Celtic Frost, leyendas más allá del metal
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Celtic Frost, leyendas más allá del metal

Marcos Gendre — 03-01-2023
Fotografía — Archivo

Entre 1984 y 1987, Celtic Frost gestaron una terna de discos hambrientos por abrir de par en par los esquemas de la ortodoxia black y death metal. “Morbid Tales”, “To Mega Therion” e “Into The Pandemonium” rompieron la baraja de forma tan abrupta que a día de hoy sus logros siguen insuflando de inspiración a cientos y cientos de bandas.

Sobre aquella época gloriosa, se ha publicado “Danse Macabre” (Sanctuary/BMG, 22), caja recopilatoria del material grabado en los años ochenta por el grupo suizo liderado por Tom G. Warrior, chaman de una formación sin la que jamás sería posible entender el nacimiento de la etiqueta post-metal.

“Morbid Tales”, sangre black metal

Fue con diecinueve años cuando Warrior movió la pieza más importante en su plan maestro de evasión: la creación del grupo Hellhammer, junto a “Black Metal” de Venom, la piedra roseta que alumbró las características de la ortodoxia black metal. Practicando desde 1982 en un bunker, Warrior fue dando forma a varios demos: el corpus de una idea central que, a cada paso dado, se iría haciendo más ambiciosa y llena de matices nuevos.

Con “Morbid Tales”, Warrior siempre supo que había forjado una referencia básica desde la que ramificar las extensiones de un sonido básico, que acabaría siendo fuente de sustento primordial para figuras como Chuck Schuldiner de Death, quien llegó a considerarlo como el disco clave a la hora de ir en busca su propio estilo. Con éste, su primer álbum, Celtic Frost estaban metabolizando agresividad extrema, pero también diversión, en un cauce de intensidad básico en los designios de la materia black metal y death metal. Sin embargo, tal como me reconocía el propio Warrior: “No, no éramos conscientes de lo influyente que acabaría siendo este disco. Todo lo que queríamos hacer de aquella era tocar y establecernos como banda. Queríamos conseguirlo de la manera más sólidamente posible. Personalmente, ‘Morbid Tales’ supuso un cambio para nosotros, además de una aventura. Necesitábamos afianzarnos con nuestra compañía de discos porque teníamos una perspectiva muy diferente a nuestra banda anterior, Hellhammer, de la cual nuestro sello discográfico estaba muy contento. Nuestro epé como Hellhammer, ‘Apocalyptic Raids’, les había encantado. Así que nos ofrecieron una nueva oportunidad ya como Celtic Frost para grabar nuestro primer larga duración. La cuestión es que si no cumplíamos las expectativas creadas con el álbum, perderíamos nuestro contrato. Por lo que para nosotros era de imperiosa necesidad hacer un álbum sólido y probarnos de que podíamos progresar como músicos. Con dicha mentalidad, nos resultaba totalmente imposible pensar que ese disco pudiera influenciar a nadie”.

“To Mega Therion”, el mazo de los dioses

Tras haber cumplido su misión con “Morbid Tales”, Celtic Frost se enfrentaron al más difícil todavía: demostrar que su primera piedra de toque no había sido fruto de un mero impulso de explosión iniciática. Warrior y los suyos se empecinaron en demostrar que podían competir con el resto de bandas líderes mundiales. Y para ello tenían que demostrarse a sí mismos que podían ser un grupo mejor de lo que ya eran. Con tal propósito las reglas del juego cambiaron: no bastaba con afianzar los logros cosechados hasta aquel momento, sino que había que buscar una panorámica más grandiosa, en cinemascope, para sus canciones. Primeramente, lo que llegó fue el EP “Emperor’s Return”, un disco marcado por ser la primera prueba oficial de la entrada del batería norteamericano Reed St. Mark dentro de la dinámica del grupo.

