pastiche de influencias sin definir al que le faltan millones de horas de ensayo.
En Pekín pudimos visitar la autoproclamada “única tienda de metal de la ciudad”, un lugar pequeñísimo en el que se vendían vinilos, camiseta, parches y revistas, pero en el que es prácticamente imposible encontrar material de bandas chinas. Allí nos contaban que los fans chinos no compran discos, que escuchan la música como pueden, teniendo en cuenta que YouTube está prohibido y Spotify no existe aquí como tal, de hecho, nos han contado que el presidente actual es aún más restrictivo con internet y que la censura ha aumentado un punto. Pero sí hay salas, las hemos visto en Changsha o Maoming, por ejemplo, lugares perfectamente equipados y muy bien acondicionados, montados por alguien que ha querido y podido poner mucho dinero. Solo falla el hecho de que sigue transmitiendo esa sensación que vemos en tantas cosas del eterno afán chino de copiar, replicando la forma, pero sin entender el fondo.
Una de las cosas que más agradecemos de este viaje es la oportunidad de haber podido penetrar en la china profunda. Hemos llegado a ciudades en las que no están acostumbrados a ver occidentales. Nosotros mismos hemos pasado muchos días sin ver occidentales desde que nos separamos de Onslaught en Guangzhou, lugar en el que hicimos el último concierto junto a ellos en una sala verdaderamente espectacular, que aunaba bar, recinto de conciertos y estudio de grabación en un mismo espacio cultural, donde, por cierto, nos regalaron unos porros, cosa muy poco habitual aquí, que nos salvaron una noche entera. Aquel día actuamos frente a un público muy encendido de 400 personas y teníamos día libre al día siguiente. Nos sentíamos pletóricos.
Nos sorprendió mucho encontrar un bar como el que vimos en Changsha, llamado Crave, situado más o menos en frente del lugar en el que tocábamos, regentado por un tipo holandés, que estaba lleno de occidentales y donde todo, la comida, las bebidas, el baño, que por fin tenía taza del váter, algo que sólo hemos visto en hoteles, estaba pensado a la manera que estamos acostumbrados. A aquel lugar llegamos gracias a un fan español que trabaja allí como profesor desde hace cinco años y que nos escribió por Facebook diciendo que vendría al concierto y advirtiéndonos de la existencia de aquel lugar. Un oasis de nuestra cultura en medio de nuestro viaje a la profundidad china, que tan áspera se nos hace por momentos. Él, Daniel, nos ayudó a entender algunos puntos importantes sobre los chinos; nunca te dan un “no” o un “sí” claro, es gente dispuesta ayudarte, les gusta controlarte (en su caso, siendo mayor de 30 años, tuvo que firmar un contrato comprometiéndose a no dejar dormir una asiática en su casa, no llegar a casa después de las 3:00am y no regresar borracho nunca). Lo que nosotros quizás peor llevamos es la diferencia de criterios higiénicos, sobre todo cuando compartimos espacios tan estrechos como lo son los trenes en los que viajamos.
Mientras escribimos estas líneas estamos viajando a Shanghai, en otro tren nocturno. Esta es evidentemente una de las paradas que más ilusión nos hacen. Nos apetece volver a tener una noche épica en otra de las ciudades más pobladas del mundo. En las últimas ocho semanas hemos actuado en México DF, Buenos Aires, Pekín, La Paz, Lima, Bogotá, todas ellas ciudades enormes, y siempre ha ido muy bien. Nos queda una semana en China antes de viajar a Japón y Australia y no somos capaces de imaginar qué es lo que aún nos queda por ver.
Playlist:
Tang Dinasty (Heavy Metal)
Disanxian (Punk)
Explosicum (Thrash)
Hexfire (Thrash)
Punisher (Thrash)
Hyponic (HC/Doom/Death)
Zuriaake (Black Metal)
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