Los discos de Blur, del peor al mejor
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Los discos de Blur, del peor al mejor

Carlos Pérez de Ziriza — 30-05-2023
Empresa — Emi
Fotografía — Archivo

Celebramos que Blur tienen nuevo single, están a punto de editar nuevo disco y estarán el 1 de junio en Barcelona y el 8 en Arganda del Rey (Madrid), como parte del Primavera Sound, con este repaso a sus mejores discos ordenados del peor al mejor.

Leisure (Food, 1991)

No puede decirse que Blur sean deudores de un debut fastuoso. Aquí aún se les veían las costuras del sonido Manchester, y eso que venían de Londres. Y ni siquiera cuando la moda estaba en su punto máximo de cocción. Las melodías obnubiladas, los ritmos quebradizos, la lisergia flotando en el ambiente. Pero muy a contrapié, cuando aquello ya enfilaba la cuesta abajo. ¿Es un mal disco? Pues tampoco. Tiene algunas buenas canciones y algunas otras que son del montón. Lo que es evidente es que, escuchándolo entonces, nadie podía presagiar en lo que se convertirían luego.

The Great Escape (Food/Virgin, 1995)

El único disco de Blur que suena prácticamente a copia del anterior. Aunque en peor. La sombra de "Parklife" (1994) pesaba demasiado. Le pasó algo similar a lo que a "Bossanova" (1990) de Pixies, a "Unidad de desplazamiento" (2000) de Los Planetas o a "Wish" (1992) de The Cure. Eran buenos. A ratos, muy buenos. Vale, seguramente el de Blur no tanto. Pero su gran pecado original fue llegar después. Y no distanciarse lo suficiente de la obra maestra que les precedió. Aun así, lo que entonces sonaba a decepción (relativa) hoy se puede escuchar con oídos más benévolos, por canciones tan resultonas como “Charmless Man”, “Stereotypes” o “It Could Be You”, y uno de sus mejores singles, “The Universal”.

Think Tank (Parlophone, 2003)

Quizá es el disco menos Blur de todos. El único sin Graham Coxon. El más tumultuoso y diverso, con el dub, el jazz, el gospel, la electrónica y la música africana concurriendo como nutrientes. Grabado con tres productores (Ben Hillier, William Orbit, Norman Cook), gestado en Marruecos, con el telón de fondo de la invasión de Irak y la sombra de Gorillaz acechando. El más complicado de etiquetar o de ligar a ningún estilo determinado ni a ninguna fase creativa del grupo. Y pese a ello, o precisamente por eso mismo, tiene algo que no tienen los demás. El hechizo reptante de “Out of Time”, “Good Song”, “On the Way to the Club”, “Sweet Song” o “Jets” es único en la discografía de Blur, aunque el saldo global de sus 57 minutos sea irregular.

13 (Food/Parlophone, 1999)

El distanciamiento entre el ansia experimental de Damon Albarn y la orientación más punk rock de Graham Coxon se resuelve aquí en favor del primero. Por primera vez escogieron un productor (muy) distinto a Stephen Street: William Orbit. Es otro disco con altibajos, pero repleto de interesantes desvíos de guion, esta vez deudores del gospel (“Tender”, “No Distance Left To Run”), de un rock áspero como el alambre de espino (“Bugman” o “Trailerpark”, con ese ritmo arrastrado como de hip hop instrumental, cercano a The Folk Implosion) o hasta del blues pantanoso, como en una “Swamp Song”. Otros cortes, como “Coffe & TV”, eran más atribuibles a su canon. ¿Jugaban a ser Primal Scream? Quizá Damon solo trataba de vadear su mayor crisis grupal y su ruptura con Justine Frischmann.

The Magic Whip (Parlophone/Warner, 2015)

Lo mejor que puede decirse de él es que, tan lejos del capricho extemporáneo como del guiño nostálgico, no suena al tipo de disco que hubieran facturado justo después de "Think Tank" (2003). Porque aunque los protagonistas son los mismos de sus días de gloria (hasta Stephen Street repite a la producción), se nutre de toda la experiencia acumulada por su cuenta en la década anterior. De hecho, fue Graham Coxon (a quien Damon había invitado a largarse en 2002) quien alentó la colección de jams e improvisaciones que dieron lugar a sus canciones en plena gira, atrapados en un hotel de Hong Kong durante cinco días tras la cancelación de un festival. El desarraigo, las cuitas de mediana edad, las contradicciones de la modernidad y la dictadura del progreso tecnológico se dan cita en medio de un paisaje que roza la distopía. Una sensación de desvalido viaje en el espacio, tan huérfano de rumbo como el Major Tom de Bowie.

Blur (Food/EMI, 1997)

A muchos les costó digerirlo al primer bocado. Incluida su casa discográfica. La reconversión era demasiado drástica. Pero tenían que negarse a sí mismos. La mejor canción de Pixies nunca firmada por ellos (“Song #2”) ayudó lo suyo: su grito fue el del verano del 97. Pero decidieron convertirse prácticamente en una banda distinta. Suprimieron las líneas claras e hicieron de su música algo más emborronado, más rugoso, más sucio, más deshilachado: el título del disco sugiere refundación, pero también reivindicación de su significado literal en el diccionario de Cambridge. La imagen difusa de un enfermo entrando en camilla a un hospital por la puerta de urgencias en su cibierta es precisa. Es el viraje que marca el rumbo de Blur hasta su hibernación en 2003. Y aunque solo fuera por eso, una maniobra clave en su trayecto.

Modern Life Is Rubbish (Food/EMI, 1993)

Disco minusvalorado. Su gran escapada, pero la de verdad: aquella con la que se desligaban del corsé madchesteriano para esbozar su posterior grandeza. El primer paso para convertirse en clásicos contemporáneos. Ocurre que quienes eran portada de los semanarios en 1993 eran Suede. Que la gira previa de Blur por los EE.UU. había sido un desastre y eso les generó aversión hacia todo lo norteamericano (quién lo diría unos años más tarde). Que todo Dios renegaba del sonido Manchester y casi nadie atendió a este giro. Que ni siquiera las primeras sesiones de grabación, junto a Andy Partridge (XTC), habían fructificado. Y que quien las había torpedeado, David Balfe, de Food Records, ya vislumbraba la posibilidad de deshacerse de ellos. La compra por parte de EMI y el éxito del hermano mayor de este disco, "Parklife" (1994), lo impidieron.

Parklife (Food/EMI, 1994)

Incluso sus más enconados detractores tendrán que conceder que este disco es una obra maestra. El mejor compañero de viaje para quien quisiera desentrañar si de todo aquello que se dio en llamar brit pop cabía extraer alguna gran enseñanza. El gran salto adelante de Blur explicó un tiempo y un lugar. Una celebración del pasado y un instante de euforia por el presente. Un formidable muestrario retrofuturista del mejor pop británico de las tres décadas precedentes, condensado en algo menos de una hora. No es de extrañar que varias de sus canciones aún sean estándares en sesiones de discoteca indie. O que su portada fuera convertida en sello por el Royal Mail. No le sobra ni un minuto. Y nadie lo vio venir. Salvo ellos mismos. Abrazaron como nunca la música disco, su pleitesía al costumbrismo de Ray Davies, su vena punk pop, la psicodelia, el synth pop y la canción melódica de los sesenta en un disco inagotable.

 

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