El resultado final de las sesiones llevadas a cabo para su segundo largo quedó plasmado en una colección de canciones rabiosas como en “Morbid Tales”, pero infectadas por un ansia mayor de búsqueda y autodescubrimiento. De tales necesidades surgieron cortes tan proféticos como “Tears In A Prophet’s Dream”, una pieza experimental de avant-garde inusual para un grupo delimitado por el cerco del metal extremo. “Una canción como esa respondía a la ambición que nos movía en nuestro interior. Fue una representación de no aceptar ninguna clase de limitación. Queríamos hacer algo como una obra de teatro, pero dentro de los contornos de un disco de música. Y para ello también teníamos que experimentar en el estudio. No queríamos limitarnos a los típicos trucos de estudio y construir riffs sobre los que edificar las canciones; queríamos ir más lejos. Lo que nos motivaba era contemplar la música como si se tratase de pintura. Y queríamos añadir tal concepción visual del sonido dentro de la materia heavy metal. Queríamos sonar extremos, aunque de una manera diferente”. Con semejantes ínfulas por arañar los preceptos de la normalidad subyacente, Warrior se parapetó bajo el sonido de la disidencia y se zambulló en un mapa sonoro a contracorriente aún por inventar. Uno para el que él mismo iba a ser el cartógrafo jefe. La apuesta central nacida de sus motivaciones provino del estilo teatral y la concepción pictórica que quiso aplicar a las texturas melódicas de las canciones. Un disparador de riffs, timbres y grooves disparados del oído a la retina. Una emoción, no un sonido. Dichas pretensiones tienen sus raíces en la vital influencia que H.R. Giger –de hecho Warrior es uno de los máximos valedores de su obra a día de hoy– estaba teniendo en el grupo, la cual iba más lejos de portadas como la que hizo para “To Mega Therion”. Más allá de esta aportación, su personal visión del surrealismo futurístico-gótico comenzó a infiltrarse fuertemente en los tejidos melódicos de canciones como la épica “Innocence And Wrath”, el corte que abre el telón del álbum.

“Into The Pandemonium”, a contracorriente

Entre el primer y el segundo álbum de Celtic Frost había transcurrido un año. Sin embargo, la sensación era de que fue un lustro, como mínimo, lo cual no iba a cambiar para su siguiente trabajo, “Into The Pandemonium”, uno marcado por un cúmulo de tensiones inesperadas. “Estábamos muy limitados en nuestras habilidades técnicas. Por lo que teníamos que trabajar muy duro para aunar nuestras diferentes visiones de la música. Sabíamos lo que queríamos hacer, y sabíamos que no podíamos ser muy heavy metal o extreme metal. Nos encantaba esa música, pero queríamos ser extremadamente impredecibles y experimentales. En aquella época, no nos importaba mezclar música clásica, jazz, new wave, teclados o coros femeninos en lo que hacíamos, sin dejar de ser una banda de metal”.

Uno de los puntos de conexión más poderosos entre “To Mega Therion” y “Into The Pandemonium” fue la misma perspectiva teatral de gran poder evocador perfilado para ambos casos. En dotar su música de tales cualidades cinematográficas mucho tuvo que ver la participación de la cantante Claudia-Maria Mokri, cuya labor en canciones como “Necromantical Screams” definió la poderosa aura gótica con la que también empañó los momentos más surrealistas y oníricos de “Into The Pandemonium”. “Claudia fue tremendamente importante para alcanzar el sonido que teníamos en mente. Se nos aparecían visiones de coros femeninos con el fin de armar un contrapunto a la oscuridad y agresividad de nuestra música. Pero no conocíamos a nadie en Berlín que nos pudiera sugerir a alguien. Finalmente, todo partió de una recomendación de un sello discográfico. De aquella, Claudia aún se encontraba realizando sus estudios vocales. En aquellos tiempos, Claudia estaba muy abierta a toda clase de estilos musicales. Al mismo tiempo, era una persona muy experimentada y flexible dentro de su estilo. Y eso era exactamente lo que necesitábamos. Más adelante, cuando Claudia acabó sus estudios, cambió completamente su opinión sobre lo que había hecho con nosotros. Lo odiaba. Sin embargo, en su momento, fue una cantante fantástica, además de muy inspiradora”.

Al igual que en “To Mega Therion”, la huella dejada por Reed St. Mark fue de gran peso. Aunque para esta ocasión se sintió con una mayor libertad de movimientos dentro de la heterodoxa maquinaria calibrada; sobre todo, en cortes como “I Won’t Dance”, donde su groove tan espacioso se hace básico para dotar de, incluso, mayor personalidad propia a tan excelsa demostración de baile de máscaras. De todos modos, lo que más impresiona no es la rítmica tan especial que St. Mark imprime al conjunto final, sino cómo éste es capaz de hacerlo fluir con tan desbordante naturalidad. “Fue algo muy sencillo de conseguir porque Reed no provenía del heavy metal. Él había tocado jazz latino en Nueva York. Esta base le proporcionaba una vibración creciente. Nunca había tocado antes en una banda heavy metal. Nunca había tocado cosas que hicieran suponer que llegara a acoplarse con el bajo pensado para Celtic Frost. Debido a su formación, cada cosa que tocaba con nosotros hacía que sonara diferente. Lo hacía sin la necesidad de intentar que sonora de otra forma; era algo que le salía de manera totalmente natural. Eso sí, al principio fue complicado integrarlo en nuestro sonido, porque nos costaba encontrar un punto en común para todos los instrumentos”.

Pero “Into The Pandemonium” aún contenía más sorpresas en su interior. Como “One in Their Pride”, una elucubración marcial de hip hop primigenio, compuesta en la misma época en la que el colectivo de productores Bomb Squad comenzaban a despuntar en sus trabajos para Public Enemy. Su concepto bélico del funk está hermanado con el corte de Celtic Frost, aunque según Warrior los tiros iban por otro lado. “Llevo escuchando música electrónica desde los tiempos que comencé con el heavy metal. Comencé con Kraftwerk a comienzos de los setenta, y me quedé completamente fascinado por su uso de los samples y los sintetizadores. También fueron muy importantes para mí los primeros singles de Depeche Mode, de los que me hice fan desde sus comienzos, cuando eran casi como un grupo new wave de corte experimental. Era algo muy simple, duro y provocador. Me encantaba esa combinación [...] En aquella época, para mí no era algo primordial meterme en el mundo de la electrónica, y más con mis limitaciones. Pero lo quería intentar. Martin también estaba muy interesado en este mundo. No en vano, tenía un background que bebía mucho de la new wave. Nuestra inmersión en el mundo de la electrónica resultó ser muy complejo; éramos muy inexpertos en la materia. Al fin al cabo éramos una banda rock. Pero nos amoldamos a las posibilidades técnicas de aquellos años que nos podían proporcionar las computadores y cosas como esas”.

En aquel mismo 1987 no sólo Celtic Frost habían desviado la mirada anglosajona hacia lo que estaba sucediendo en Suiza, sino también The Young Gods, una banda de electrónica industrial y metálica que corroboraba al país de los Alpes como una curiosa mutación de avant-garde metal, las más excitante y atrevida de aquella temporada. “No sé si dos bandas hacen que un país se convierta en el epicentro de una escena musical, pero está claro que ese par de discos cambiaron las reglas del juego. The Young Gods eran una banda de metal industrial fantástica Les respetábamos muchos. Son geniales y tengo un enorme respeto por su obra. No sé si estaba sucediendo algo especial en Suiza. En mi opinión, estábamos tan separados y aislados de cualquier otra escena musical que lo lógico es que bandas como The Young Gods y Celtic Frost fueran muy diferentes al resto”.

Lo que vino después jamás igualó el impacto de tan heterodoxa trilogía inicial, la simiente de una banda que nunca cuajó definitivamente sus diferentes mutaciones, pero no por no tener la capacidad para hacerlo, sino por la ambición devoradora, que les llevaban a probar tantos caminos como fuera posible hasta hacer de Celtic un grupo que transciende el propio género metal para ser uno capaz de influenciar por igual a Pantera, que a Faith No More, Nine Inch Nails, Neurosis o Nirvana, entre tantos y tantos grupos que le deben parte de su genoma creativo.

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